03 Feb “Las intolerancias continuarán”
Por Raquel San Martín
Hace dos años, en una exposición en el Instituto del Mundo Árabe de París sobre pintura religiosa, una obra llamó la atención de Roberto Cipriani: una pequeña pieza del 1300 mostraba juntos a Jesús, Mahoma y Buda. “Hace siete siglos ya existía una idea de mezcla, de convergencia religiosa. Ésta es una posibilidad”, dice este sociólogo italiano que no les teme a las utopías -“la religión es aspiración, propulsión para cambiar el statu quo “-, pero que es a la vez bien realista en sus análisis -“las intolerancias continuarán, porque hay líneas de pensamiento y educación en esa línea”-.
Profesor en la Universidad de Roma III, especialista reconocido en sociología de la religión y activo investigador, tiene una vasta producción escrita, en la que sobresale su Manual de sociología de la religión , que, aumentado y actualizado, acaba de publicar aquí Siglo XXI. De fugaz visita en Buenos Aires, donde pasó unas horas camino a un encuentro académico en Punta del Este, Cipriani explicó que espera que el libro -un volumen ambicioso, que organiza el pensamiento de autores de la sociología de la religión en buena parte del mundo occidental, desde el siglo XVII hasta hoy- abra “una ocasión para discutir, para ver si efectivamente las religiones son contrarias al interés individual”, con aportes de “todas las religiones y todos los continentes”.
En diálogo con adn , Cipriani destacó la supervivencia de las religiones más allá de las formas individualizadas, vinculadas con la autorrealización y combinables en diversas versiones de la espiritualidad contemporánea, aunque criticó “la organización jerárquica y la presencia de una casta clerical” en la Iglesia católica, a la que dijo pertenecer como practicante crítico.
Una disciplina particularmente activa en América latina, la sociología de la religión está atravesada por los debates más contemporáneos de las ciencias sociales: las identidades culturales, las relaciones entre Estado y creencias, los fundamentalismos como herramientas políticas, los efectos de la globalización en la vida cotidiana y la aparente distancia entre la fe que se profesa y el compromiso social concreto de las personas.
-¿Tenían razón las predicciones de la modernidad sobre la religión?
-Las religiones están en el mundo hace siglos, y la modernidad no las influyó de una manera negativa. Hoy las religiones están en el centro de las sociedades. La crisis de la religión no es una verdadera crisis, porque no es la primera vez que las religiones en general tienen que enfrentar dificultades, marginalidades, problemas. Me parece que son capaces de ponerse en relación con las novedades del mundo contemporáneo. Son instituciones que las sociedades modernas consideran importantes.
-¿Usted en qué lugar se ubica en el debate sobre la secularización?
-Yo soy un católico practicante pero muy crítico, entonces hablo con mucha libertad y presento mi propia perspectiva teórica, que es la religión difusa. Cuando una religión es dominante en un país, hay consecuencias, aunque el pueblo no sea practicante o no vaya a misa. La idea es que cuando hay una educación en la familia, en la iglesia, en la escuela, de matriz religiosa, no es posible olvidarla completamente. Cuando una persona tiene que tomar una decisión, aunque no sea practicante de una religión, siempre algunos valores religiosos están presentes y orientan sus decisiones.
-Hoy se dice que las personas tienden a adoptar formas religiosas más personalizadas y de autoexpresión que institucionales.
-Ésa es una idea antigua. Un autor como William James, en 1902, escribió un libro sobre las variedades de las experiencias religiosas, y hablaba exactamente de esto, de un enfrentamiento entre la religión institucional y la individual, y decía que la individual era la del futuro. Durkheim, en Las formas elementales de la vida religiosa , habla de un futuro en el cual el individuo será el protagonista de la religión. Aunque la institución es una ayuda, una presencia histórica, lo que hoy vale más es la capacidad del individuo de elaborar y vivir su propia experiencia religiosa.
-¿Hay algo nuevo en este mundo contemporáneo que estos autores no vieron?
-Sí, la presencia de la comunicación, muy extensa, que permite entrelazarse entre un continente y otro. Una persona que ama el budismo a través de Internet puede conectarse con otras personas en China, India o Japón para ver cómo se organizan, cuáles son los contenidos de esa religión.
-¿Coincide con la idea de que hay un mercado religioso en el que se puede tomar un poco de todo para hacer una experiencia religiosa propia?
-No coincido. Ésa es la teoría de la opción racional, que dice que efectivamente hay un mercado, donde están las distintas religiones y la persona decide qué hacer. Esa perspectiva no considera todo el problema de la educación, de la socialización, de la religión difusa de la que hablábamos antes. El individuo no hace una opción sólo por conveniencia; hay otras razones, hay emociones, valores, influencias familiares. Hoy hay muchas críticas en contra de esa perspectiva.
-En un mundo de migraciones y movimientos poblacionales, ¿qué papel juega la religión cuando hay que reconstruir una identidad?
-En todo el mundo hay inmigración y en todo el mundo hay experiencias de comunidades étnicas que se reúnen alrededor de la religión. Un punto central en la inmigración es que permanece la pertenencia religiosa. Pero esa religión sufre cambios cuando se expresa en otro lugar. Hay una religión que se mantiene como estaba en los países de origen y hay transformaciones ligadas a necesidades locales. Nunca una tradición ni una cultura es la misma.
-La identidad religiosa puede ser objeto de cierto estereotipo. Pienso en particular en el mundo musulmán, sobre todo desde 2001.
-Efectivamente, el estereotipo es algo fijo, que no cambia, una idea que permanece siempre igual. Pero el problema es que los fundamentalistas en todas las religiones no son nunca la mayoría. Los fundamentalistas, los que usan los estereotipos, son una minoría, pero es conveniente para las otras religiones, para el gobierno, para los partidos políticos, presentar sólo esa parte, sin considerar que hay diferentes opciones en el islamismo, por ejemplo, opciones intelectuales, de apertura, de mezcla, de enfrentamiento a un nivel teórico y filosófico muy profundo.
-¿A qué atribuye que persistan formas de intolerancia religiosa?
-Tolerancia significa aceptar. Pero no me parece un valor para difundir, porque la tolerancia significa también una separación, una restricción. La intolerancia es el precipitado histórico de siglos, de una larga historia de tiranía, de violencia, de usurpación, de poder. Es muy difícil promover la democracia, la participación, porque significa tener la capacidad de entender a los otros, de ponerse en el mismo nivel. Pero la utopía es una perspectiva que no se puede dejar de lado, porque es lo que ayuda, es una base sobre la cual una población puede operar para tener un resultado. La religión también es aspiración, propulsión para cambiar el statu quo . Las intolerancias continuarán, estoy seguro, porque hay líneas de pensamiento, ideas, educación en esta dirección. No es fácil cambiar todo eso de un momento a otro.
-Usted dijo antes que es católico prácticamente pero crítico. ¿Qué le critica a la Iglesia católica actual?
-Muchas cosas. La organización jerárquica, el poder religioso, la presencia de una casta clerical y la ausencia de una verdadera participación de los individuos en la administración de la Iglesia. Iglesia significa participación, comunidad, asamblea. El estado actual no es favorable a eso. Es difícil para un laico por ejemplo; no tiene palabra, todo se decide en un nivel alto, de obispos, del Estado vaticano, de diplomacia católica.
-¿Ve alguna perspectiva de que esto cambie?
-Dos mil años es poco. Nosotros somos parte de una historia que va a continuar, no termina aquí. No somos nosotros los que vamos a ver los resultados de lo que hacemos. Es significativo el hecho de que en el último encuentro de Asís el Papa invitó a una persona agnóstica junto con otros exponentes de las religiones. No es la solución, es un símbolo, un pequeño detalle, pero no es despreciable.
LA NACION
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