15 Jan Datos útiles para mirar las nubes
Por Alejandro Schang Viton
Hay que ser un poco tonto, y serlo con una especie de obstinación irracional, para interesarse por las nubes”, le comenta el dieñador japonés Akira Kumo a Virginia Latour, personajes centrales de La teoría de las nubes , la novela del francés Stéphane Audeguy. Para la mayoría de la gente no hay nada desconcertante en las nubes, no hay nada que esperen de ellas más que agua en diferentes formas. Pero hay algo más ahí adentro.
Morada de los dioses, sostén de apariciones divinas, las nubes acompañan la historia silenciosa como sombras blancas que pululan por el cielo. Observa Nerio Tello en su Diccionario de s ímbolos que, según la Biblia, nubes de humo guiaron a los israelitas que salieron de Egipto y atravesaron el desierto.
Antiguamente, el pueblo chino creía que la nube que se desprendía del cielo aludía a la transformación a la que debía someterse el sabio para dejar atrás su personalidad humana, para después integrarse al infinito. Prestaban especial atención a sus cinco colores que, se decía, se formaban debido a la confluencia de los principios del yin y yang. Traían suerte y anunciaban la paz.
En cambio, para el islamismo, las nubes representan el carácter insondable de los designios de Alá. En el Manual de zoología fantástica, sus autores, Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero, mencionan los Nagas que pertenecen a la mitología del Indostán; se trata de serpientes que suelen asumir forma humana. Por su parte, el budismo indio define a los Nagas como serpientes parecidas a las nubes.
Velo natural del cielo azul y por eso símbolo del Dios invisible, la nube, según la tradición cristiana, es una mano que emerge y que representa la omnipotencia divina, como explica George Ferguson en Signos y s ímbolos en el arte cristiano. Los pueblos europeos primitivos afirmaban, en cambio, que las nubes eran habitadas por los Silfos, moradores naturales de los elementos etéreos. En su libro Las fuerzas invisibles , el especialista canadiense Manly P. Hall observa que estos espíritus del aire, habitantes del cuarto éter, conocidos también como caballeros de la noche, nacidos del viento y ángeles de la tempestad, ejercen su poderosa influencia en todas las cosas humanas y naturales.
Ciencia algodonada
Tan esotérica como la vida de los Silfos, la compilación realizada por el ocultista y demonólogo francés Collin de Plancy destaca una estrecha vinculación entre los sueños y las nubes. Afirma en su Diccionario de p rofecías y profetas: “Soñar con ellas significa que sobrevendrá una discordia”. Menos dramático, nuestro folklore les asigna un puesto flotante entre las adivinanzas: U nas regaderas más grandes que el sol con que riega el campo Dios nuestro Señor.
Muchísimo tiempo antes que el Times publicara su primer parte meteorológico, el 5 de septiembre de 1860, muchos artistas se mostraron interesados por estas inmensas ovejitas que pastan los cielos celestiales. El pintor italiano Tiépolo y el británico Constable dejaron en su obra rastros de sus algodonadas modelos. Dicen que Goethe también las amaba.
Muchos autores contemporáneos coinciden en que el primer observador serio fue el farmacéutico británico Luke Howard (1772-1864), apodado el Padrino de las Nubes y autor de The climate of London . Destinó casi 20 años a estudiar esas mensajeras de la intemperie, y realizó la primera clasificación de nubes en una conferencia dictada en la Askesian Society de Londres, contribuyendo con su conocimiento a la incipiente meteorología. Las dividió en tres grupos principales: cúmulus, stratus y cirrus, basándose en estudios previos de Jean Baptiste de Lamarck (1744-1829).
En 1858, el alemán Ludwig Friedrich Kaemtz agregó una clasificación más: los strati cumuli.
También se sumaron a la tendencia nubosa el químico francés Gay Lussac (1778-1850), el físico escocés Charles Thomson Rees (1869-1939, que trató de reproducir el efecto de las nubes a pequeña escala y obtuvo el Premio Nobel de Física en 1927 por su cámara de niebla), y el físico estadounidense Donald Arthur Glaser, nacido en Ohio en 1926, que descubrió, observando las burbujas de su cerveza, el origen de su cámara de burbujas. En 1960 recibió el Premio Nobel de Física.
Lejos de las fórmulas científicas, las frases populares incluyen algunas como descargar la nube (desahogar la ira o el enojo); como caído de las nubes (de efecto similar a nuestro tan criollo como peludo de regalo); e star en las nubes (estar sumamente distraído); poner sobre las nubes a una persona o cosa (alabanza desmedida), y precios por las nubes (es lo que actualmente todos experimentamos: la inflación).
Por cierto, sobre el tema, Félix Molina Tellez, en su obra El cielo en la mitología americana , explica que cuando el sol aparece entre nubes densas, ya es segura el agua, y cuando el cielo se presenta con la ligera capa de cirrus cumulus, el criollo anuncia: “Cielo empedrado, suelo mojado”.