La mente humana es como Internet

La mente humana es como Internet

John Cacioppo

Por Nora Bär
Si en lugar de haberla publicado en 1719, Daniel Defoe escribiera hoy su Robinson Crusoe , el náufrago inglés que pasa veintiocho años en una isla remota hubiera sufrido deterioro cognitivo o hasta mal de Alzheimer. Y probablemente hubiera muerto precozmente.
Según las últimas investigaciones, los seres humanos nacemos con hambre de interacción social. Tal vez por eso, desde hace milenios, el ostracismo y el exilio son considerados el peor de los castigos. Es más, la soledad no sólo es malo para la mente, sino también para el resto del organismo: estudios epidemiológicos indican que el aislamiento social es un importante predictor de morbilidad y mortalidad.

John Cacioppo, director del Centro de Neurociencia Cognitiva y Social de la Universidad de Chicago, se refirió ayer a éstos y otros sorprendentes vericuetos de la mente durante el Simposio Internacional Fundación Ineco 2011 de Neurociencia Social, que se realiza por primera vez en América latina. La jornada, organizada en conjunto con el Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro, reunió a siete de los máximos expertos internacionales en el tema y atrajo a una concurrencia que desbordó los salones del Malba.

“Robinson Crusoe seguramente se hubiera sentido miserable -acepta Cacioppo, con una sonrisa cálida-. Pero que no se malinterprete: lo importante no es estar rodeado de gente, sino sentir que hay otros en los cuales uno puede confiar, con los cuales establecer vínculos, superar desafíos. No se trata de estar con otra gente, sino de conectarse con otras personas.”

-Doctor Cacioppo, ¿hay circuitos específicos que procesan los vínculos sociales en el cerebro?

-Así es, diferentes procesos sociales están vinculados con sistemas o circuitos mentales. Tradicionalmente, imaginábamos al cerebro como una máquina de procesamiento de datos, una computadora. Por ejemplo, pensábamos en el lenguaje como un sistema de símbolos que nos permite razonar y hablar entre nosotros. Pero cuando estudiamos el cerebro social, la computadora no es la metáfora correcta, es Internet: nuestros cerebros están conectados unos con otros. Ahora nos damos cuenta de que el lenguaje evolucionó no para que nos habláramos, sino para coordinar acciones con otras personas. Nacemos con la capacidad innata de mirar a una persona y saber algo sobre su carácter, de predecir su comportamiento. La gente tiene efectos sobre nuestra mente que no tienen los objetos. Hoy sabemos que la riqueza del cerebro está relacionada no con cuán complejo es el medio ambiente natural que lo rodea, sino con lo demandante que es su ambiente social.

-¿La interacción social influye en procesos cognitivos, como la memoria?

-Sí, de varias formas. Si uno se siente aislado, es más probable que se involucre en comportamientos impulsivos o que se deprima. Es más, si no tengo a otras personas, hago esas conexiones con objetos. En nuestros estudios, cuando hicimos que un grupo de personas se sintieran solitarias y les mostramos fotos de planetas tomadas por el Hubble, aumentaba la asignación de la figura humana a esos cuerpos celestes (antropomorfización).

-¿Cuando usted dice que necesitamos conectarnos con otros, basta que lo hagamos con una, con dos personas…? ¿O se necesitan muchas?

-Depende. Una es mejor que ninguna. Dos debe ser mejor aún, pero depende de las diferencias individuales. Algunos necesitan tener muchos amigos; otros, no. Para una persona introvertida, con tener un amigo basta. Para un extrovertido, tal vez sea conveniente tener más.

-¿Qué aparece antes: el comportamiento o la biología?
-La biología conduce el comportamiento, pero [lo más sorprendente es que] el comportamiento puede influir en la biología. Por nuestros estudios, sabemos que en monos rhesus la testosterona promueve el acercamiento sexual con las hembras de la colonia. Allí, la biología impulsa el comportamiento. Pero también descubrimos que la disponibilidad de hembras receptivas promueve el nivel de testosterona en los machos. Esto indica que el contexto social también influye en la biología. Es decir que las relaciones son recíprocas. De hecho, nosotros probamos que estar aislado o en un medio hostil afecta la expresión de los genes, los activa o los silencia. El cerebro y los genes evolucionaron para ser sensibles al medio ambiente, y la ecología social es muy poderosa.
-¿Los efectos de esa interacción con los demás son igualmente beneficiosos para el cerebro cuando es armoniosa que cuando es hostil?
-Estar en un medio ambiente hostil produce sentimientos de desconexión y aislamiento. Eso estimula una cantidad de respuestas neurales y hormonales que influyen en la actividad genética. Lo que importa es sentir que se puede confiar y superar desafíos con otros.
– Entre esas interacciones, ¿qué papel cumple el matrimonio?
-Hay algo curioso. Por nuestra naturaleza, cuando uno está haciendo algo por otro, tiende a sobrestimar lo que hace por una relación. Pero juntas, dos personas no suman dos, sino dos y medio. Entonces, incluso si pienso que pongo el 55%, siento que recibo el 60%. Y lo mismo le pasa al otro. Por eso uno quiere dar, porque está recibiendo tanto a cambio.
-¿Eso motiva el amor?
-La mayoría de las especies (reptiles, bacterias, etcétera) basta con que se reproduzcan para que sus genes pasen a la siguiente generación. Los mamíferos somos diferentes. Tenemos que cuidar a nuestra progenie, porque somos los que tenemos el período de dependencia más largo, entre 15 y 40 años. Lo interesante es que si sólo fuéramos egoístas, como otros animales, podríamos reproducirnos más que las personas que comparten su comida en tiempos de privación, y se defienden mutuamente cuando hay peligro. Ellos pueden morir, pero sus hijos sobrevivirán para reproducirse: sus genes seguirán adelante. Para los humanos no se trata de tener hijos, sino nietos. Nuestros genes “secuestran” a nuestro cerebro para que no se ocupe sólo de la autopreservación, sino de conectarse y cuidar a otros. No me malentienda, igual podemos ser egoístas. Pero fíjese qué hacemos si uno de nuestros hijos empieza a actuar de manera egocéntrica, narcisista. Lo ponemos en penitencia. Lo aislamos. No pueden interactuar con otros chicos, se sienten solitarios y se ponen tristes. Y esa tristeza es un llamado de auxilio para conectarse con otro.
– Si tenemos tanta necesidad de conectarnos con los demás, ¿por qué hacemos la guerra?
-Las personas pueden provocar las experiencias más positivas y las más dolorosas. No sólo amamos y somos altruistas, también asesinamos. Somos capaces de un gran rango de comportamientos. Pero si le propongo que escriba palabras que expresen el mal, todas estarán reflejando comportamientos egoístas o de explotación del otro. Y si le pido que escriba virtudes, serán las palabras que se refieren a cuando uno está ocupándose de otros.
La soledad es como el dolor físico. Nos dice cuándo estamos empezando a perder la conexión que necesitamos para sobrevivir y prosperar.
-¿La conectividad virtual ayuda al cerebro social?
-Ahora estamos vinculados más que nunca en la historia a través de Internet, los teléfonos celulares, Twitter, Facebook, los sitios de citas… Lo que vemos en nuestras investigaciones es que las personas que tienen muchos amigos también tienen muchos contactos online . Eso podría indicar que en el futuro nuestra conexión será cada vez más virtual, pero no es así. Las amistades suelen hacerse cara a cara. ¿Qué pasa con la interacción online ? Lo estudiamos: cuanto más uno interactúa con amigos y familia cara a cara, menos solitario está; pero cuanto más interactúa uno en Internet, más solitario está. Es como comer apio cuando uno tiene hambre: se siente bien durante un rato, pero no tiene nada nutritivo. En realidad, ese contacto virtual nos deja hambrientos.
-¿Qué cosas nos da la interacción con otros, además de estímulo cognitivo?
-Los estudios cerebrales muestran que cuando cooperamos con otros se registra actividad dopaminérgica, se “encienden” los centros del placer. Estamos “programados” para disfrutar de los demás y para ayudar a los demás. Eso no quiere decir que siempre vamos a estar sirviendo a otros. Ser generoso, ocuparse de los chicos es un gran esfuerzo y requiere mucha energía. Es importante ser un buen individuo social, pero también tomarse tiempo para uno mismo.
– Si ése es el lugar que ocupa la relación con otros, ¿cuál es el de los bienes materiales?
-En un reciente experimento, se le pidió a un grupo de personas que hicieran cosas que los pusieran contentos. Fueron a cenar, hicieron compras para sí mismos… ¿Y sabe qué ocurrió? Se sintieron más solitarios. La idea de que simplemente con comprarnos un auto más caro, linda ropa o una casa más grande seremos más felices es errónea. Entiéndame bien: ser muy pobre lo vuelve a uno infeliz, pero tener más dinero no lo hace más feliz.
-¿Usted cree que evolucionaremos hacia una red de cerebros todavía más interconectada?
-Sí, de hecho, el poder de las computadoras es su interconectividad. Si uno mira lo que está pasando en la ciencia, hace cincuenta años los genios solitarios eran los que tenían el mayor impacto. Hoy son los equipos. Lo mismo ocurrirá en la economía y en la civilización. Podríamos caer en el mal, en la explotación. Mi deseo, sin embargo, es que empecemos a apreciar verdaderamente lo sociales que somos y a aprender cómo orquestar esas actividades.
LA NACION