26 Dec Mario Balotelli: un chico talentoso que nada en excesos
Por Ariel Ruya
o era, todavía, Súper Mario. Era un frágil y esquelético bebe. Era un pequeño internado en un público hospital de Palermo, en Italia, con una malformación en los intestinos; dos veces operado y con largos, larguísimos meses de internación. Su vida eran los cables, las agujas, el llanto y el silencio. Papeles sin firmas, documentos vencidos, angustia sin fin. Thomas y Rose, sus padres ghaneses, un mal día no lo visitaron más. Cerraron la puerta para siempre. Mario Barwuah le ganó al drama como suele hacerlo hoy en el campo: un amago soberbio y un grito de gol sin celebración. “Me pagan por eso, por qué habría de festejarlos”, cuenta Mario Balotelli, italiano de nacimiento, africano de origen e irreverente de profesión. Francesco y Silvia, una pareja de Brescia, adoptaron al pequeño gigante y le dieron el apellido, recuperado de sus dolores físicos y, acaso, en vías de recomposición de sus angustias emocionales. Le construyeron un muro sin lamentos. “Hay que hacerle bromas a la vida”, le enseñaron. Y se lo ha tomado muy en serio.
Tiene 21 años y es millonario. Marca goles en Manchester City y ha vivido más aventuras que un anciano. Un loco. Capaz de incendiar su casa mezclado en un festín de alcohol, amigos, mujeres y fuegos artificiales, dormir un par de horas en un hotel y marcarle, horas más tarde, dos tantos en el clásico de toda la vida al United, en el histórico 6-1. Levanta su camiseta, luego del primer puñal (siempre serio, como si odiara el fútbol, el gol y la vida) y muestra la leyenda: “¿Por qué siempre yo?”. Porque es un crack en el juego y un bufón en la vida.
Suele cortarse el pelo como hace todo lo demás: con desparpajo, sin importarle el qué dirán. Por eso, acaso, sus locuras suelen ocupar más espacio que sus potentes remates. Por eso, aún hoy se recuerda el incendio intencional de toallas en su mansión, bañado en excesos, en Mottram Street Andrew, más que sus dos tantos en la media docena contra United. Entre la humareda, entró para rescatar su billetera. Eran las 2.45. A las diez, corría en el entrenamiento.
“Pueden ser peligrosos si no son usados del modo correcto? Niños: no deberían usar fuegos artificiales”, fue el mensaje, días después, obligado por las autoridades. Balotelli no va a aprender la lección: le agrada el peligro más que el fútbol. Y las mujeres, más que el peligro y el fútbol. En menos de un año, pasó de Emilia Melissa Castagnoli, ex miss Italia, a Sophie Reade, famosísima tapa de Playboy , y la modelo Faye Evette? la mejor amiga de esta última. Ahora se entretiene con Raffaella Fico, una de las “chicas de Berlusconi”. A la que habría engañado con una actriz porno apodada Holly Henderson. Los diarios sensacionalistas británicos se frotan las manos hasta cuando lo ven fumando. Locotelli , el Nene, otros de sus apodos, se ajustan aún más a su personalidad.
Su historia lo desnuda. Alguna vez fue visto en Nápoles reunido con dos capos de la mafia. Otra vez le ha regalado unas 1000 libras a un indigente luego de ganarlas en un casino. Otra vez, aburrido, desde un primer piso, les arrojó dardos a las jóvenes promesas del City. Otra fue arrestado por exceso de velocidad. “Si está aburrido que me llame a mí”, lo desafió Cesare Prandelli, el conductor del seleccionado italiano. Casi indomable para Roberto Mancini, su padre en el City, debe de sentir que su futuro en el equipo nacional es un plazo fijo sin garantías.
Nada estuvo garantizado en su vida. Sus juegos con pelotas de pequeño, en una parroquia de Brescia, eran el espejo de todos: su habilidad y su rostro de malevo lo llevaron a Lumezzane, una pequeña cantera. A los 15 años lo querían todos. Hasta Barcelona. Apareció Inter con una valija con 800.000 euros y lo arropó. Tuvo una oferta para jugar en la selección de Ghana. La descartó. Por sus problemas con migraciones, recién se pudo incorporar a la azurra en el Sub 21 (no fue habilitado en la Sub 15 y la Sub 17).
Sus días en Inter fueron exitosos en conjunto y conflictivos en persona. Cuentan que se tomó a golpes con Mourinho. En su casa, luego de un inolvidable triunfo contra Barcelona, harto de las indicaciones del entrenador y algunos cánticos racistas, se quitó la camiseta azul y negra y la arrojó al césped. Su suerte había sido echada. Había sugerido que su anhelo era ser jugador de Milan. Para qué? el City pagó 28 millones de euros por el exilio forzoso.
Súper Mario no desea cambiar. En sus ratos libres corre en cuatriciclo y ensaya karate. Para seguir peleándole a la vida, esa con la que tanto bromea.
LA NACION