Radiografía de una decisión

Radiografía de una decisión

Por Andrea Gentil
Un tren se dirige a toda marcha por una vía. Si sigue su camino, hay riesgo seguro de que atropelle y mate a cinco personas. Pero si es detenido por un hombre corpulento que interrumpa su trayectoria (y muera), el tren frenará y se salvarán cinco vidas. ¿Qué haría usted? ¿Empujaría a ese hombre a las vías con tal de evitar la muerte de las otras cinco personas? ¿O dejaría que el tren siga su destino, con las consecuentes pérdidas humanas? Semejante disyuntiva forma parte de uno de los experimentos que, en la Argentina, buscan descubrir cómo se produce la toma de decisiones en la mente humana, qué vericuetos tiene, qué elementos pone en marcha.
En general, la respuesta al dilema del principio (¿convertirse en “asesino” por el bien de un grupo mayor?) en poblaciones de distintas culturas suele ser “no”: una investigación hecha por científicos de la Fundación INECO (Instituto de Neurología Cognitiva) sobre 1.300 personas, mostró que solo 200 optaban por empujar, y esto mismo se encontró en poblaciones estadounidenses y japonesas. Pero hay una excepción: entre las personas con demencia frontotemporal (DFT), trastorno de tipo neurodegenerativo cuya principal manifestación son las alteraciones de la conducta, suele registrarse un alto número de respuestas afirmativas.
En INECO, donde trabajan neurólogos, psicólogos, psiquiatras, filósofos, lingüistas, economistas, biólogos, ingenieros (entre otras especialidades), los científicos lograron explicar por qué en ese grupo de gente unos empujarían a aquel hombre y otros no, pero además lograron ver y mostrar algunos de los circuitos cerebrales que inciden en el juicio moral en personas sanas.
Esa investigación forma parte de otras en las que se busca saber qué es lo que las personas ponen en juego ante cada decisión. No tienen por qué ser grandes elecciones de vida o muerte, como la del tren, en la que están involucradas cuestiones de tipo moral, sino pequeñas, pequeñísimas decisiones que se toman a cada momento, tanto de manera consciente como inconsciente. ¿Levantarse de una reunión de trabajo para atender el teléfono o no? ¿Comer una porción de pizza o una más sacrificada ensalada verde? ¿Dejarse llevar por la atracción e irse de una fiesta acompañado/a por una/un desconocido, o volver temprano a casa, con la familia?
“Muchas teorías asumen que las decisiones derivan de una evaluación de alternativas de los posibles resultados con un análisis costo-beneficio –explica el neurocientífico Facundo Manes, director de INECO–. La evidencia científica indica que decidimos, básicamente, con las emociones”. De hecho, investigaciones recientes demuestran que la toma de decisiones es un proceso que depende de áreas cerebrales involucradas en el control de las emociones.
“Una de nuestras contribuciones en este tema, que apareció publicada en la revista Brain, fue determinar que hay dos áreas de la corteza frontal del cerebro –la parte órbito-frontal y la parte dorsolateral– involucradas en la toma de decisiones. Tomamos decisiones permanentemente y la velocidad de los eventos hace que no haya espacio para racionalizar los pros y contras de cada decisión”, señala Manes.
Así que, de algún modo, las decisiones dependen de qué región cerebral resulte victoriosa de una batalla entre los centros emocionales y racionales. Psicólogos de la Universidad de Princeton (Estados Unidos) estudiaron cómo las personas tomaban decisiones por las cuales perdían dinero innecesariamente y encontraron que las emociones pueden anular el pensamiento lógico.

Inconveniencias
Todo se basó en analizar cómo grupos de voluntarios jugaban Ultimátum, en el que dos personas pueden dividir 10 pesos. Una persona A ofrece una parte del dinero para el receptor. Si este acepta, ambos reciben el dinero en la forma propuesta; si el receptor rechaza la oferta, nadie recibe nada. Teorías económicas asumirían que A debe siempre ofrecer un peso o un mínimo de cantidad y que el receptor debe aceptar siempre, con la idea de que es preferible recibir un peso antes que nada. “Sin embargo, estudios psicológicos demuestran que quien recibe el dinero prefiere perder todo antes que aceptar una oferta que considera injusta”, puntualiza Manes.
Lo que hicieron los investigadores fue estudiar a los jugadores con una tecnología que permite ver si hay activación cerebral y dónde. Encontraron que cuanto más injusta era la oferta, mayor actividad había en una zona llamada ínsula anterior, asociada con emociones negativas, y también en las áreas de la racionalidad.
Cuando los científicos estudiaron los promedios, descubrieron que cuando los sujetos rechazaban las ofertas, la actividad del área de la emoción negativa superaba a la de la zona racional. En resumen: hay respuestas emocionales ante una decisión económica.

Decisiones sociales
Las decisiones, entonces, son básicamente emocionales. Pero están mediadas, también, por la experiencia y por el entorno social. Mientras el tren del principio sigue corriendo por la vía, nadie había investigado por qué hay pacientes con demencia fronto temporal que contestan que sí, que tirarían al hombre-obstáculo a las vías, y otros que dicen que no, que no lo harían. Para averiguarlo, los científicos de INECO les presentaron el dilema a un grupo de personas con DFT precoz y evidencias de atrofia frontal, y las sometieron a una batería de tests neuropsicológicos que detectan problemas de empatía, toma de decisiones y juicio moral.
Los resultados solo mostraron diferencias significativas en una de las variables examinadas: los sujetos tenían puntajes muy bajos en las pruebas sobre capacidad de inferir los sentimientos del otro, algo que los neurocientíficos denominan “teoría de la mente”. Los que empujarían al hombre, en definitiva, no se llevan bien con esto de ponerse en el lugar del otro.
Para los especialistas existen dilemas morales personales e impersonales, según el tipo de daño que se decida infligir a otro. El que nos pone en la situación de empujar a un hombre a las vías es personal. La contrapartida es otro en el que un tren se acerca a una bifurcación. En un ramal hay cinco hombres; en el otro, uno solo. El sujeto puede activar una palanca para que el tren tome uno u otro ramal.
“La mayoría contesta que movería la palanca para dirigir el tren hacia la vía en la que hay una sola persona –explica Manes–. Es una decisión impersonal, porque no se inflige daño en forma directa. Los estudios de neuroimágenes muestran que, en este caso, el procesamiento tiene que ver más con la corteza cerebral dorsolateral, es una decisión racional. En cambio, cuando se hace daño personalmente, hay una activación ventromedial, el área que se deteriora en los pacientes que estudiamos”.
¿Pero viven los seres humanos totalmente sujetos a lo que dicte su libre albedrío? ¿O en realidad es un ser atado a lo que dictan los circuitos de su biología? Las teorías no se ponen de acuerdo, y siguen siendo tres, dándole o bien un sí a las dos primeras preguntas, o proponiendo un término medio. Otro científico, Benjamín Libet, de la Universidad de California, demostró que hay áreas del cerebro que se activan antes de que un individuo esté consciente de una decisión particular como mover una pierna. Nobleza obliga, mover una pierna no tiene el mismo rango de compromiso que tirar a un hombre bajo las vías, o casarse, o ser infiel, o cambiar de trabajo. Como sea, las emociones están ahí, apuntalando la elección final.
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