María Cash: tras las huellas de su último y misterioso viaje

María Cash: tras las huellas de su último y misterioso viaje

Por Marcelo Larraquy
Durante cinco días, desde el lunes 4 de julio de 2011 – en que abordó un micro en la estación Retiro de Buenos Aires – hasta el viernes 8, María Cash (29) estaba visible. Se la podía ver en una confitería, en una calle de Jujuy o Salta, o en una ruta buscando un camionero que la llevara. Dos de esas cinco noches las pasó en distintos micros. Nadie registró dónde durmió las tres restantes. Pero en esos días, aún de madrugada, María estaba. En la guardia de un hospital o pidiendo una cama en una casa, donde fuera, pero estaba. La vieron cansada, inquieta, preocupada, por momentos desorientada y sin rumbo, pero también tranquila y coherente. La vieron 100 kilómetros más acá o 200 más allá, incluso en el mismo día, mientras iba perdiendo todo lo que tenía: la valija repleta de ropa que había fabricado para vender, las dos mochilas, su DNI, su celular, hasta quedarse sólo con una bandolera y lo que tenía puesto.
Su deambular escapaba a toda decisión lógica, pero a María se la podía ver. Hasta que el viernes 8 de julio, casi a las 8 de la noche, después de que la secretaria de un médico la despidiera en la puerta del consultorio en el centro de Jujuy (ver recuadro página 38), María ya no se mostró más. Desde hace casi cinco meses, nadie más la vio. María no está. Ni acá ni allá. Los investigadores que siguieron sus pasos también perdieron el rumbo.
Una tradición familiar de consignatarios de hacienda en los años 20, ancestros conservadores, algunos departamentos en avenida Santa Fe y 9 de Julio, un padre que “defendió la Catedral” durante el peronismo, y después un lento y por momentos intenso descenso económico, fueron las variables que condujeron a María Cash a mudarse varias veces, ir de Barrio Norte a Barracas.
Estudió en distintos colegios católicos, pasó muchos veranos en Miramar, se anotó en una carrera de Arquitectura que nunca terminó de arrancar, estudió algunos meses Indumentaria, para diseñar su ropa y venderla en locales. Con las ganas de ser libre y autogestionarse. Después, desde los 20, estuvo muchos años de novia con un chico del Champagnat que empezó a estudiar Agronomía, y la ganó la idea de irse al sur, de armar su propia huerta, de encontrar en una comunidad su manera de enfrentar al sistema. Pero para complementar ingresos, María Cash debió ceder su simpatía y belleza para distintas firmas que la convocaron para promociones en la playa y tuvo algunos trabajos como modelo: está registrada en un desfile de modas con Laurencio Adot, que publicó Caras Novias.
Pero siempre mantuvo la idea de juntar plata y escapar de ese ambiente. Y mientras alquilaba una casa con amigas, probaba en forma efímera – todo era efímero – con un local en Plaza Serrano, Palermo, y practicaba danzas africanas, la idea de viajar se transformó en una necesidad espiritual. Llevaba el libro “Cómo sanar su vida”, de Louise Hay, y también empezó a acompañarla La Biblia. En los últimos 5 años convirtió sus días en un ir y venir constante; pueblos pequeños, tiempos largos, novios distintos que representaban lugares: Gustavo en Epuyén; un novio español en San Marcos Sierra, Córdoba; otro, ucraniano, en Pinamar; un intento de convivencia imposible, en Bolivia, con un iraní. Los chicos del Champagnat habían quedado lejos.
María no analizaba estrategias. Si se presentaba algo, ella se iba. Pero algo más profundo le había sucedido. La ciudad la volvía triste. Sentía que la había configurado de una manera antinatural. Y aspiraba a que los viajes la ayudaran a evolucionar, a superar miedos; a que tomar distancia la curase.
Buscó respuestas en la meditación. Fue al centro de Sahaja Yoga, en el Abasto, y se entusiasmó. Iba una o dos veces por semana, pero al tiempo sintió que no la habían ayudado. María, que no es de gritar, se lo cobró a un profesor de yoga de esa institución que encontró en forma casual en Aeroparque: “Ustedes me hicieron mucho más vulnerable, me hicieron sentir una planta, me arruinaron la vida”.
En junio de 2011, María Cash viajó al departamento de una amiga de su madre en Camboriú (Brasil), con su valija de ropa para vender. Trajo más de dos mil pesos y volvió con la idea de irse de Buenos Aires definitivamente. No estaba segura de instalarse en Bahía Blanca o en Jujuy. Se sentía mucho más compenetrada que nunca con Jesús.
El lunes 4 de julio se fue de su casa, contradiciendo el deseo de sus padres. Llegó a Retiro con su valija y dos mochilas, compró decenas de estampitas religiosas y un pasaje de la compañía Mercobus para irse a Jujuy.
No desarrolló una línea clara para llegar. En la infografía que atraviesa esta nota se ve que no hay lógica que pueda explicar sus movimientos. Pero lo cierto es que un día y medio después de su partida, a las 9 del 6 de julio, María Cash llega a San Salvador de Jujuy y camina unos metros hasta el taller mecánico “Aguilar”.
“Se paró en la puerta, miró un poco. Me preguntó si le podía cargar un celular. Lo tenía enredado. Le costaba sacarlo. Casi desiste. Me dijo que no tenía crédito en su teléfono, le di el mío e hizo una llamada. Comentó algo de ‘quedaron en venirme a buscar’”, explica hoy Carlos Aguilar a Clarín.
María llama a Juan Pablo Dumon, su ex compañero de Sahaja Yoga y su contacto en Jujuy, pero el teléfono no funciona (ver recuadro de la página 38). Entonces llama a otro número, que atiende su hermana, Paula. “Me dijo: ´Hola, soy María. Estoy en la estación. ¿Me pueden venir a buscar?´ Yo sabía que iba a venir, pero estaba durmiendo. Le dije que arreglara con mi hermano, o se tomara un remis y viniera a casa. Se lo pagábamos. Nosotros vivimos fuera de la ciudad”. “Listo, veo cómo hago….”, le respondió María.
Tres horas después, en el mediodía del miércoles 6, María cambia el rumbo. La ven en la entrada del pueblo Pampa Blanca, sobre la ruta 34, buscando un camión que la lleve hacia el sur.
Durante ese miércoles, el teléfono de María está colapsado de mensajes sin respuesta, y los Cash encienden la primera señal de alerta. No saben nada de ella desde el día anterior, cuando habló por teléfono con su madre. Su hermano Patricio confirma en Retiro que el micro llegó bien. Su padre da un paso más. Obtiene el teléfono de Paula Dumon, habla con ella y con Carlos Aguilar. Confirma que esa mañana estuvo en Jujuy.
Pero casi a la medianoche, a María la registra la cámara de seguridad de la estación de peaje de AUNOR, a 6 kilómetros de la ciudad de Salta. 23h.37m. Se la ve errática, va y viene. Ya no tiene la valija roja/bordó con rueditas, en la que llevaba la ropa para vender. Quizá también ahora haya tomado la decisión de dejar dos mochilas, y su documento, que aparecerá al día siguiente en el obrador del concesionario.
María va para la ciudad. No se sabe cómo cubrió 10 kilómetros, pero a la 1:15 del jueves 7 se presenta en la guardia del Hospital San Bernardo. La atiende Roxana Burgos, recepcionista. Le pide el documento. Hay unas quince personas en la sala. María ya no lo tiene. Menciona el número de su DNI: 30.276.289. La recepcionista pregunta qué le sucede. María no se lo informa. Se lo dirá sólo al médico. Tras 20 minutos de espera, el doctor Masramón abre la puerta. La llama. María está sentada a cinco metros, mira, no responde. Un hombre de seguridad insiste. La llama dos veces más. María no se deja atender. Se levanta, camina, da dos vueltas, se va. La recepcionista anota: “desorientada”.
Ya amaneció. Es el jueves 7 de julio. Máximo Cash le escribe un correo a su hermana. Tiene que sacar la batería, dejar el celular encendido, volver a colocarla. Le avisa que le cargó 50 pesos. El padre, Federico, llama a Jujuy. Le pregunta al mecánico Aguilar si puede averiguar si su hija fue registrada en algún micro para salir de la terminal. Al mediodía recibirá el reporte negativo. Para entonces, Cash ya habrá recurrido a sus contactos de la Gendarmería. Pide que le informen si su hija llega a alguna frontera. Refuerza el pedido con Aguilar. Le pide el teléfono del Escuadrón 21 de Gendarmería de La Quiaca y el de Paso de Jama (frontera con Chile), para que retengan a su hija si llegara a aparecer. Aguilar toma la guía y Cash anota los números.
Es la mañana del jueves 7. No se sabe dónde durmió María después de irse del hospital. Un transportista que la viera en Pampa Blanca (Jujuy) el día anterior dice que volvió a verla caminando por la calle Las Heras, en el centro de Salta. Una señora declaró ante los investigadores de la División Trata de Personas de la Policía salteña que por la misma zona María estaba buscando un local de artesanías que tenía un gimnasio en el primer piso.
Ese jueves 7, durante todo el día, María no está en ninguna parte. Se la vuelve a ver en la madrugada del viernes 8. Va a ser una jornada larga. María toca timbre en la avenida Tavella, muy cerca del centro. La atiende Paola Lobo. No es buena hora para presentarse: 4.30 am. Paola abre la ventana. Le pregunta a la chica qué quiere. “¿Qué querés?”, le dice. “Me pidió quedarse a dormir hasta que amaneciera – afirma Lobo –. No encontraba ningún camión que la llevara a Salta capital ni tampoco un colectivo. Me dijo que tenía miedo de caer en el prostíbulo, ahí enfrente …”
–¿Cómo estaba?, preguntamos.
–Tenía algo en la mano, unos trapos y las botas con el cierre abierto casi hasta el tobillo, como si se las acabara de poner. Quería ir a Salta capital. Pero esto es Salta capital …”. Las botas con cierre serán un dato clave para los investigadores (ver recuadro “Tenía …”). Paola Lobo le dice que no a María. María se va. Los perros ladran. A Paola ese “no” todavía le retumba en el alma.
Viernes 7. Buenos Aires ya amaneció sin novedades. Los Cash deciden viajar a Jujuy. Empiezan a preparar el Fiat Duna. A media mañana, en forma súbita, modifican el rumbo. A las 10, según la dirección de IP que luego detectó la División Trata, María está en un locutorio, escribiendo. Le escribe a todos los hermanos. Les pide los teléfonos de todos. Ya no tiene el celular. Perdió los “contactos”. También le escribe a su amiga. “Mana, necesito tu el te por mail de alguna amiga en Salta” (sic). María aprieta “send” y se va.
Cuatro horas después, otra vez en AUNOR, le pregunta a un agente de la Policía Federal cómo salir de Salta. Las cámaras la registran. Cruza la autopista, hace dedo antes del peaje. La levanta la familia del productor Juan Causarano. María se sube a la caja de la camioneta Chevrolet D 20, apenas responde algún comentario a través de la luneta. Es un viaje corto, de no más de 20 minutos. Se baja en la rotonda General Güemes para empalmar con la ruta 34 hacia el sur. Vuelve a hacer dedo. El rodado de Supermercados Miguelito se detiene. María sube, desconfía. Romero, el chofer, se siente incómodo también. Le ofrece agua. Cruzan el peaje de Cabeza de Buey de la ruta 34. Pese a ser una ruta nacional que conecta Bolivia con todo el norte argentino, curiosamente, ni la empresa concesionaria Vial NOA ni el gobierno de Salta se ocupan de colocarle cámaras de seguridad.
A la media hora de viaje, María pregunta qué hay enfrente. “Es el paraje de la Difunta Correa…”, dice Romero. Ella se baja. No aguanta más de 40 minutos en ningún lugar. Pero aunque no tenga claro para dónde va, esté desorientada, o bajo el efecto de la permanente duda, entre las 4 y 5 de la tarde, María está en el camino. Su hermano y su padre ya están por salir de Buenos Aires para ir a su búsqueda. Pero a María ya le quedan pocas horas para ser vista. Apenas dos. No se sabe cómo ni por qué al cabo de ese tiempo se presenta en un consultorio médico de Jujuy, a 73km de distancia (véase recuadro arriba). Es la última paciente. Está tranquila en la sala de espera, pregunta por unos jarrones, habla en forma coherente, se tira el pelo detrás de las orejas, su gesto clásico, tiene las botas con cierre, pasa al consultorio, la atienden, tose, abre la boca, le dan una receta, le recomiendan placas, se va. Le dice a la secretaria que en la próxima visita, le traerá un obsequio. Cuando sale del consultorio del pasaje Sánchez de Bustamante 233 de San Salvador de Jujuy, ese viernes 8 de julio, a las 8 de la noche, María Cash se vuelve invisible.
CLARIN