No razonemos: la experiencia como camino a la verdad

No razonemos: la experiencia como camino a la verdad

En una de las escenas más memorables de Good Will Hunting, el terapeuta Sean Maguire —interpretado con humanidad desbordante por Robin Williams— se sienta junto a su joven paciente en un banco de una plaza de Boston. El muchacho, Will Hunting, es un genio con una historia de trauma y abandono, que ha levantado una muralla de razón para no sentir. Sean no le habla como terapeuta, ni como figura de autoridad. Le habla como alguien que ha vivido.

“Podrías citarme a Shakespeare sobre la guerra”, le dice, “pero nunca sostuviste a tu mejor amigo mientras moría.”

No hay gritos, no hay dramatismo exagerado. Solo la verdad dicha con calma: saber no es lo mismo que vivir.

Este momento condensa una tensión clásica en la historia del pensamiento: la distancia entre el intelecto y la experiencia vivida. Desde los tiempos de los griegos, la filosofía ha oscilado entre estas dos fuentes de conocimiento. Platón confiaba en las ideas puras, en la razón como vía para alcanzar la verdad. Pero siglos después, pensadores como Søren Kierkegaard o Jean-Paul Sartre darían un giro radical: no basta con entender el mundo, hay que vivirlo.

La escena del banco es, en esencia, una lección existencialista. Sean le dice a Will: tus conocimientos no valen nada si no han sido encarnados. Puedes leer sobre el amor, pero no sabes lo que es mirar a alguien y confiarle tu alma. Puedes hablar de Dios, pero nunca has sentido su ausencia cuando más lo necesitabas. La vida, le dice sin decirlo, no se resuelve con ecuaciones.

Desde la psicología, el mensaje no es menos poderoso. Carl Rogers, uno de los padres de la psicología humanista, creía que las personas solo cambian cuando se sienten profundamente escuchadas y aceptadas. Sean no intenta “arreglar” a Will; simplemente se sienta con él, lo mira, y le habla desde la experiencia. En términos más actuales, lo que hace es ofrecerle un “espacio seguro” donde no tiene que probar nada. Y eso, para alguien que ha sido constantemente herido, es revolucionario.

Además, Will representa algo que muchos de nosotros vivimos sin darnos cuenta: el uso de la razón como defensa. Nos escondemos detrás del conocimiento, el sarcasmo, la lógica o incluso el éxito, para evitar el dolor que implica ser vulnerable. En este sentido, el discurso de Sean es también una invitación terapéutica: deja de razonar para no sentir.

La cultura contemporánea, hiperconectada e hiperinformada, valora el saber y la opinión por encima de la vivencia. Podemos hablar de ansiedad sin haber sentido una, opinar sobre la guerra desde un escritorio, analizar el amor con memes. Pero lo que nos transforma no es la información; es la experiencia. Es lo que se atraviesa, no lo que se explica.

La escena del banco nos recuerda algo esencial: no se trata de saber más, sino de vivir mejor. Y eso, a veces, implica soltar el control, bajar las defensas, y simplemente sentarse en silencio con alguien que ha estado ahí.

En tiempos donde la razón a veces se convierte en refugio o trinchera, Good Will Hunting nos ofrece una lección urgente: hay verdades que solo se descubren cuando dejamos de pensar… y empezamos a sentir.