26 Nov Valorar a la persona más allá de su trastorno mental
Por Carla Melicci
aúl se levanta todos los días muy temprano, toma unos mates, lee los diarios online y va a la radio FM Providencia, donde se prepara para salir al aire. Además canta, toca la armónica, conduce eventos artísticos y programas de televisión. No sabe qué es lo que más le gusta hacer. “Voy recorriendo caminos, etapa por etapa”, dice. En cambio, Américo ama el deporte. Fanático de River, reparte sus días entre el atletismo, la natación y los talleres de cocina y mecánica.
Raúl y Américo son fervientes representantes del Cottolengo Don Orione, de Claypole, provincia de Buenos Aires, donde viven hace más de 30 años. También representan a miles de personas que como ellos lograron romper con el estigma de padecer una enfermedad mental y reinsertarse -a su manera y con la ayuda de especialistas- en la sociedad.
Sin embargo, todavía existe en el inconsciente colectivo social la idea de que las personas que padecen algún tipo de enfermedad mental son violentas, criminales o peligrosas. “Todo lo aparentemente distinto en la historia de la humanidad ha sido visto como amenazante. Es un problema general de la sociedad estigmatizar -ponerle a un grupo de personas un valor negativo- y aquellas personas con enfermedades mentales cargan con esto, son apartadas socialmente por no poder trabajar, ejercer su derecho al voto, etcétera”, asevera Gustavo Guardo, presidente de Proyecto Suma, organización social civil que trabaja en la rehabilitación social de personas que padecen estas enfermedades.
Desde el Cottolengo Don Orione, Juan Peralta, coordinador técnico de la institución religiosa, explica: “En la estigmatización de estas personas se juega, por un lado, lo desconocido, la asociación de la enfermedad mental como una cosa peligrosa, como el miedo a ser agredido, y por otro, el no saber qué hacer frente a la persona que padece una enfermedad mental, qué esperar de él, como si fuera una cosa diferente al ser humano”.
Américo dice que no existen diferencias entre las 400 personas que conviven con él en el Cottolengo. “Somos todos una gran familia -afirma-. Me siento feliz, muy útil, porque me gusta poder ayudar a los demás. Hay que darle para adelante y apostar a la vida.” Y agrega que no se imagina lejos de la institución, “por las cosas que están pasando afuera. Yo ya soy parte de esto”, dice orgulloso Américo.
“En general da mucho miedo la enfermedad mental, a veces con razón porque merece precaución, porque tampoco debemos idealizarla -apunta Miguel Espeche, coordinador general del Programa de Salud Mental Barrial del hospital Pirovano-. Sin embargo, de la precaución a la estigmatización hay un largo trecho y es bueno que todos podamos tender a humanizar a la persona que la padece.”
Desde Proyecto Suma señalan que en la actualidad, los medios de comunicación “estigmatizan mucho al utilizar términos de diagnóstico psiquiátricos, peyorativamente. El 50% de las películas en las que aparecen asesinos son representados como portadores de alguna enfermedad mental, cuando los trabajos científicos no muestran esa asociación entre enfermedad mental y crimen -asevera Guardo-. Pensemos entonces qué le queda a los familiares de personas que padecen una enfermedad mental cuando leen despectivamente que sus familiares o ellos mismos tienen algo que para la sociedad es desvalorizante o peyorativo”.
“No es tan problemático que uno sea nombrado dentro del encuadre psicopatologista. Eso no impide que podamos ver el aspecto sano, libre, que pueda modificar su realidad. El problema no es el diagnóstico, sino que uno transforme a la persona en cosa -afirma-. Nos pasa en el Pirovano que cuando alguien se presenta, dice: Buenas tardes, yo soy psicótico, y nosotros le decimos: Pará, ¿cómo te llamás? El nombre está por encima del cuadro del diagnóstico, pero la persona está tan desestructurada que se organiza a través del diagnóstico.”
Reinserción social
No es imposible, pero sí difícil conseguir que las personas con enfermedades mentales puedan reinsertarse en la sociedad. Para realizar el tratamiento, muchas veces tienen que dejar sus trabajos, sus estudios, los vínculos sociales, el barrio. El desafío está en que esa pérdida no se prolongue en el tiempo.
En todos los casos, la familia y el núcleo que rodea a la persona que padece este tipo de enfermedad son clave para lograr la reinserción.
“Si no se trabaja en conjunto, el esfuerzo que realizan todos los agentes involucrados choca contra una pared. Es importante generar dispositivos de inclusión a través del arte, del trabajo, hacer actividades los fines de semana que es cuando la persona tiende a encerrarse, a estar más ensimismada -explica Guardo-. La inclusión social primaria es con la familia, no concebimos ningún abordaje sin ella. Trabajamos juntamente con vecinos de Recoleta -barrio en el que está la asociación- y hacemos campañas de información en escuelas privadas y públicas de la ciudad para desestigmatizar la enfermedad mental.”
Peralta concuerda con Guardo, pero dice: “Hay veces que la familia realmente no puede seguir conviviendo con esa persona y por eso decide internarla”. Pero si se dispusiera de otros medios de contención, “como espacios de apoyo, sistemas de internación domiciliaria y demás, muchas personas que padecen una enfermedad mental podrían continuar conviviendo con sus familias”. Y aclara Peralta: “No es tan común, por lo menos en nuestra experiencia, que las familias abandonen a sus miembros discapacitados en la institución”.
En materia laboral, el Estado nacional tiene la obligación de “ocupar personas con discapacidad que reúnan condiciones de idoneidad para el cargo en una proporción no inferior al cuatro por ciento (4%) de la totalidad de su personal”, especifica la ley N° 25689.
En este sentido, Espeche aclara que en ciertos casos, la persona que padece cierta enfermedad mental puede trabajar. “Hay que discernir, ver cuándo son capaces y cuándo no; no se trata de encontrarles cualquier trabajo -destaca-. En el programa, los profesionales de la salud nos derivan aquellas personas que ven que pueden mejorar. Es claro: por más terapia que haya realizado la persona, si no tiene un vecino, un amigo, un interés compartido con alguien, la inclusión social no puede lograrse.”
Y concluye: “Tuvimos el caso de una señora que abrió un taller de automasajes chinos, que es lo que ella sabía hacer, y lo tuvo por 20 años dentro de nuestros talleres y nadie le preguntaba su prontuario clínico. Por eso está bueno que haya lugares donde las personas pueden olvidarse de su aspecto patológico y sean parte de la sociedad”.
LA NACION