29 Nov El cerebro funciona “en automático”
Por Nora Bär
En los años 60, cuando el término “neurociencias cognitivas” ni siquiera se había acuñado y Michael Gazzaniga era un joven de poco más de 20 años, hizo descubrimientos sorprendentes, que contradecían las teorías de la época.
Por ejemplo, que funciones como la memoria o el lenguaje no están distribuidas uniformemente, sino que se concentran en ciertas regiones o circuitos. Y que los hemisferios derecho e izquierdo del cerebro también están especializados. Sus hallazgos fueron tan sobresalientes que su tesis de doctorado le valió al doctor Roger Sperry, su tutor, el Premio Nobel de Medicina de 1981.
¿Cómo surge una mente unificada de un cerebro especializado? Gazzaniga estuvo por primera vez en el país para dar una conferencia sobre este tema en el Instituto de Neurociencias Cognitivas (Ineco) y recibir un doctorado honoris causa de la Universidad Favaloro. También arriesgó algunas respuestas a esta pregunta.
-Doctor Gazzaniga, después de cinco décadas en la vanguardia de las neurociencias, ¿cuál diría usted que es la visión que prevalece sobre cómo funciona la mente?
-Hoy creemos que el grueso de la actividad mental se procesa en módulos mayormente automáticos para que los sistemas de toma de decisiones no tengan que vérselas con los 10 millones de pasos que intervienen en cualquier acto: hablar, mover las manos, rascarse la cabeza… Todo eso es automático y está fuera de la conciencia. Ahora, cómo se produce la integración modular que da lugar a las respuestas neurológicas ¡es un misterio total! Eso es lo que tenemos que entender. Pero si hoy tuviéramos la respuesta, no podríamos apreciarla. Tenemos que ir comprendiendo muchos procesos para vislumbrar exactamente las preguntas que deberíamos hacernos.
-¿Quiere decir que la mayor parte de nuestra actividad mental es inconsciente?
-Es una idea bastante establecida. Estos subsistemas están trabajando todo el tiempo sin que seamos conscientes de ellos. Todos los sistemas de información tienen esa característica: se construyen en distintos niveles de control.
-¿Y dónde estaría la conciencia? ¿Podría tener una localización anatómica?
-No, no, uno podría pensarla como un sistema de funcionamiento en paralelo y vastamente distribuido. Déjeme aclararlo: durante muchos años estudié pacientes que habían sido operados para controlar su epilepsia y a los que se les había seccionado la comunicación entre los hemisferios cerebrales. Ellos no podían describir verbalmente nada que se encontrara a la izquierda de un cierto punto. Tal vez el hemisferio izquierdo, el que está hablándome, no sabe que hay algo mal, no está consciente, y por eso no se preocupa de no poder hacer ciertas cosas. Yo creo que el mecanismo que posibilita la conciencia es múltiple y que hay millones de esas partes. Pero cómo es ese circuito y cómo funciona en el nivel de las neuronas… no tengo la mínima idea.
-El cerebro tiene tal complejidad que hay quienes vaticinaron que nunca llegaremos a comprenderlo. A su modo de ver, ¿en qué lugar del túnel nos encontramos?
-Bueno, el ADN, la base molecular de la herencia, fue descubierto en 1954. ¡Y mire todo lo que aprendimos acerca de la complejidad de la célula! ¡Es absolutamente increíble! Hace 60 años pensábamos que un gen producía proteínas y que éstas producían la enfermedad. Hoy sabemos que cuando se expresa un trozo de información genética se ponen en juego procesos complejísimos. Y esta vasta cantidad de conocimientos fue articulada en las últimas seis décadas. Las neurociencias están empezando a desarrollar modelos ricos para comportamientos importantes (como la memoria, la toma de decisiones…), pero todavía son muy jóvenes en relación con la comprensión de los mecanismos en los que todos estamos interesados.
-Si el cerebro funciona con piloto automático, ¿se puede decir que somos responsables de nuestros actos?
-Sí. La responsabilidad surge como un contrato social. Si usted es la única persona del mundo, la idea de responsabilidad no tiene mucho sentido. Pero ponga a dos y querrán establecer algunas reglas. Y si pone a siete mil millones, tendrá que regirse por leyes. Esa característica de cualquier red, sea social o virtual, como la Internet, exige que no se haga trampa, porque si no el sistema no funciona. Los cerebros son automáticos, pero las personas somos libres.
-¿Los conocimientos sobre la mente modificarán el modo en que se administra justicia?
-Todavía no estamos preparados para sacar las conclusiones que quisiéramos. Una forma de pensar acerca de esto es comparándolo con el ADN. Hoy, si usted tiene evidencia genética de que alguien estuvo en la escena del crimen, es indiscutible. Las neurociencias no pueden hacer predicciones tan seguras sobre los efectos de una lesión cerebral o sobre el impacto del medio ambiente en una tendencia genética. No pueden decir con certeza que esas cosas causan un cierto comportamiento antisocial. Todavía son muy jóvenes para ser llevadas a la corte, pero ¿va a pasar? Sí. En los próximos 10 o 15 años podrán aplicarse en situaciones legales.
-Uno de sus asombrosos descubrimientos fue que el hemisferio izquierdo del cerebro posee un sistema (el “intérprete”) que toma la información incompleta con que cuenta y elabora una historia coherente para explicarla. ¿Qué nos dice eso de nuestra capacidad para conocer la realidad?
-Si usted es consciente de las implicancias del intérprete, como es mi caso, descarta muchas de esas historias. Desarrollamos nuestras narraciones, las testeamos, les agregamos detalles… Todo eso integra nuestra teoría de la realidad. Es fantástico. Es algo único de los humanos.
-¿Y también es automático?
-Sí, en el mismo sentido en que todo el cerebro es automático. Por ejemplo, si uno les pide a las personas que hagan juicios morales sobre diversas situaciones, el 90% ofrece las mismas respuestas. Pero cuando les pregunta por qué, cuentan todo tipo de historias diferentes basadas en su cultura, en su medio ambiente, en sus propias experiencias.
-¿Es ése el origen del arte?
-Un amigo escribió un libro que se llama El animal que cuenta historias: cómo las historias nos hacen humanos [ The storytelling animal: how stories make us human, con fecha de publicación para 2012]… Tenemos una idea de por qué lo hacemos y por qué tenemos una tendencia a la ficción: nos ayuda a prepararnos para situaciones que podrían suceder. Imaginando estos escenarios, si algo similar ocurre, no nos toma totalmente por sorpresa. De modo que el arte, más allá de que nos entretiene, nos otorga una ventaja evolutiva.
-¿Cuál piensa usted que es la pregunta más importante que deberán contestar las neurociencias en el futuro cercano?
-No hay duda de que las neuronas producen nuestra vida mental y que nuestros estados mentales influyen en nuestro cerebro. Ahora… ¿cómo se produce esa interacción? Hoy tenemos explicaciones muy lineales, A afecta a B, que afecta a C… No es así como sucede… Una metáfora que utilizo, aunque no es exactamente así, es la del software y el hardware : no son nada hasta que interactúan. Tenemos que capturar esa interacción entre el cerebro y la mente, y desarrollar un vocabulario para describirla.
LA NACION