El nuevo ecosistema mundial

El nuevo ecosistema mundial

Por José Claudio Escribano
Una de las cuestiones examinadas en tres días de debates en la décima segunda versión del Foro Iberoamérica se concentró en los cambios introducidos en la contemporaneidad por la red global. Las palabras habitualmente sabias del veterano embajador brasileño Marcos Azambuja, quintaesencia de las mejores tradiciones de Itamaraty, penetraron sin concesiones rutinarias en la materia: nos encontramos en la hora de la simultaneidad y de la no confidencialidad.
Eso predispone para actuar de otra manera que en el pasado, suscita fenómenos de desconocida magnitud y quiebra antiguos paradigmas en la cadencia de la diplomacia. Desde esa perspectiva trazada por quien fue embajador del Brasil en Buenos Aires, los casi 300.000 mensajes diplomáticos revelados por WikiLeaks a la prensa internacional no han sido producto de una filtración informativa, sino de una inundación monumental.
Cuando todo se ha convertido en instantaneidad y vértigo por la caudalosa fuerza de los flujos informativos que recorren la red global, ¿no habrá llegado por un momento la hora de detenerse? ¿O de abrir un renovado crédito a la famosa contestación de Talleyrand a quienes lo apremiaban para que se definiera ante un cierto asunto?: “Es urgente esperar”. En boca de Azambuja, la cita de quien fue primer ministro de Francia es como el testimonio personal de un viejo y respetado zorro.
Todo es nuevo. Facebook, Twitter. Nada de eso existía hace diez años. Ahora pretendemos, sin embargo, tener respuestas categóricas -inmediatas y definitivas, desde luego- para todo lo que emana de ese nuevo mundo. No reconocemos que lo único que se sabe de verdad es que la más grande revolución de los últimos cien años ha sido la del orden de las telecomunicaciones. Una revolución que ha propulsado novedades por las cuales envejecen con rapidez inusitada los conocimientos de ayer: desde la medicina a la agricultura de precisión, las nuevas tecnologías atropellan con avances por los cuales, en relación con el pasado inmediato, se ha trastocado el eje de muchas de las disciplinas del intelecto.
Pero es una revolución en marcha. Aún nos tiene atrapados en la transición entre dos grandes épocas de la humanidad. Sobran incógnitas sobrecogedoras sobre la influencia más profunda que ejerce, no en cuanto a la generación de informaciones, sino respecto del comportamiento de los individuos y las sociedades de aquí en adelante como consecuencia de sus extendidos efectos.
Río es la ciudad de la exuberancia natural para introducirnos en debates de esa magnitud planetaria e indagarnos, con la historiadora española Carmen Iglesias, sobre qué modificaciones introducirá en la conducta humana el giro copernicano impuesto por aquella revolución. Ya sabemos, dijo Iglesias, que en un paso anterior en el tiempo la revolución científica cambió la estructura de nuestro pensamiento. ¿Lo cambiará también esta otra? ¿De qué modo?
La más grande escritora y poeta contemporánea del Brasil, Nélida Piñón, pronunció en el Copacabana Palace, sede de los encuentros del Foro, el discurso de recepción de cinco ex presidentes latinoamericanos y del centenar de funcionarios internacionales, políticos, intelectuales y empresarios de América latina, España y Portugal convocados para debatir estos temas. Allí estaban Fernando Enrique Cardoso y José Sarney (brasileños), Ricardo Lagos (chileno), Jorge Quiroga (boliviano) y César Gaviria (colombiano). La autora de La república de los sueños les recordaría que Brasil es el fruto de un realismo pautado por fuertes dosis de fantasía y que una de sus fuerzas más profundas proviene de la lengua que, “hablada en el hogar, en la cama, en la vía pública, pertenece a los amantes, a los guerreros, a los dictadores, a los vándalos, a los torturados”, y sirve a todos por igual para celebrar la poesía. Es la lengua, dijo, “de los falsos doctrinarios que nos engañan so pretexto de servirnos y de los pecadores que se arrepienten sabiendo de antemano que luego incurrirán en la misma culpa”.
Las columnas altas y vigorosas del salón de época dispuesto para esa comida de bienvenida se habían revestido con una selva de orquídeas -la cymbidium, la oncidium, la renanthera, la cattleya, la denbrobium- cuyo colorido diverso de rosas, bermellones, amarillos y lilas níveos restallaba como metáfora ilustrativa del barroco profuso en una tierra de abundancia y desmesuras. Esa belleza ventajosa de las orquidáceas competía con la serena palidez verde de los ferns y la lujuria verdosa de las costillas de adán (la monstera deliciosa). Fue el impresionante espectáculo ornamental del grandioso jardín colgante que se concibió para una sola noche y dejar con la boca abierta a hombres que creían estar de vuelta de todos los espectáculos de la vida.
Eso es lo que es Brasil. Alegre, desenfadado, irrepetible, exorbitante como aquel titular de hace más de cuarenta años del Correio da Manhã, que a propósito de haber embestido un barco los muelles de la bahía de Guanabara, informó al día siguiente, según registro todavía en la memoria: “Navio colidiu o continente”. Brasil, el de ayer y el de hoy, el que se prepara para transformar a la vieja capital del imperio y la república en sede aggiornada a tono con dos de los más grandes acontecimientos de los próximos años: el Campeonato Mundial de fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016. Es el Brasil que, en otra comida del Foro, en la de la despedida, se permitirá decir a los amigos europeos -españoles, portugueses-, por la voz del ex presidente Cardoso, y con ese dejo peculiar de sutilezas entrenadas en cortesías imperiales y ambigüedades hechas a medida, que, cuando ellos realicen en sus países las reformas estructurales que ha hecho Brasil, volverán sin duda los viejos y buenos tiempos de bonanza.
Palabras que denuncian la existencia de otro cambio histórico. Después de mucho tiempo, después de más de un siglo, tal vez, América latina comienza a decirle a Europa cómo deben hacerse las cosas. Una América latina dispuesta a impartir consejos con la desaprensión acostumbrada en quienes pasan alto los propios pecados y la incertidumbre que siguen dejando para el futuro de nuestras sociedades la corrupción sistémica de las instituciones y el grado inusitado de violencia que ha puesto a la región, como se dijo en este Foro con insistencia, por encima de los peores niveles del Africa subsahariana. O sea, estamos peor que nadie.
La red global ha mutado de forma radical la comunicación entre las gentes y constituido fenómenos del tipo de Facebook, con 750 millones de usuarios en el mundo, o de Twitter, con 200 millones. Esa expansión determina que organizaciones ajenas a cualquiera de los sistemas institucionales clásicos tengan hoy más informaciones sobre las personas que los propios gobiernos. Es, como se comprenderá, una manera de decir: nadie se engaña en cuanto a que esas organizaciones comparten con la CIA o con los servicios de inteligencia del país de que se trate todo tipo de informaciones valiosas sobre los individuos. Lo dijo sin pelos en la lengua el ex primer ministro de Portugal Francisco Pinto Balsemao: “Estas redes son el sueño de las policías secretas. Lo saben los iraníes y los sirios. Aunque es cierto que en ‘la primavera’ de Tunisia, Egipto y Libia sirvieron a revoluciones que todavía tenemos que ver cómo acaban”.
La gente se mete en las redes para cuestiones tan sustantivas como la de confirmar la propia identidad. Y eso se sobrepone a que por ellas circulen a diario decenas de millones de mensajes triviales del tipo de: “Estoy comiendo una hamburguesa en Retiro”. Modestísima proclamación gastronómica. Pero a alguien le habrá interesado hacerla, sea por la convicción o por la esperanza de llamar la atención de un congénere, y hasta es posible que un mensaje fungible como ése se convierta en el código que lleve a dos vidas a un nuevo destino compartido. ¿Acaso, es poco? Al su lado, ¿qué relevancia podría, pues, adjudicarse al desdén del resto del mundo por los mensajes de igual tenor que desbordan por cientos de millones de celulares y computadoras?
Beatriz Paredes, ex embajadora en Cuba y una de las líderes del Partido Revolucionario Institucional, que podría volver pronto al poder en México -al que gobernó durante setenta años seguidos-, observó que precisamente los jóvenes comparten en la Red nada menos que sus vidas, aunque no la discreción. Se ha ido tan lejos que los jóvenes, y los más adultos movilizados en la Red, han desvalorizado antiguos paradigmas y logrado establecer en todas partes un reto novedoso a las democracias representativas, a cuyos dirigentes juzgan sin responsabilidad alguna, hasta enmascarados en el anonimato que lo permite todo, incluso las bajezas de la peor ralea.
El liderazgo de Camila Vallejo, en las revueltas estudiantiles de Chile, es emblemático de la celebridad de categoría mundial que se gesta en la Red y por fuera de los cánones jerárquicos.
La noción de tiempo lento, relacionada con la reflexión y la crítica fundamentada, fue invocada por el ex rector de la Universidad de Buenos Aires Guillermo Jaim Etcheverry. Se preguntó si nuestros chicos no tienen derecho a saber que existen otros tiempos que los marcados por el vértigo electrónico en la transmisión de informaciones y datos. Jaim Etcheverry complementó así una exposición en la cual su coterráneo Santiago Kovadloff apuntó que la idolatría por la velocidad remite a nuevas creencias, en la que no suele aparecer el contacto del maestro con el alumno. Pasión por la inmediatez, ¿pero pasión equivalente por lo que se comunica?
En tiempos en que pareciera que lo mejor es la brevedad, Augusto Monterroso debería ser el ícono de moda. “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, es con seguridad el cuento más conciso de la literatura. Tanto que ocupa menos de la mitad del espacio de los 140 caracteres de Twitter. “Pero del otro lado -previno Kovadloff- están Victor Hugo, Faulkner, que algo nos dicen y requieren un esfuerzo mayor para escucharlos.”
Como las discusiones habían entrado de lleno en el capítulo de la literatura y la red global, el filósofo y novelista mexicano Federico Reyes Eroles invitó a que nos hiciéramos una pregunta muy simple: “Desde que apareció el ordenador, ¿hay mejor literatura?” Reyes Eroles abordó la cuestión de las redes desde otra visión de no menor relieve social: la conversación está herida, el sosiego se pierde, el maximalismo digital nos lleva a estar rodeados por todos. ¿Es lo que queremos?
La posibilidad, y hasta el coraje, de ejercitar el pensamiento crítico seguirá siendo, de cualquier manera, la clave del progreso real y de que el hombre, ese ser incompleto por definición, sea más hombre. En medio de la revolución informática incontrastable es todavía inagotable el caudal de preguntas pendientes de respuesta categórica. Kovadloff hizo algunas: ¿hasta dónde la Red es virtuosa? ¿Cuánto hay en ella de toxicidad? ¿Va a cambiar en el periodismo, a raíz de esta revolución, lo que él tiene de sustancial, que es apostar por la investigación de lo que sucede y relatar una historia con la pasión de que sea habitada por quien no la vivió?
Hay, en suma, un nuevo ecosistema mundial de las comunicaciones, en el que ni el Pentágono, según se anotó con razón, casi no tiene necesidad de configurar mapas de nada, porque lo que tiene que hacer se reduce a bajarlos de Google Earth, que lo puede hacer cualquiera. Entretanto, nada alterará la vieja premisa, invocada por el lingüista peruano Julio Ortega, catedrático de Brown University, de que las tecnologías no son buenas ni malas. Depende de cómo se las use.
Y para que no hubiera dudas de que a pesar de todo seguimos siendo las criaturas humanas de siempre, con sus debilidades, ternuras, inseguridades, emociones, todos estábamos de pie, como si nada, aplaudiendo la noche de despedida cuando Maria Bethânia, en el morro de la residencia hospitalaria de Roberto Marinho, de O Globo, cantaba para nosotros. Deslumbrándonos con la voz y la levedad de junco con que cimbreaba al compás de la música popular vernácula. Otras curvas de la herencia barroca del Brasil. Naturaleza hecha cultura entre el sincretismo de la corte de Braganza, la negritud que llegó encadenada y el mestizaje de españoles, portugueses, judíos, árabes.
Al final de la noche, la música encendió el fuego de un baile contagioso y el presidente Cardoso, sacudiéndose de encima el peso de ochenta años de vida, se entreveró en el coro alegre que acompañaba a la Bethânia, mientras ésta se despedía con el “O que é, o que é”, de Gonzaguinha: “Viver e não ter a vergonha de ser feliz/ Cantar (e cantar e cantar)/ A beleza de ser um eterno aprendiz/.” (“Vivir y no tener vergüenza de ser feliz/ cantar y cantar y cantar la belleza de ser un eterno aprendiz.”
En Brasil, país de utopías cumplidas.
LA NACION