Malvinas: Diario secreto del ataque al crucero General Belgrano

Malvinas: Diario secreto del ataque al crucero General Belgrano

Por Nadia Celeste Durruty

Muchos de los misterios del hundimiento del crucero General Belgrano son develados por primera vez en la bitácora original del comandante británico del Conqueror, el submarino nuclear que hundió al buque argentino y dejó 323 muertos.

Clarín tuvo acceso al diario de guerra que se mantuvo oculto durante 40 años y documenta la mayor tragedia histórica en el mar argentino desde la visión inglesa. Se trata de un extracto desclasificado de la “Operación Corporate”, nombre en código que el Reino Unido dio a sus acciones. Tiene 222 páginas en las que el comandante describe con minuciosidad la detección, el seguimiento y el ataque al crucero argentino, minuto a minuto, día tras día.

Además, contiene los mensajes de los servicios de inteligencia británicos con llamativas precisiones, horarios, rumbos, velocidades y posibles ataques a naves de bandera argentina desde el 6 de abril de 1982 hasta el 16 de junio, cuando finalizó su misión.

Clarín también accedió al acta del 2 de mayo de 1982 “TOP SECRET” con los cambios en las reglas de combate (ROE en inglés) decididos en tiempo récord por Margaret Thatcher y su gabinete de guerra para atacar al buque insignia de la Armada Argentina por fuera de la zona de exclusión total (ZET). Ese día cambió la guerra.

“El Belgrano y sus escoltas han cambiado nuevamente el rumbo hacia el oeste [en dirección al continente] en vez de ingresar a la zona de exclusión total: TRISTE”, expresó decepcionado en su cuaderno naval de operaciones el comandante británico Christopher Wreford-Brown que estaba al mando del Conqueror. Eran las 9 de la mañana de aquel fatídico 2 de mayo, y aún no imaginaba que Thatcher le daría luz verde para atacar al viejo acorazado argentino, pese a estar por fuera de las 200 millas alrededor de las Islas Malvinas delimitadas por los propios ingleses.

El Conqueror soltó amarras el 3 de abril del ’82 de la base naval Faslane, en Escocia, rumbo al Atlántico sur con 103 tripulantes. Era un monstruo marino de última generación que operaba en la Royal Navy desde 1971 y poseía un reactor nuclear como fuente de energía que le permitía patrullar sin emerger.

El comandante comenzó su relato el 6 de abril, cuando transitaba hacia el sur a “MÁXIMAS REVOLUCIONES”. Intentaba ir rápido y a la mayor profundidad posible, pero los problemas de comunicación lo obligaban a subir a plano de periscopio y salir a superficie para reparar el mástil inalámbrico. Las interferencias y dificultades para descargar los mensajes del satélite casi obligan al capitán a retirarse de la Operación Corporate. De haber sucedido eso, seguramente la historia de Malvinas sería otra.

Pese a los problemas para recibir y descifrar los mensajes, el 10 de abril a la madrugada el Conqueror recibió la indicación de “vigilar las operaciones en Georgias del Sur”. El plan británico era, en principio, recuperar este archipiélago donde había desembarcado un comando argentino el 3 de abril, liderado por el teniente Alfredo Astiz y sus infantes de Marina.

A las 6.30 de la mañana del 18 de abril, el Conqueror ingresó a la zona de exclusión de 200 millas alrededor de las Georgias del Sur. Fue el primero en llegar allí para vigilar y bloquear a la flota argentina que pretendiera acercarse al área. Durante los días 19 y 20 de abril, el submarino británico estuvo patrullando a 14 millas al norte de las Georgias, de este a oeste.

“He dejado la zona de exclusión marítima. Mis ROE ahora han cambiado. Sólo argentinos submarinos pueden ser atacados. En teoría, debería retirar mis torpedos Mk 8. En la práctica, no lo haré”, escribió desafiante el comandante Brown en la bitácora el 23 de abril. Ese día le ordenaron dirigirse al noroeste, más cerca de las Islas Malvinas, aunque sólo 27 horas después le exigieron regresar ya que existía la amenaza de un submarino argentino en Georgias. “Esa contraorden salvó al ARA Santa Fé de ser detectado por el Conqueror”, comentó una de las fuentes consultadas que se sorprendió por el rol que jugó esa nave británica en Malvinas.

El Belgrano era un veterano del mar de 185 metros de eslora, con un largo y glorioso historial de combate, en el que la suerte lo había acompañado a través de años de permanente acción en aguas de todo el mundo. Había sido botado por la Armada norteamericana en 1938 y salió indemne del ataque japonés en Pearl Harbour. En 1951 fue adquirido por Argentina. Hacia abril de 1982, era una unidad más emblemática que operativa. Ese mes debió posponer dos veces su partida desde Puerto Belgrano debido a reparaciones. Pese a ello, el 16 de abril zarpó con 1093 tripulantes hacia el Atlántico Sur. Le faltaba una última y trágica misión. Se le había ordenado respetar la zona de 200 millas impuesta por los británicos.

El 29 de abril el Conqueror se dirigió al área “FALKLAND GREEN” para operar contra el Belgrano y sus escoltas. Es decir que la inteligencia inglesa ya estaba al tanto de la estrategia naval argentina y ordenó a Brown a torcer el rumbo hacia el sur cuando se encontraba a medio camino entre Georgias del Sur y las Falkland Islands. “Tenían las áreas, las ubicaciones precisas, las intenciones, las denominaciones de los grupos de tareas. El Comandante sabía todo lo que estaba pasando casi como si fuese de la flota argentina”, se sorprendió uno de los especialistas consultados de la Armada Argentina.

Si bien los libros de historia cuentan que el Belgrano fue detectado el 1 de mayo de 1982, el diario de navegación del submarino saca a la luz la versión de su propio comandante. Fue el 30 de abril a las 16.25 cuando el Conqueror inició la detección con el buque petrolero Puerto Rosales -que Christopher Wreford-Brown Comandante del Conqueror.

A los 36 años estuvo al mando del submarino nuclear que hundió al crucero General Belgrano. En su bitácora de navegación describió con minuciosidad la detección, el seguimiento y ataque al buque argentino. También volcó información íntima y sus estados de ánimo. Regresó victorioso al Reino Unido, con todos los honores. Había logrado hundir al Belgrano y provocó casi la mitad de las bajas argentinas en la guerra de Malvinas.

reaprovisionaba combustible al Belgranoa través del sonar a unos 91.500 metros. Hacia las 20.15, recibió las coordenadas exactas de la ubicación del Belgrano y sus escoltas: el GT 79.3 se encontraría en el “Área Miguel” a 75 kilómetros al norte de la Isla de los Estados, en la provincia de Tierra del Fuego. “Si están allí, sólo puedo decir que el soporte de inteligencia es EXCELENTE”, expresó maravillado Brown en su bitácora. Mientras corrían las primeras horas del 2 de mayo, el Conqueror continuaba trackeando al convoy Belgrano a la espera de que emprendiera rumbo norte hacia la zona de exclusión. Sin embargo, ante la orden de repliegue argentina, el grupo cambió el curso hacia el continente a las 9 de la mañana. “TRISTE”, expresó Brown en su diario. “Aunque la inteligencia supone que van a entrar a la ZET, pareciera que tienen una idea diferente”, se lamentaba el Royal Marine.

Al mediodía, los buques argentinos ya transitaban hacia el continente a 24 kilómetros al sur de la zona de exclusión, de acuerdo a los datos que dejó asentados el comandante del submarino. Ninguno de ellos era consciente del nuevo acompañante.

El Conqueror los seguía de cerca mientras navegaba a 5600 metros por detrás de uno de los escoltas y a casi 8200 metros al noreste del crucero.

A lo largo del relato, el capitán Brown demostró siempre la importancia de respetar las 200 millas alrededor de las Islas Malvinas que Gran Bretaña había delimitado para atacar naves argentinas. Fue reiterativo y dejó en claro que el Belgrano y sus acompañantes jamás habían entrado a la zona de exclusión desde que los detectó con el radar a las 16:25 del 30 de abril. Pero hubo un cambio de reglas que se gestó en Chequers, la casa de campo oficial de Margaret Thatcher. A las 12.45 se despachó la decisión militar de que las fuerzas británicas estaban autorizadas a atacar cualquier buque naval argentino, excepto unidades auxiliares, en alta mar. Tanto dentro de la ZET como fuera de ella.

“Me dieron permiso para atacar”. Eso escribió Wreford-Brown a las 16.25 de aquel 2 de mayo cuando le ordenaron torpedear al Belgrano. Quería estar seguro de haber recibido semejante orden y esperó repeticiones en los mensajes para avanzar. A las 17.18, el comandante intentó atacar primero sobre la banda de estribor (costado derecho), pero luego decidió arremeter por la banda de babor. Finalmente, el Conqueror atacó al Belgrano viniendo desde el sur en forma perpendicular al crucero, casi proa con proa. A una distancia de apenas 1280 metros lanzó los tres torpedos Mk 8, de los cuales dos de ellos tardaron apenas 15 segundos en impactar al acorazado. A las 18:57 anotó las tres explosiones en su diario y se sumergió a una profundidad segura de 300 pies rumbo al sur para no ser detectado. 274 tripulantes habían muerto en el acto con el primer proyectil que pegó en la sala de máquinas. Recién 24 horas después, el Conqueror recibió el mensaje de que el Belgrano se había hundido. Pero todavía no había terminado su misión: el 4 de mayo regresó a la zona del hundimiento para acechar a los buques que estaban en operaciones de rescate.

Según las anotaciones de Brown, a las 08.45 de ese día se ubicó por debajo del buque hospital Bahía Paraíso y comenzó a seguirlo hacia la zona de de rescate donde había 72 balsas con sobrevivientes en un mar embravecido. “No me autoriza a atacar buques de guerra involucrados en operaciones de rescate (con toda la razón)”, expresó el capitán en su bitácora. Y se retiró hacia el norte.

 

CLARÍN