07 Oct Premian investigaciones sobre cómo las células reconocen tacto y calor
Por Martín De Ambrosio
El Premio Nobel de Medicina se puso picante por partida doble. Por un lado porque la Academia sueca decidió no ir a lo obvio, al candidato que pagaba dos pesos, la plataforma de vacunas ARNm que, además, había recibido otro premio que suele ser predictivo, el Lasker-DeBakey Clinical Medical Research Award. Después de más de un año y medio de pandemia, y con la diseminación de la tecnología para atacar del mismo modo otras enfermedades infecciosas, era cantado. Pero Suecia se toma su tiempo; a veces, el premio llega rápidamente luego de la aplicación o descubrimiento (como a Doudna/Charpentier por la técnica Crispr de edición genética, Nobel 2020); a veces, puede demorar décadas.
Y la segunda razón fue porque uno de los investigadores premiados se valió de la capsaicina (la sustancia que le da esa cualidad al ají bravo). Formalmente: los ganadores son el norteamericano David Julius y el libio armenio Ardem Patapoutian (afincado en Estados Unidos), que se convirtieron en los receptores del Nobel de Medicina de 2021 por su estudio en receptores de temperatura y humedad.
Hacia fines de la década de 1990, “David Julius usó la capsaicina, un componente del ají que induce la sensación de quemazón, para identificar un sensor en la terminales nerviosas de la piel que responden al calor”, dijo en un comunicado oficial la Academia, que les repartirá en partes iguales alrededor de US$1,2 millones, pero suspenderá el banquete de diciembre por segundo año seguido. “Ardem Patapoutian usó células sensitivas para descubrir un nuevo tipo de sensores que responden al estímulo mecánico en la piel y en los órganos internos”, argumentó.
Ambos descubrimientos –hechos respectivamente en la Universidad de California en San Francisco y la también californiana Scripps
Research de La Jolla– “llevaron a la comprensión de cómo el sistema nervioso humano nota el calor, el frío y los estímulos mecánicos. Los laureados identificaron eslabones perdidos críticos en nuestra comprensión de la compleja interacción entre los sentidos y el ambiente”, se afirmó.
Técnicamente, Julius identificó el canal TRPV1, que se activa con un calor doloroso (el del picante justamente); el de Patapoutian es el Piezo1, que se activa con una fuerza como un apretón, por lo que también es importante en lo que se conoce como “propiocepción”, la percepción del propio cuerpo (el humano sabe dónde está sus extremidades, por ejemplo, o que es necesario orinar).
Los investigadores argentinos que trabajan en el mismo campo, de la estimulación corporal externa e interna, de los canales por donde va la información hasta el sistema nervioso central, sintieron que el premio también los reconoce de algún modo. “Estamos muy contentos porque los canales iónicos vuelven a ser noticia”, dice a la nacion Jesica Raingo, vicedirectora del instituto multidisciplinario de biología celular (Imbice), CIC-Conicet-UNLP, que trabajó sobre la materia en los Estados Unidos, volvió al país en 2010 para armar su propio laboratorio y continuar una larga tradición de electrofisiólogos.
“Son canales [por donde pasa la información] bien difíciles de estudiar y de una relevancia altísima porque participan en procesos fisiológicos como sentir o no sentir dolor”, agrega la también investigadora independiente del Conicet.
El trabajo de Julius, sobre todo, generó una cascada de investigaciones en su área y el conocimiento se multiplicó gracias a esa obra pionera. “Al identificarse los canales, aparecen como componentes de patologías como los dolores neuropáticos: se siente dolor en situaciones que no deberían gatillarlo, es decir que hay una alteración”, completa Raingo.
Se trata entonces de trabajos de ciencia básica, casi del orden de lo químico, pero con enormes implicancias y consecuencias en el conocimiento de cómo funciona el cuerpo humano. Esas sensaciones son algo tan de todos los días que muchas veces no se piensa qué hay detrás, qué sustrato material lo sustenta. Al desandar ese camino se llega a instancias donde hay exceso o déficits en las sensaciones que pueden llevar al dolor y a la enfermedad.
Yendo al otro costado, al práctico, así lo explica Mara Galmarini, investigadora del Conicet y coordinadora del laboratorio de análisis sensorial de la Universidad Católica Argentina (UCA), también alegre por el premio: “Si entendés cómo funciona sabés que si le ponés un poquito de picante a la pizza, al principio no lo sentís, tarda un poco en sentirse y después sabés que es supercaliente. Ese tiempo es lo que descubrieron: que la molécula llega al receptor y después va al cerebro, por eso tarda. Si no le das ese tiempo y le ponés mucho, porque no resulta tan picante, al rato te morís del calor. Ellos descubrieron que hay un receptor específico que determina cómo funciona la relación entre estímulo y reacción, y cómo el cerebro traduce esa información”, dice.
La serie de trabajos del Nobel de Medicina de este año no constituyen entonces una mera curiosidad sino, como mencionó Patrik Ernfors –un miembro del Comité Nobel– “se descifró uno de los secretos de la naturaleza”. Nada menos que la base material de la conexión de la mente y el cuerpo humanos con lo que hay a su alrededor, que otros llaman universo.
Las investigaciones distinguidas se desarrollaron en dos universidades de California.
LA NACION