Hombres misioneros

Hombres misioneros

Por Zhao Xu
A Li Xiumei le encanta la nieve. “Purifica y silencia todo, especialmente en esta parte del campus”, expresó la profesora adjunta de derecho del Instituto de Administración de Beijing. “Después de una noche de nieve, vine acá por la mañana para dejar mis pisadas en el inmaculado blanco; pisadas que me llevaron a un grupo de hombres que se ha instalado en mi imaginación y al que he dedicado mucho de mi tiempo durante la última década”.
Para ser preciso, han sido las repetidas visitas a las tumbas de estos hombres lo que ha mantenido a Li ocupada. Es¬tas tumbas, que se erigen en forma silenciosa sobre una parcela de tierra de 200 metros cuadrados, están muy pegadas entre ellas. La intimidad es evocadora, ya que hace siglos, cuando los homena¬jeados con estos monumentos llegaron a China, después de meses o incluso años en el mar, estaban prácticamente solos, con casi nadie a quien recurrir, salvo a ellos mismos y su Dios.
Eran jesuítas misioneros que viajaron de Europa a China entre los siglos XVI y XIX y que tenían por lo menos dos cosas en común: un talento indudable, incluyendo habilidades personales y diplomáticas, y una firme devoción por predicar el evangelio. “La Compañía de Jesús, una congregación religiosa de la Iglesia Católica cuyos miembros son conocidos como jesuitas, fue funda¬da por Ignacio de Loyola, un noble del norte de España, a mediados del siglo XVI”, sostuvo Li. “Más de 1.000 jesuitas, sin mencionar otros misionarios que habían venido bajo diferentes estandartes dentro de la Iglesia Católica, llegaron a China. Pero la mayoría de los que fueron enterrados aquí son los precursores de la misión jesuita o bien sus miembros más activos”.

De las 63 lápidas en el campus, tres se encuentran relativamente alejadas, en un lote separado del resto por una pared baja. Su posición elevada se advierte mediante los montículos de tierra detrás de cada monumento. “La del medio pertenece a Matteo Ricci, el italiano que es considerado el primer jesuita en entrar en Beijing”, señaló Li. “A su izquierda, se encuentra la de Johann Adam Schall von Bell, un alemán cuya turbulenta vida refleja los tumultos de su época; y a su derecha, está la de Ferdinand Verbiest, un bel¬ga que se convirtió en un mentor de facto para Kangxi. uno de los emperadores más importan¬tes de la historia de China y un contemporáneo del Rey Sol de Francia. No solo comparten leyendas, mitos y anécdotas sino también triunfos y aflicciones, y aquí, su último lugar de descanso”.
Zhang Xiping, profesor de la Universidad de Estudios Extranjeros de Beijing, ha pasado la mayor parte de su vida académica investigando los intercambios culturales entre China y Occidente y fia publicado libros sobre la misión de los jesuítas en la historia del país. “Desde el comienzo se dieron cuenta de que tenían que ser muy flexibles al reclutar en el nombre de Dios, para “hacerlo todo para la mayor gloria del Dios ”, citando las palabras del mismo Loyola”, sostuvo Zhang.
Ricci, el italiano que a los ojos del emperador Kangxi (1662-1722) fue un ejemplo para todos los misionarios que deseaban quedarse en China, entendió estas palabras. Habiendo aprendido chino en Macao, se fue a vivir por más de diez años a la provincia de Guang-dong, donde el budismo tenía una larga tradición, antes de dirigirse al norte a las ciudades de Nanchang y Nanjing, y por último a Beijing.
“Antes de llegar a Nanchang, “ donde conocería a los literatos locales, Ricci se quitó su túnica de monje y comenzó a usar una sotana oficial”, señaló Zhang. “Esto es una metáfora para toda su trayectoria en China y para aquellos que se consideraban sus seguidores”.
Cuando el emperador Chong- zhen (1628-1644), el último emperador de la dinastía Ming (1368-1644), atisbo la infinidad del universo mediante un telescopio aproximadamente en 1641 con von Bell a su lado, el hombre atormentado cuyo vas¬to imperio estaba siendo observado por fuertes enemigos y que probablemente haya sentido que necesitaba la ayuda del cielo más que nunca, debe haber experimentado momentos de lamento profundo.
Siete décadas después, cuando los misionarios jesuítas franceses, incluidos Pierre Jartoux y
Guillaume Bonjour-Favre, viajaron por todo lo que en ese momento era el Imperio de Qing (1644-1911) trabajando sobre el mapa más amplio y preciso de China creado alguna vez, aún debían tener a sus predecesores en mente.
Sin embargo, la naturaleza iconoclasta de su trabajo, especialmente en áreas que desafiaban directamente la visión convencional de China sobre el cosmos, los convirtió en blancos de ataque, con frecuencia por funcionarios de la corte que sentían que su propia influencia en la mente del emperador y en el poder, estaba siendo socava¬do por estos rezagados.
En los últimos años de la vida de von Bell, la corte Qing lo sentenció a muerte. Esto su¬cedió después de la muerte del emperador Shunzhí, padre de Kangxi, quien murió a la corta edad de 23 años y cuyo respeto por el consejo de von Bell era tal que lo llamaba “mata” o abuelito. Sin embargo, la sentencia nunca se ejecutó. Un terremoto en Beijing alarmó a la poderosa emperatriz viuda Xiaozhuang, madre de Shunzi y abuela de Kangxi, quien intervino a favor de von Bell.
“Se cree que el incidente que condujo finalmente a la muerte de von Bell poco después en 1666, tuvo mucho que ver con la intensa lucha de poder desencadenada por la muerte del emperador Shunzhi cinco años antes”, sostuvo Li. “Poco tiempo después, von Bell obtuvo una restitución póstuma de prestigio, en parte gracias a su colega Verbiest, quien triunfó en una confrontación con el académico y astrónomo chino Yang Guangxian, y en parte debido aun cambio en el clima político de la corte”.
El certamen, en el que se les requería a ambas partes predecir la longitud de la sombra del sol al mediodía, se llevó a cabo por orden del emperador Kangxi. La victoria de Verbiest proclamó un período de 200 años durante el cual los misionarios de Occidente controlaron lo que se conocía como el Buró de Astro Calendario del Imperio Qing.
Mientras que von Bell, de 74 años, estuvo en prisión, Verbiest se mantuvo a su lado. Aún lo está, ya que sus tumbas están separadas solo por la de Ricci. Casi sin excepción, las partes superiores de las tumbas están ocupadas por dos dragones serpenteantes, el símbolo del poder real. Justo debajo, como si estuviera protegida por estos feroces animales, yace una cruz.
EL CRONISTA / CHINA DAILY