Experimentos nazis en chicos: el relato de un sobreviviente

Experimentos nazis en chicos: el relato de un sobreviviente

Por Fabiola Czubaj
Mientras varios países, incluido el nuestro, aceleran los procesos de aprobación de los ensayos clínicos, un testimonio en primera persona de los experimentos con seres humanos durante la Segunda Guerra Mundial recuerda la importancia de cuidar los límites en la investigación en salud.
En el documental Infancia a prueba. El legado de Sali, que puede verse en YouTube, uno de 11 chicos judíos en los que médicos del régimen nazi investigaron la infección por el virus de la hepatitis narra su experiencia. A los 83 años, Salomón Feldberg, “Sali”, recuerda esa selección en el campo de concentración de Auschwitz cuando era un chico. “El 23 de junio de 1939 rendí el examen para la secundaria. Nunca llegué a entrar porque estalló la guerra”, cuenta el testigo de aquellas pruebas con prisioneros que fueron condenadas durante el Juicio de Nuremberg.

Infancia a Prueba El legado de Sali
El Código de Nuremberg (1947) y la Declaración de Helsinki de la Asociación Médica Mundial (1964) incluyen los principios éticos que rigen la investigación médica con seres humanos. En la Biblioteca Central de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (UBA) hay una copia de las actas originales del Juicio de Nuremberg.

El video que recién se conoce es un proyecto de investigación colaborativo hecho en el país con el apoyo técnico de la Organización Panamericana de la Salud y el Programa Especial para la Investigación y la Capacitación en Enfermedades Tropicales. El trabajo fue coordinado por Patricia Sorokin, docente e investigadora del Departamento de Salud Pública y Humanidades Médicas de la Facultad de Medicina de la UBA, y Dirce Guilhem, del Laboratorio de Bioética y Ética en la Investigación de la Universidad de Brasilia.
En 25 minutos, Feldberg repasa los exámenes clínicos en Auschwitz previos al experimento en el hospital de otro campo de concentración, Sachsenhausen. También, su único encuentro con Josef Mengele y el momento en el que a los 11 chicos les inocularon el virus de la hepatitis por punción en el hígado, una sonda gástrica o rectal o una inyección intramuscular o venosa.
“Nos internaron en el bloque 2 del hospital en cuarentena total. Pasaron unos dos meses, en los que nos estudiaban -dice Sali-. No era lo mismo vivir en el hospital, en ambientes de madera separados, que en las barracas. Vivíamos (los 11) en la habitación 51, con camas de hierro superpuestas. Nos daban de comer y nos cuidaban. Ni siquiéra salíamos al recuento [de prisioneros]”.
A los dos meses, les prohibieron tomar agua antes de dormir. Al día siguiente, los trasladaron a una sala donde estaban los médicos. Uno sacó varios tubos de ensayo de un maletín. Organizaron a los chicos en cinco grupos de dos y uno de tres para administrarles el contenido de esos tubos. “Esa misma noche, empezamos con temperatura. Los dos chicos a los que les habían suministrado la sustancia por punción hepática se desmayaron -recuerda-. Todos nos pusimos amarillos. Tuvimos ictericia”.
La intervención de un médico, un enfermero y el jefe del bloque los mantuvo con vida a los 11. El médico fraguó historias clínicas de noruegos y daneses con hepatitis. Además, les consiguieron remedios para tratarlos y dejaron de administrarles la sustancia de esos tubos de ensayo como les habían indicado los médicos nazis. Es más, convencieron a esos colegas de que el experimento continuaba y lo hicieron con ayuda de análisis de laboratorio.
También los ayudó a ponerse metas que los mantuvieran unidos. “Los viernes nos colocábamos con la cara al Oriente, como era costumbre de nuestros antepasados”, afirma.
Feldberg se casó en la Argentina, tuvo dos hijos, seis nietos. Murió en 2014, luego de conceder la entrevista para el video en el Salón Verde de la Facultad de Derecho de la UBA. En su legado testimonial, afirma: “Sobrevivimos con un mandato: no olvidarás -dice-. Que sirva para el mundo, para demostrar lo que pasó. Fui, soy y seré sujeto siempre”.
Para Eduardo Duro, profesor titular de Pediatría de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad de Morón y bioeticista, el video “tiene la virtud de poner en imágenes y el relato personalizado de uno de los chicos que sobrevivió al Holocausto y los experimentos sin ética alguna. Es un material documental testimonial magnífico, muy útil en docencia universitaria, ya que permite reflexionar sobre los límites de la investigación biomédica desde un ejemplo concreto contado por un sujeto de investigación”.
LA NACION