16 Aug Hace 248 años nacía Napoleón Bonaparte
Por Jorge Ferronato
Napoleone di Buonaparte nació en Ajaccio, Córcega, el 15 de agosto de 1769. A la edad de 10 años, su padre lo envió a Francia, para que aprenda el idioma galo, que lo habló con un marcado acento italiano, durante toda su vida.
Fiel servidor de los principios emanados de la Revolución Francesa, fue encarcelado por poco tiempo, al caer el Jacobino Robespierre. En octubre de 1795, realistas y contra-revolucionarios se alzaron militarmente contra la Convención, encomendándole al joven general, la defensa del Palacio de las Tullerías, quien logró repeler a las tropas insurgentes, situación que le brindó un acercamiento al nuevo Directorio.
Su creciente prestigio entre las tropas y el pueblo, hizo que lo nombraran al frente del ejército francés en Italia, donde obtuvo rotundos y rápidos triunfos sobre las poderosas fuerzas austríacas en la Lombardía, asimismo, a los ejércitos papales, dominando en poco tiempo todo el norte italiano, los Países Bajos y la próspera área del Rin. Luego marchó sobre Venecia, terminando con 10 siglos de su historia independiente e incorporándola como Provincia Cisalpina.
Bonaparte era un hombre obstinado, con una inteligencia cartesiana, sagaz y analítica. Aplicó el cálculo matemático a la guerra y a la política.
En París y en todo Francia, la guerra civil, las conspiraciones, las bruscas oscilaciones de la política y los giros inesperados y siempre violentos de la revolución corroen al Directorio; ácratas pendencieros y ambiciosos, burgueses insatisfechos, monárquicos nostálgicos del pasado, conspiradores de la jerarquía eclesiástica, revolucionarios nihilistas y burócratas del estado corruptos, conformaron un paisaje tautológico, un torbellino de desconfianzas recíprocas, subyacente en la política de Francia. Todo eso y un pueblo exhausto y atribulado, hicieron posible que el corzo Napoleón, Comandante Supremo del ejército de Itali regresara a Galia donde el 18 brumario derribó al Directorio, mediante un golpe de estado. En la noche buena del último año del Siglo XVIII, se constituyó el Consulado, siendo el propio Bonaparte su Primer Cónsul.
En 1804, bajo la dirección de Cambacéres y supervisión del propio Napoleón, es sancionado el Nuevo Código Civil, un paradigma a imponer en todo Europa. Meses después Nabulio es coronado Emperador, en Notre Dame, con la presencia del Papa Pio VII a quien no le permitió ceñirle la corona de hierro, heredada de Teodorico el Grande y Carlo Magno, que según la leyenda fue forjada con un clavo del Cristo crucificado.
No hubo bastión, anti-muro, ni fortaleza que detuviera a Bonaparte, en su triunfal marcha hacia el este. Dominó el Piamonte, la Liguria, la Westfalia, la Confederación Helvética, el Gran Ducado de Varsovia y Rusia. El ingreso del majestuoso ejército imperial francés a la mítica Moscú, fue la obra cúlmine de Napoleón, pero también su ruina. La fatiga de tan larga y agitada campaña militar y el gélido invierno ruso, fueron las causas del repliegue de las diezmadas tropas imperiales y el principio del fin de la égida napoleónica.
En la batalla final de Waterloo en territorio belga, murieron 100.000 soldados de ambos bandos. El Duque de Wellington, observando el campo de batalla exclamó: “Al margen de una batalla perdida, no hay nada más deprimente que una batalla ganada”.
Cuatro días más tarde Bonaparte abdicó definitivamente, siendo deportado a la Isla de Santa Elena, en el Atlántico Sur, donde fue confinado desde octubre de 1815 al 5 de mayo de 1821, día de su muerte.
Fue un genio militar y político que modificó el curso de la historia. Amó profundamente a Josefina Beauharnais, con quien se casó, pero nunca fue correspondido. Fue vilipendiado y temido, pero mucho más admirado. Difundió la Revolución por Europa.
La burguesía había subido al escenario de la política y él le allanó el camino hacia una nueva era histórica, signada por su impronta.
Comandó al ejército francés en 60 batallas, de las cuales perdió solo en tres. Estudiaba al enemigo hasta en detalles mínimos e intrascendentes. Hombre vinculado conceptualmente a la masonería, era prudente y reservado.
Su mano derecha escondida entre el chaleco y la camisa, en la mundialmente famosa pintura de Jacques-Louis David, no era producto de una dolencia, sino un saludo simbólico.
Fue él y no otro quien puso en boca de Nicolás Maquiavello la famosa frase “El fin justifica los medios”.
Napoleón fue un militar excepcional, que expuso su meritorio talento en el campo de batalla. Con una voluntad inquebrantable, sus nuevas tácticas de guerra y el código civil, el hijo pródigo de la Revolución Francesa, cambió el curso de la historia de Francia, Europa y el Mundo. Por último, como el mismo advirtiera: “Sólo hay un paso de lo sublime a lo ridículo” y él no lo dio.
EL CRONISTA