07 Jul Las enfermedades ocultas de las momias
Por Nicholas St. Fleur
Cientos de esqueletos yacieron esparcidos durante siglos en la cripta de una iglesia de Vilna, la capital de Lituania. Pero 23 de esos restos humanos difícilmente puedan descansar en paz: los órganos siguen en el interior del cuerpo, la carne sobre los huesos y la ropa sobre la piel reseca.
Son momias, y desde que fueron recuperadas hace unos cinco años, los científicos están estudiando sus secretos, en busca de pistas sobre las vidas de estas personas de los siglos XVII, XVIII y XIX, y de las enfermedades que padecieron.
“Están tan bien conservadas que casi parece que estuvieran vivas”, afirma Dario Piombino-Mascali, antropólogo italiano que estudia estas momias desde 2011.
Recientemente, Piombino-Mascali y sus colegas encontraron rastros del virus de la viruela en una de las momias, y de ese modo consiguieron nuevos datos sobre el origen de ese letal flagelo que tan sólo en el siglo XX se cobró unos 300 millones de vidas.
El trabajo viene a sumarse a descubrimientos anteriores: signos de raquitismo, osteoartritis y parásitos intestinales en algunas de las momias. Y no son los únicos científicos realizando hallazgos en los cuerpos de antiguos muertos bien preservados.
El estudio de restos momificados en otras partes del mundo ha brindado una perspectiva histórica sobre la diseminación de enfermedades letales y otros padecimientos de salud, desde las cardiopatías en la América precolombina hasta varias cepas de la tuberculosis en la Europa decimonónica.
El punto es que tener una mejor idea del tiempo que hace que esas enfermedades están entre nosotros y lograr trazar un mapa de su evolución histórica les permite a los científicos enfrentarlas más eficazmente en la actualidad.
“La mayoría de la gente no sabe todo lo que podemos aprender de medicina moderna estudiando las momias”, destaca Frank Ruehli, jefe del Proyecto Suizo Momia de la Universidad de Zurich, quien se dedica al estudio de los órganos internos de las momias persas y egipcias.
“Estas historias clínicas de pacientes son como una caja de bombones para nosotros.”
Una cripta misteriosa
En el corazón de Vilna, la Iglesia Dominicana del Espíritu Santo es una obra maestra de la arquitectura barroca tardía, pero esconde un secreto mucho más oscuro.
En el interior, detrás de una gran plataforma de madera donde la gente se arrodilla a rezar, se yergue un altar, y debajo del altar se abre una escalera de piedra tan estrecha que apenas pasa una persona por vez. Los investigadores la comparan con la entrada a una guarida secreta: los escalones descienden hacia un inframundo oscuro y polvoriento.
Una reja de hierro negro conduce a un laberinto de recámaras donde se colocaban los cuerpos. Antes, sobre el piso había pilas de cuerpos humanos, enteros o en fragmentos, que llegaban hasta el techo.
Durante la mayor parte de su historia, esos cuerpos quedaron preservados intactos: las bajas temperaturas y la ventilación de la cámara subterránea los habían sometido a un fenómeno de momificación espontánea. Y aunque durante siglos la ciudad y esa misma iglesia se habían visto perturbadas por la ocupación napoleónica primero, y por la ocupación nazi después, el destino de las momias recién sufrió un giro drástico cuando Lituania fue ocupaba por los soviéticos.
En la década de 1960, un científico forense llamado Juozas Albinas Markulis fue uno de los primeros en estudiar estas momias. Quería saber si entre esos cuerpos de los siglos XVII, XVIII y XIX no había mezcladas víctimas de la Segunda Guerra Mundial.
Curiosamente, Markulis no es tan conocido entre los lituanos como científico, sino como ex espía, ya que haciéndose pasar por líder de la resistencia lituana, conducía a sus supuestos compañeros hacia las emboscadas de los soviéticos.
Markulis y sus alumnos de la Universidad de Vilna identificaron 500 cuerpos en la cripta, 200 de los cuales estaban momi-
Se descubrieron rastros del Variola virus, que diezmó el mundo por siglos Las momias tenían arteriosclerosis, causante de problemas cardíacos
ficados. En 1962, autoridades del gobierno visitaron la cripta y ordenaron que las momias fuesen selladas bajo vidrio, por temor a que los cuerpos tuvieran infecciones y se produjera algún brote epidémico. Llamaron al lugar la Cámara de la Muerte.
Así que instalaron la pared de vidrio, pero al cortar el flujo de aire, el ambiente se hizo mucho más húmedo y las momias empezaron a deteriorarse. Markulis intentó salvarlas, pero sus ruegos fueron ignorados por el gobierno lituano. El sitio fue clausurado y los restos no fueron estudiados, hasta que los antropólogos volvieron a la cripta, en 2004.
Entre 2008 y 2011, los investigadores empezaron a inspeccionar y extraer las momias de la cripta. De las 200 estudiadas por Markulis, quien falleció en 1987, sólo 23 seguían intactas.
Pero mientras que el objetivo de Markulis era revelar la identidad de esas momias, Piombino-Mascali y sus colegas están enfocados en entender cómo vivían.
A la espera de un diagnóstico
A través del estudio de esos restos, Piombino-Mascali identificó varias señales de deterioro dentario y enfermedades de las encías, así como artritis y deformaciones óseas. Para ir más allá en la investigación de esas cuestiones sanitarias, el científico realizó tomografías computadas de las siete momias mejor conservadas.
Un hombre obeso alguna vez tuvo artritis en la columna, pelvis y en ambas rodillas, una costilla fracturada en el costado derecho y agrandamiento de la glándula tiroidea, que puede haber sido causado por el bocio.
Una mujer obesa tenía un tumor benigno en la parte inferior de la espalda. Ambos sufrían de obstrucción de las arterias, un problema de salud normalmente asociado a la alimentación moderna.
“Fue muy raro”, admite PiombinoMascali en referencia a esos exámenes, “porque no sentíamos que estábamos simplemente frente a objetos culturales o de interés arqueológico. Era como que estaban ahí con nosotros, a la espera de un diagnóstico”.
Los investigadores le enviaron muestras de la momia de un niño del siglo XVII a un colega en Canadá, quien descubrió rastros del Variola virus, causante de la viruela, una enfermedad que diezmó el mundo durante siglos. El equipo logró secuenciar el virus y así obtener nuevos datos sobre los orígenes de ese flagelo letal.
“En los restos no había evidencias de una infección de viruela, así que la presencia del Variola virus nos sorprendió mucho”, señala Ana Duggan, una bióloga de la Universidad McMaster que trabajó junto a Piombino-Mascali. “Ahora tenemos el genoma completo del Variola virus más antiguo que existe.”
Duggan dice que ese antiguo ADN los ha ayudado a elaborar la línea de tiempo de la viruela. Hay registros históricos del antiguo Egipto, China y la India que indican que los humanos sufrieron de viruela durante miles de años. Pero al comparar la cepa del virus del siglo XVII con las muestras del Variola virus moderno, descubrieron que ambas cepas compartían un ancestro en común, que se manifestó entre 1530 y 1654. El hallazgo sugiere que las cepas más letales de la enfermedad evolucionaron mucho más recientemente de lo que se pensaba hasta ahora.
Hallazgos sorprendentes
El descubrimiento de la cripta de Lituania es el más reciente de una larga lista de hallazgos médicos que, partiendo del análisis intensivo de restos momificados, revelaron el modo en que las enfermedades conectan a los humanos actuales con la experiencia de nuestros antepasados.
En 2013, un equipo liderado por Randall C. Thompson, cardiólogo del Instituto Cardiológico Mid America del Hospital St. Luke’s, Missouri, realizó tomografías computadas de 130 momias del antiguo Egipto y del Perú precolombino, así como de los nativos del sudoeste norteamericano y del pueblo unangan de las islas Aleutianas.
Thompson y sus colegas descubrieron que más de un tercio de las momias tenían alguna forma de arteriosclerosis, causante de enfermedades cardíacas.
Las momias afectadas provenían de diversas regiones geográficas y habían vivido en un lapso de hace más de 4000 años, un recordatorio de que los problemas del corazón siempre fueron prevalentes y que no son simplemente el resultado de la alimentación moderna.
“Encontramos cardiopatías en gente anterior a Moisés”, dice Thompson. “La enfermedad ya estaba presente en todo el mundo y cubre gran parte de la historia de la humanidad.”
A partir de las marcas e inscripciones encontradas en las tumbas, los investigadores identificaron el caso más antiguo de enfermedad cardíaca en Ahmose-Meritamun, una princesa egipcia que vivió entre 1550 y 1580 a.C., y que al morir tenía más de 40 años. El caso más antiguo de arterias tapadas que encontraron corresponde a una momia egipcia de alrededor del año 2000 a.C.
Mark Pallen, profesor de genómica microbiana de la Universidad de Warwick, hizo descubrimientos similares en 2015, mientras estudiaba la tuberculosis en momias halladas en una cripta húngara con más de 200 cuerpos.
Pallen y su equipo habían extraído el ADN de la bacteria de la tuberculosis de los pulmones de ocho momias de 200 años de antigüedad, y descubrieron que en el transcurso de sus vidas, nuestros ancestros podían sufrir de varias cepas de esa bacteria.
Los científicos utilizaron la técnica conocida como secuenciación metagenómica, que hasta entonces no había sido usada en cuerpos momificados. A través de ese método, los investigadores lograron extraer directamente el ADN microbiano, sin tener que cultivar la bacteria en el laboratorio.
Gracias al éxito de ese procedimiento en momias, Pallen aplicó la técnica a muestras de mucosidad de la gente, para extraer ADN de la bacteria de la tuberculosis. “En este caso, los muertos nos dieron información sobre los vivos”, dice Pallen.
Allá en la cripta de la iglesia lituana, Piombino-Mascali dice que encontraron tanto evidencias de arteriosclerosis como de tuberculosis. El hallazgo suministra evidencia de que incluso las clases altas de Vilna de los siglos XVIII y XIX sufrían problemas crónicos de salud, incluidos los relacionados con la malnutrición.
Pero para Piombino-Mascali lo más importante es que las momias están empezando a revelarnos sus historias de vida.
“Esta cripta fue testigo de todas las facetas históricas de la ciudad de Vilna”, dice el investigador. “Y ahora la ciudad está recuperando esa historia, una historia que le pertenece a Lituania, y más especialmente al pueblo lituano.”
LA NACION