Seguir sus instintos, la clave el éxito de Kevin Spacey

Seguir sus instintos, la clave el éxito de Kevin Spacey

Por Dave Itzkoff
Una mañana reciente, Kevin Spacey alternaba entre caminar de un lado a otro como una pantera y lucir como un padre orgulloso en la parte de atrás de un salón de clases de la Juilliard School. Los estudiantes de la división de drama de la institución, donde él alguna vez estudió, actuaban mientras él daba consejos. Le pidió a un alumno que actuara una escena de “The Last Days of Judas Iscariot” de Stephen Adly Guirgis, como si estuviera charlando con alguien en el metro. Le pidió a otra estudiante que dijera más lentamente sus parlamentos de “Crimes of the Heart” de Beth Henley, y que no se dejara envolver totalmente por el acento sureño de la obra.
Los ojos del actor se iluminaron cuando una estudiante ensayó su interpretación de un discurso de “Enrique V” de Shakespeare, un pasaje justo después de que al personaje principal le dan un despectivo regalo de unas pelotas de tenis. “Tengo un gran encargo para ti”, dijo Spacey. Luego le dio instrucciones de que actuara la escena como si ella estuviera en un partido de tenis. “Vas a ganar esta batalla. Vas a enviarlos a casa avergonzados”, le dijo.

Cuando no está impartiendo seminarios como éste, Spacey, de 57 años, ganador del Oscar y del Tony, puede ser un competidor temible en su propio trabajo, al tomar decisiones inesperadas y comprometerse con ellas de manera resuelta.
Ahora en la quinta temporada de la serie “House of Cards”, de Netflix, donde interpreta al detestable presidente Underwood, Spacey también retorna a un papel más noble en “Clarence Darrow”, un espectáculo de un solo hombre sobre el abogado de los derechos civiles. Tras haber protagonizado previamente esta obra de David W. Rintels en el Teatro Old Vic de Londres, la acaba de llevar por dos noches al Estadio Arthur Ashe de Nueva York, un espacio que no es conocido por presentar dramas tradicionales.
Este verano aparece como un jefe del crimen en la película de acción y aventuras “Baby Driver”, de Edgar Wright. Y recientemente siguió los pasos de artistas como James Corden, Hugh Jackman y Neil Patrick Harris cuando condujo la entrega de los Premios Tony. A partir de los relatos que compartió en su visita a Juilliard, a donde Spacey asistió entre 1979 y 1981, aunque no se graduó, da la impresión de ser un actor que, aun cuando era joven, poseía una singular habilidad y la convicción de que ésta lo llevaría lejos.
Mucho después de seguir allí a su amigo de la preparatoria Val Kilmer, Spacey aún imita sin problemas a queridos instructores como su mentora Marian Seldes, y a la temible maestra de voz Elizabeth Smith. El actor aún puede recordar vívidamente la desavenencia que tuvo con Michael Langham, entonces director de la división de drama de Juilliard, que provocó que se retirara de la escuela.
Al haber sido reprendido por enfocarse demasiado en sus clases de actuación, y no lo suficiente en la historia del teatro, recordó Spacey: “dije, ‘durante dos años nos enseñaron cómo encontrar lo que es importante —cómo enfatizar, como subrayar. ¿Y ahora me dicen que no puedo hacer eso en mi vida?’.
“Y agregué: ‘creo que hasta aquí llegamos’”.
Spacey no tenía un empleo esperándolo, ni agente, ni perspectivas. Sin embargo, “nunca perdí la fe en que iba a tener éxito en algún momento”, expresó. Poco tiempo después forjó una carrera en Broadway: en 1986 actuó en “Long Day’s Journey Into Night” con su ídolo Jack Lemmon, y en 1991 ganó un Tony por “Lost in Yonkers”. Luego vinieron las películas, y los Premios de la Academia por “Los sospechosos de siempre” (estrenada en 1995) y “Belleza americana” (en 1999).
Con los estudiantes de Juilliard, Spacey compartió un truco que solía utilizar cuando sentía que una audición no estaba resultando bien. Deteniéndose a mitad de oración, empezaba a olfatear en el aire y preguntaba: “¿Qué es ese olor? Soy yo. Apesto. A veces es mucho mejor que crean que sabes que apestas”, bromeó.
Más sinceramente, Spacey explicó que los actores jóvenes tendrían que aprender a confiar en sus instintos. “Es fácil quedar atrapado en la idea de que hay una manera en la que tienes que hacer estas cosas”, comentó. “La única manera de hacerlas es la manera en que lo sientes”.
Sin embargo, agregó que preocuparse demasiado por las expectativas de un público era el camino más seguro para salirse de una interpretación. “En lo último que debes pensar es en qué van a pensar ellos”, señaló.
CLARIN