Güemes, en el altar de los padres fundadores

Güemes, en el altar de los padres fundadores

Hoy se conmemora la muerte del general Martín Miguel de Güemes.

Por Abel Cornejo
Doscientos años más tarde, la figura de Martín Miguel de Güemes parece haber retornado a la escena nacional con inusitada firmeza. Tal vez, sea una de las asignaturas pendientes más importantes de nuestra educación, porque la difusión que le cupo al héroe gaucho quedó exclusivamente circunscripta a la calificación de “defensor de la frontera norte” cuando, en realidad, fue el paladín de la Revolución de Mayo en el interior del país y quien la sostuvo en soledad con el apoyo de todo un pueblo en armas, cuyas fuertes convicciones acuñó por primera vez el dogma republicano. La simbiosis entre el pueblo y su liderazgo le permitió concretar sus utopías, cuando muchos las consideraban inalcanzables.
Güemes fue elegido gobernador de Salta el 6 de mayo de 1815, el primero en la historia argentina en ser aupado a esa posición por una suerte de elección popular directa. A partir de 1817 hasta su muerte en 1821 quedó en la más absoluta soledad defendiendo la causa de la revolución con hombres y mujeres sin instrucción militar. No recibió ayuda más que las contribuciones que obtuvo de Salta y Jujuy. Formó la famosa División de Gauchos de Línea, popularmente conocida como Los Infernales, y sostuvo a costa de su propia vida el plan Sanmartiniano de avanzar por lo que aquel entonces era el Alto Perú -actual Estado Plurinacional de Bolivia- hasta Lima, donde debía unirse al Libertador José de San Martín, quien fue su mentor.

Si ese objetivo se hubiese logrado, es posible que otra hubiera sido la historia. San Martín depositó toda su confianza en el general salteño. Lo creyó capaz de formar su propio y valeroso ejército. No lo defraudó.
Güemes fue además un estadista autodidacta que ejerció un fuerte liderazgo político en la región y tuvo una visión social desconocida hasta ese momento en los hombres de su tiempo en esta parte de América, lo que le valió ser considerado el “padre de los pobres”. Fue un gran nivelador social. Provenía de una familia de alta posición y gobernó con austeridad, capacidad y coraje.
Su sentido confederal, opuesto a la concepción política que posteriormente tuvo Bartolomé Mitre, no le impidió a ese gran presidente e historiador argentino ponderar el accionar de Güemes como el baluarte en la defensa de la nueva Nación. Juan Bautista Alberdi y Dalmacio Vélez Sarsfield también elogiaron su abnegada misión. Ya de joven se había destacado en las Invasiones Inglesas cuando tomó a caballo la fragata Justine, aprovechando una fuerte bajante del Río de la Plata, y esa augusta tarea le valió el reconocimiento de Santiago de Liniers y Juan Martín de Pueyrredón, con quien entablaría una larga amistad.
Fue el visionario de una república igualitaria, confederal e integrada. No fusiló enemigos ni permitió vejámenes. Combatió en múltiples frentes contra las tropas españolas que habían vencido a Napoleón. Como David contra Goliat, logró vencer a un ejército que sitió cinco veces a Salta, pero nunca pudo avanzar hacia Buenos Aires.
Murió bajo un cebil en medio del monte salteño un tarde de junio rodeado de sus gauchos, sin rendirse ni aceptar jamás trato alguno que menoscabara la lucha por la independencia nacional. Soportó traiciones e intrigas durante su mandato. Salta estaba invadida y se le habían mandado varios emisarios a su lecho de muerte. Tal vez este 9 de Julio sea una fecha propicia para recordarlo y encumbrar definitivamente su gesta con la de los padres fundadores de una Argentina que añora que haya muchos Martín Miguel de Güemes para forjar su grandeza.
LA NACION