24 Oct Ella, la fuerza, la caja, los votos y el triunfo que esta vez nadie le regaló
Por Julio Blank
La primera presidencia fue un regalo de Kirchner. La segunda acaba de ganársela por las suyas, por derecha y por derecho, sin deberle nada a nadie . Ni siquiera a Kirchner, porque lo que la mayoría de la sociedad percibe como su verdadero gobierno y su verdadera estatura como presidenta y candidata, nacieron el día que El se murió. Las ayudas de los que ya no están pueden ser útiles para construir climas, épicas, ficciones que embellecen el pasado reciente; pero no deciden el voto popular, que es más sabio, reflexivo y autoprotector que lo que están dispuestos a admitir quienes pierden una elección. Ayer no se votó a Kirchner. La leyenda dice que el Cid Campeador ganó su última batalla muerto, atado a la silla de su caballo Babieca. Es una leyenda. Lo de Cristina es realidad palpable, contante y sonante.
En ese no deberle nada a nadie tampoco le debe nada al peronismo , acerada escuela de poder, resistente, empecinada y flexible, pero cuyos dirigentes de este tiempo se han rendido sin luchar frente a los dos argumentos contundentes de Cristina: plata y votos.
Ella maneja ahora la caja del Estado, fabulosa como nunca antes, engordada con los dólares de la soja y con el dinero de los impuestos – algunos notoriamente regresivos- que se incrementaron por el alza incesante de la producción y el consumo, un fenómeno saludable que despuntaba hace casi diez años con el rebote después de haber tocado fondo en la Gran Crisis.
A esa caja desbordante Cristina la usó para hacer política con un fervor, una determinación y una discrecionalidad que, justo es reconocerlo, aprendió de Kirchner y con Kirchner. Las cifras astronómicas insumidas por los programas de asistencia social le mejoraron la vida a muchísima gente y es bueno que así haya sido; aunque no sea nada bueno que después de tantos años de bonanza sigan siendo millones y millones los compatriotas que para escapar de una vida indigna dependan de la ayuda del Estado. Pero esa ecuación retorcida le da resultado político al que la administra , y así permanecerá mientras no haya una sólida decisión colectiva que persiga la igualdad y la dignidad por caminos menos mezquinos y más sustentables.
La cuestión es que, mientras tanto, Ella tiene los votos . Lo demostró cuando no precisó colgarse del arrastre de los gobernadores y los intendentes sino que fue Ella quien los ayudó a todos a empujar un poco más en las urnas, hasta consagrar el generalizado festival reeleccionista que hemos tenido este año, incluyendo la reelección de algunos opositores.
El peronismo amansado y fuera de las decisiones es tanto o más funcional a los designios de Cristina que el triste escenario de la oposición, que más que fragmentada está desmenuzada y hecha papill a, con severas dificultades para estructurar el imprescindible contrapeso democrático que se extrañará fuertemente en los tiempos por venir.
La legitimidad de origen para el segundo mandato de Cristina, que emerge de la arrasadora elección de ayer, incluye en el mismo acto la legitimación de su gestión actual. Fueron cuatro años de lucha por extender los límites de su poder, de grandes batallas ganadas en el Congreso y en la opinión pública (estatización de las AFJP, Ley de Medios, matrimonio igualitario) y otras ambiciosas cruzadas perdidas, contra el campo en 2008 y contra los votantes en 2009. Años de pérdida irreparable cuando Kirchner se le fue en 2010, y de su notable recuperación personal y política , tan inesperada como la fuerza y la habilidad con que se sobrepuso al dolor, a la soledad y a los peores pronósticos sobre su capacidad de gestión y de mando, equivocación de la que no escapamos casi ninguno de los observadores y analistas de la política.
Cristina comanda un gobierno egocéntrico, autorreferencial y encapsulado . A su alrededor no florecen figuras de peso, porque serían una amenaza al sistema de poder concentrado en una persona. Tampoco hay sectores relevantes al interior de su fuerza política. El peronismo escondido en los rincones mientras espera tiempos mejores es, así, un efecto cuidadosamente buscado. El kirchnerismo, que contenía al aparato peronista, deja paso al cristinismo, una tribu heterogénea donde conviven movimientos sociales, agrupaciones juveniles, colectivos de intelectuales, artistas o académicos, grupos sindicales de distinto porte, una constelación de organizaciones barriales, patrullas perdidas de la izquierda setentista y fragmentos de las formaciones políticas tradicionales. Todo bien lubricado con la chequera estatal . Con una sola Jefa y sin estado mayor, apenas con algunos vasos comunicantes hacia la que todo decide.
Una legión de jueces que se atropellan en su afán de agradar al poder le cubre otro flanco a la marcha vigorosa del cristinismo. Un par de ejemplos bastan: Ricardo Jaime, el tan enriquecido ex secretario de Transporte, sigue haciendo su vida muy suelto de cuerpo sin que la Justicia lo moleste mayormente; y después de cinco meses de haber explotado el escándalo de Schoklender y las obras de las Madres de Plaza de Mayo, sin que se haya tomado una sola declaración indagatoria, la causa sigue bajo secreto apretada por el elegante zapato del doctor Oyarbide.
Los centuriones del periodismo militante , coherentes con su historia personal o travestidos ahora, se articulan con los empresarios que se llenan el bolsillo alumbrando medios privados al servicio del Gobierno o colocando los que ya existen a las órdenes de la cuantiosa publicidad oficial. Para esos escuadrones del oscurantismo iluminado , la tolerancia se entiende como debilidad y el debate es una caricatura.
Cristina tiene la extraordinaria capacidad de silenciar lo inconveniente . Ella discute y refuta con contundencia y soberbia cuando tiene razones p ara imponerse o relaciones de fuerza suficientes para hacer su voluntad. Pero de lo incómodo e irrefutable no habla. Vaya un ejemplo: la inseguridad es un tópico ausente en su discurso .
De la corrupción tampoco dice palabra, aunque parecen consistentes las noticias que dan cuenta de su intención de adecentar un poco algunos desbordes extremos de los que se enteró, aseguran, después de la muerte de Kirchner.
Desde 2007, cuando se transformó en la primera presidenta electa, Cristina estaba en los libros de historia que estudiarán los hijos y los nietos de sus hijos. Reelecta y con tamaña contundencia, puede reclamar ser colocada a la cabeza de las mujeres argentinas notables, en una lista incompleta que incluye a Evita, a Isabel Perón, primera presidenta mujer, y Alicia Moreau de Justo; a Mariquita Sánchez de Thompson y Juana Azurduy, heroínas de la Independencia: a Azucena Villaflor, Hebe de Bonafini y Estela de Carlotto.
Cristina está en la historia, pero todavía no tiene el juicio favorable de la historia . Eso también hay que ganárselo y no depende de su voluntad ni de los recursos de que dispone, sino en todo caso de cómo los usa. Ya habrá tiempo para ese balance final.
Con una inédita masa de poder en sus manos, la economía, antes y más que la política, le planteará sus desafíos inmediatos.
Deberá gobernarlos, al fin.
Hoy sólo cabe desearle que tenga la salud, la inteligencia, el temple y la visión necesarios para cumplir el monumental compromiso que se ha sabido ganar.
CLARIN