10 May Smartphones: mejores amigos… y peores enemigos
Por Federico Ladrón de Guevara
Podría decirse que el smartphone es, en muchos casos, el tercero en discordia, el febril aparatito que interfiere en la vida sexual de las parejas. Claro: a toda hora, se usa para chatear por Whatsapp, para subir fotos a Instagram, para postear en Facebook, para opinar en Twitter, etcétera, etcétera, etcétera y un millón más de etcéteras. Y todo eso, según explican los especialistas, le quita espacio al erotismo. Como si en medio de la habitación se levantara el Perito Moreno.
“Es lo mismo que pasaba hace un tiempo con el televisor”, le explica a Clarín el sexólogo Patricio Gómez Di Leva, autor del libro Sexualidad inteligente. Y profundiza: “El Smartphone entretiene y, por lo tanto, reduce los momentos de intimidad. Hay parejas que se van a acostar y, cada uno por su lado, se quedan mirando el teléfono hasta que se duermen. En los últimos tiempos he tenido muchas consultas vinculadas con este tema. Lo que recomiendo, como primera medida, es no llevar el teléfono a la habitación. Y no dejarlo cargando la batería en la mesita de luz”.
“Ya no sé qué hacer”, se queja Natalia, una de las que se atormentan al ver que su pareja pasa más tiempo con su celular inteligente que con e- 11a. “A mi novio le hablo y no me contesta: sigue mirando la pantallita de su teléfono. Le digo que tengo ganas de que me haga algunas caricias y sigue respondiendo los mensajes del grupo de Whatsapp de sus amigos, que son casi permanentes”.
“Con mi marido estamos juntos pero, de alguna manera, estamos solos”, aporta Micaela, en sintonía parecida. “Sí, es cierto, el smartphone nos sirvió para que nos conociéramos, para llamarnos a cada rato cuando estábamos de novios, para mandarnos mensajitos de texto. Pero ahora, si seguimos así, más atentos a la pantalla que a nosotros mismos, nos va a ter-minar separando”.
La consultora británica Tecmark, tal como publicó Magazine digital señala que, en promedio, el contacto con el smartphone es de “221 veces por día”. Un vínculo estrecho, caudaloso, casi como si se tratara de un objeto que acompaña todas las rutinas cotidianas. Y, en otra encuesta, un 9% de los estadounidenses explicó que está atento a su celular durante las relaciones sexuales. Sobre esta cuestión, Di Leva
Hace poco trabajé con una pareja que estaba en crisis porque, en medio de una relación sexual, él se puso a mirar el teléfono porque le había llegado un mensaje y, sin interrumpir lo que estaba haciendo con su mujer, intentó responderlo. Discutieron fuerte. Como excusa, él dijo que había escrito sólo un ‘ok’ o algo así. Y ella lo consideraba una falta de respeto. Esa situación terminó destapando otros problemas que venía teniendo la pareja. Lo que siempre digo es que el problema no es el teléfono sino el uso que se le termina dando. El problema, como en todo, son los excesos”.
El uso adictivo del smartphone – agregan los entendidos- también genera inconvenientes de otras características, como el fear of missing out, tal como definen en Estados Unidos al “miedo a perderse algo” si no estás conectado las 24 horas. O la “saturación” que provoca dedicarles tanta energía a las distintas posibilidades tecnológicas. O, incluso, el “efecto Google”: en algunos ámbitos científicos ya se está estudiando si el hecho de contar con el apoyo permanente de Internet para chequear datos puede provocar pérdida de memoria.
Los peligros no terminan ahí. Hay más. Como cruzar la calle mirando el smartphone en lugar del semáforo y que un colectivo te levante por el aire. Para evitar accidentes, en algunas ciudades del mundo se han tomado “medidas urbanísticas”. Y algunos analistas sostienen que en un futuro no tendrá demasiado sentido que haya carteles publicitarios: no captarán la atención de nadie. El tráfico no ha quedado al margen de todo esto: en Estados Unidos, por ejemplo, el mal uso del celular ha reemplazado al alcohol como primer motivo de muerte al volante entre los jóvenes.
Sherry Turkle, profesora de Ciencias Sociales y Tecnología en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, sostiene que, con tanto teléfono, cada vez resulta más difícil mantener un diálogo “cara a cara”. “La gente busca evitarlo usando el celular para no sentirse vulnerable”, dice Turkle. “Nos atrae la conversación online porque podemos prepararnos”.
“Se ha demostrado que, si hay un teléfono en la mesa, la charla que se genera entre dos personas gira en torno a temas menos importantes, y esas personas sienten menor conexión entre sí”, suman los especialistas estadounidenses. “Es en la con-versación cara a cara cuando nacen la empatía y la intimidad”.
En su libro El efecto smartphone, Manuel Armayones es claro: “Todo depende de lo que uno haga en el mundo digital. El sentido común dice que se hace un mal uso del celular cuando le causa problemas a la persona, perjudica su relación de pareja o familiar, su sueño, su trabajo o sus estudios”.
“Yo sé que está mal pero me tiento y, cuando él no se da cuenta, le reviso el celular a mi pareja”, reconoce Dolores, y plantea otro costado negativo: el del control.
“Cometí el error de mirarle el teléfono a mi novio y me encontré con mensajes de Whatsapp de un amigo que lo invitaba a salir con dos mujeres. Fue terrible. Para colmo, al día siguiente nos íbamos de vacaciones”, describe Julieta. “No le dije nada, porque creo en él, porque sé que es algo que se da con frecuencia entre amigos y después no pasa nada, pero me costó hacerme la distraída”.
“La necesidad de supervisar el smartphone del otro se da en situaciones de inestabilidad afectiva, cuando la pareja está atravesando algún conflicto. Y es una violación de la intimidad, sin dudas”, sostiene Any Krieger, licenciada en psicología, que también ha trabajado con hombres y mujeres que cayeron en la tentación de la vigilancia marital. Y agrega: “En esta época en que todo se muestra en las redes sociales, en que se ha hecho tan difuso el límite entre lo público y lo privado, pareciera que no está mal querer saber todo sobre la vida del otro. Es como si existiera un pacto, un acuerdo. Pero sí que es grave”.
También -suma la especialista-, algunos dejan mensajes en su smartphone de manera “inconsciente”. Lo hacen “por sentimiento de culpa, porque le están ocultando algo a su pareja -una cuestión sentimental, familiar o laboral- y ahí, entonces, hay una búsqueda de castigo”.
Pero no todo es tan beligerante. En algunos casos -cierra Krieger-, “la intimidad del otro produce enigma, misterio. Y eso erotiza. Se establece algo parecido a un juego que termina siendo beneficioso para la pareja. Eso sí: hay que saber manejarlo”.
EL CRONISTA