Pérez-Reverte: “Mi biografía me impide hacer héroes impolutos, porque mi corazón no es puro”

Pérez-Reverte: “Mi biografía me impide hacer héroes impolutos, porque mi corazón no es puro”

Cumplió hace poco 30 años como novelista y prácticamente desde su estreno tardío en las letras se convirtió en un hacedor de best sellers de calidad, traducido a más de 40 lenguas. Una rara avis para un académico de lengua española, que mantiene su cohorte de lectores en el mundo con la misma fidelidad con la que un hincha reverencia a su equipo de fútbol.
En el Alvear Palace, el hotel que suele acogerlo en sus incursiones porteñas, Arturo Pérez-Reverte desgrana los entretelones de su último trabajo, Falcó. Una novela como Alatriste, con destino de saga, cuyo segundo volumen, ambientado en Tánger -uno de los escenarios de La reina del Sur -aparecerá en primavera. Recién llegado a Buenos Aires con motivo de la Feria del Libro, donde se presentó por única vez el sábado, en un diálogo con Jorge Fernández Díaz en la sala Borges.
Falcó es un típico personaje revertiano, pero esta vez es espía y es feroz. Quizás, el más brutal entre su repertorio. Tortura y seduce, mata y ama con la misma predisposición con que despliega sus encantos. Sin ideologías, amoral y sofisticado, tan guapo como truhán, la vida para él es una aventura.
A los 65 años, está claro que Pérez-Reverte goza con la provocación, la transgresión del novelista decidido a conducir al lector por la desmesura. Él mismo lo confiesa con una cita de John Dos Passos al comienzo de la novela: “El infierno es un poderoso estimulante”. Y así, enhebrando sutiles claroscuros, cincela un antihéroe capaz de arrobar al lector. Hasta imponerle cierta indulgencia hacia un depredador apátrida, en medio de la Guerra Civil española.

-Solés decir que ningún novelista pone lo que no tiene. ¿Qué tiene de vos Falcó?
-Mi forma de mirar. No le presto mis recuerdos, amores, odios o tics. Le presto una forma de ver la vida: el escepticismo respecto de las grandes ideas, que terminan siempre en cosas grotescas, y el respeto por ciertos códigos marginales que admiro: la valentía, la lealtad, el orgullo. Él, como yo, tiene muy mal concepto del ser humano.
-¿Cómo se vive con esa convicción?
-Por suerte, tengo libros. Sin libros hubiese sido un hijo de puta. Estaría disparándole a la gente, sería terrorista, no sé. La parte de humanidad que he conservado se la debo a los libros que escribo y leo. Son analgésicos, un filtro que te permite soportar cosas. Fui a la guerra con 20 años y vi cosas que ni mis padres ni el colegio me habían advertido que existían. Fui educado bajo la creencia de que el ser humano es bueno, que el bien y la justicia triunfan. Y en la guerra, que fue mi escuela y me adiestró hasta los 45 años, vi que no había ninguna relación con eso. Perdí inocencias, gané certezas y en un día aprendí lo que hubiera tardado años en aprender. Es en esos lugares donde la condición humana se manifiesta. Entonces, puse en revisión todo ese mundo en el cual había sido educado. Tuve que hacerme de valores nuevos: lealtad, amigos, valor, dignidad, y con eso he estado tirando hasta ahora.
-¿No hay bálsamos en la realidad?
-A mí la vida me trata muy bien, mis libros se venden, navego y he hecho siempre lo que he querido. Soy un tipo con suerte. Pero eso no modifica mi concepto del mundo. Porque sigo mirando alrededor de mí y voy por la vida como un cazador.
-Construís personajes que son lobos, pero los dotás de atributos irresistibles. ¿Está ahí la trampa del novelista?
-Claro. Con Falcó quería mostrar a un criminal, pero había que envolverlo en algo que lo hiciera soportable. Por eso es guapo, encantador y brillante. Pero lo difícil fue conseguir que lo fuera. Hay una estrategia narrativa, deliberadamente estudiada, para llevar al lector al puerto que quiero. Con diálogos, tensiones, artilugios. Es un tema de seducción, como todo en la vida. Por eso, procuré vestirlo con una parte luminosa que compensa su parte oscura. Él no respeta a nadie, solamente a sus enemigos y a las mujeres valientes.
-¿Lo sórdido es más fértil para la literatura? ¿Qué te interesa encontrar allí?
-Sí, hay más matices, más reflexión y provocación. Mi biografía me impide hacer héroes impolutos, porque mi corazón no es puro. La vida me quitó demasiadas cosas demasiado pronto y me dio otras.
-¿Y hoy la literatura sigue gravitando más que la vida real?
-Es que la literatura es vida real, también. He salido al mundo buscando a la gente de mis libros. Y la he encontrado. Entonces, mi vida y la literatura se funden. Son indisolubles. Y hay momentos en que no recuerdo si hay cosas que son mías o son leídas. Tengo recuerdos literarios que son míos y son sinceros. A lo mejor te cuento que estaba en la Cartuja de Parma y es verdad. Porque está tan metido en mi vida que no hay diferencia. ¡Está todo tan mezclado! Lo que la vida ha deshecho los libros le han dado consistencia. Soy literatura. Pero que no se entienda como pedantería, sino como actitud vital.
-¿Falcó es capaz de matar por encargo a alguien que ama?
-No. Pero no es una cuestión de sentimientos. Cuando la gente como Falcó traza códigos de lealtad con otra gente, no hay orden u obediencia que se imponga a eso. Porque al final, la gente como Falcó, despojada de todo, lo único que tiene para mantenerse digna es respetar a sus iguales. Pero sí mataría a otras sin ningún problema.
-Creás mujeres fuertes, valientes. Como escritor, ¿no podés librarte de tus obsesiones?
-No. Siempre digo que hay dos tipos de mujer: la que en el cine cuando atacan los indios se agarra al brazo del vaquero y la que dispara. A mí me interesa la que toma el rifle. Y no hablo en términos sexuales, sino que ése es el tipo de mujer que me interesa como compañía. En la guerra, por ejemplo, no me gustaba ir con mujeres, porque eso te hacía más vulnerable. Te pueden matar para violarlas. Porque allí los hombres hacen cosas que no se atreverían a hacer en la paz. Pero hubo algunas con las que correr ese riesgo valía la pena: eran una compañía excelente y sabían cómo desenvolverse.
-Tu mirada siempre es retrospectiva. ¿Naciste en la época equivocada?
-No, nací en la mía. Pero la época de Falcó, de entreguerras, me interesa mucho. Eran tiempos menos cómodos, pero más interesantes. Ahora todo es mucho más vulgar. Antes, todo exigía un talento, unas habilidades que ahora no son necesarias. Y lamento que los filtros que antes permitían que los mejores mostraran su eficacia y fueran recompensados por ello hayan desaparecido. El gran drama del mundo actual es que la palabra elite está mal vista. Tiene que haber oportunidades para todos, pero una vez dentro del sistema tiene que ser el mejor el que se imponga. Porque la elite es la que tira del mundo en lo intelectual, lo científico, lo político. Sin elites somos mediocres. ¿Dónde están los Adenauer, De Gaulle, Churchill? El sistema ya no los fabrica; los hemos perdido. Es que la inteligencia molesta, porque ofende a los mediocres. Nunca ha habido tanta reacción de mediocres ofendidos. Las redes sociales son eso: un gallinero enorme de mediocres ofendidos clamando contra aquellos que destacan y reivindicándose ellos mismos en el mismo papel. Y eso es triste, nos conduce a lugares oscuros.
-¿Aspirás al Cervantes?
-No. Es más, lo rechazaría. Ha salido mi nombre en dos candidaturas y pedí que lo retiraran. No me gustan los premios oficiales. Y no es boicot, es orgullo. En Hombres buenos, el almirante dice: “Estoy menos orgulloso de lo que soy que de lo que he conseguido no ser”. Y así me siento yo. Jamás me he presentado a un premio. Los que me han dado han sido a traición. Me gusta poder alardear de estar fuera del circuito formal de la cultura española o de la que sea. Los premios me hacían falta cuando empezaba a escribir. Hoy no los necesito.
-¿Cuál es tu debilidad?
-El orgullo, que es distinto a la vanidad o a la soberbia. El orgullo entendido como el poema “Si”, de Kipling. Yo no me haría matar por una ideología o por una bandera. Pero por sí por orgullo.
-Tenés convicciones muy férreas. ¿Cuándo fue la última vez que cuestionaste alguna certeza?
-Son férreas porque son pocas. Y por eso debo cuidarlas. Igual, están en revisión continua. Pero me guardo mis dudas. Con la edad, se abren brechas muy peligrosas que pueden destruir toda la estructura. Lo que más miedo me da es perder la compostura.
LA NACION