Los drones, a cargo de la preservación de la fauna africana

Los drones, a cargo de la preservación de la fauna africana

Por Rachel Nuwer
En el Parque Nacional Liwonde ya es de noche, pero de todos modos los intrusos son claramente visibles. Desde 90 metros de altura, una cámara infrarroja adosada a un dron BatHawk sigue el rastro de los infractores, una raya negra que se desliza aguas arriba sobre el luminoso gris del río Shire.
“Están infringiendo la ley al ingresar al parque”, dice Antoinette Dudley, una de las operadoras del dron, y señala las imágenes que muestra la pantalla de su computadora.
Dudley y su colega Stephen De Necker están a más de 3 kilómetros de distancia de ese bote, sentados en la camioneta Land Cruiser que les sirve de centro de control. En la parte trasera del vehículo, sobre el respaldo del conductor, un monitor exhibe los signos vitales del dron, mientras que otro instalado sobre el respaldo del acompañante muestra las imágenes en vivo capturadas por el dron, que es operado a través de una vieja consola de videojuegos.
“Vamos a darles un susto”, anuncia De Necker. Presiona un par de teclas para encender las luces de navegación del dron y lo dirige derecho hacia el bote.
La reacción es instantánea: el bote gira en U y pone proa hacia la salida del parque.
Intentos infructuosos
África atraviesa una profunda crisis de caza furtiva: la población de elefantes en el continente cayó un 30 por ciento entre 2007 y 2014, en gran medida a causa de la caza ilegal. Sólo en 2015, por lo menos 1338 rinocerontes fueron cazados por sus cuernos. Los delincuentes están cada vez más militarizados en sus tácticas, y los intentos de frenarlos han sido mayormente infructuosos.
Desde 2014, el Parque Nacional Liwonde ha perdido unos 50 elefantes y dos rinocerontes a manos de los cazadores fur- tivos. En agosto de 2015, el Departamento de Parques Nacionales de Malawi sumó la colaboración de African Parks, una organización sin fines de lucro especializada en la recuperación de áreas protegidas en problemas.
Desde que tomó el control de las operaciones en Liwonde, el grupo de African Parks ha confiscado más de 18.000 trampas ilegales, ha realizado más de 100 arrestos, instalado casi 100 kilómetros de alambrado electrificado y ha trasladado a 261 elefantes a otra reserva.

Pero African Parks también se ha embarcado en un inusual experimento de alta tecnología y convocó a un equipo de Sudáfrica especializado en drones. Con financiamiento del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por su sigla en inglés), que incluye un aporte de 5 millones de dólares de parte de la empresa Google, por primera vez se está evaluando formalmente el potencial de los drones para combatir la caza furtiva.
UAV & Drone Solutions (UDS), la empresa empleadora de Dudley y De Necker, es la primera operadora con licencia en toda África, un aval que los autoriza a volar drones hasta 8 kilómetros de distancia y a operar de noche, una ventaja crucial, dado que la enorme mayoría de los cazadores ilegales se mueven después de que oscurece y son pocos los parques que pueden realizar patrullajes nocturnos efectivos.
La empresa UDS opera en Sudáfrica, Malawi y Zimbabwe, y pronto también en Botswana. Sus drones de ala fija BatHawk de última generación están equipados con cámaras, transmisores de video y telemetría, y con alternancia de baterías tienen una autonomía de vuelo de más de ocho horas.
“La empresa UDS es, de lejos, la mejor en esto –afirma John Petersen, presidente de la Fundación Charles A. y Anne Morrow Lindbergh–. Que se sepa, no hay nadie más en el mundo que opere vuelos regulares casi exclusivamente de noche.”
La idea de usar drones para combatir la caza furtiva no es nueva. Hace un par de años, los conservacionistas celebraron la llegada de los drones como su arma infalible, pero el desencanto no tardó en llegar.
Para un control eficaz, se necesitan equipos y software profesionales a escala industrial, que suelen exceder holgadamente el presupuesto de las magras arcas de los grupos conservacionistas. Los directores de los parques y las reservas optaron, entonces, por modelos inapropiados, demasiado frágiles para entornos salvajes y sin la capacidad de vuelo y de video necesarias.
“No creo que el mundo del conservacionismo tenga dinero suficiente para que los drones contra la caza furtiva sean efectivos”, sostiene Richard Vigne, director ejecutivo de Ol Pejeta Conservancy, en Kenya.
Los conservacionistas no hicieron las averiguaciones necesarias para saber si los drones se ajustaban a sus necesidades, según Nir Tenenbaum, director de Wildeas, una consultora de tecnología conservacionista.
“Son muchos los grupos que esperan que la tecnología resuelva sus problemas, pero
por lo general no saben nada de tecnología”, sostiene Tenenbaum.
Los funcionarios gubernamentales tampoco ayudaron. En Namibia, los vuelos de prueba y entrenamiento llevados a cabo por WWF con apoyo financiero de Google fueron cancelados cuando el gobierno suspendió el uso de drones en general.
Otros países directamente prohibieron el vuelo de vehículos no tripulados o acotaron rigurosamente su uso. Recién en los últimos tiempos la situación empezó a cambiar. En 2015, Sudáfrica estableció la primera legislación formal sobre los drones, y otros países han empezado a hacer excepciones específicas para permitir su uso.
Entre el programa Air Shepherd, que lleva adelante la Fundación Lindbergh, la Fundación Peace Parks de Sudáfrica y los fondos de Google de WWF, se ha cubierto aproximadamente la mitad de los 100.000 dólares de costos operativos. A pesar de esos recursos, Otto Werdmuller von Elgg, cofundador de la empresa UDS, ha descubierto que los drones están lejos de ser la panacea que muchos conservacionistas anhelaban.
“Tengo la convicción de que son herramientas importantes, pero recién estamos empezando a entender cómo usarlos eficazmente –admite Von Elgg–. Ahora el desafío es definir cómo vamos a integrar los drones a las operaciones contra la caza furtiva que ya se hacen actualmente.”
Hasta ahora, ningún cazador furtivo ha sido arrestado basándose sólo en la vigilancia de drones y apenas un puñado de cazadores han sido avistados por los operadores. Según Von Elgg, los equipos de drones no suelen contar con el apoyo terrestre de patrullas de guardaparques que puedan seguir una pista y los pilotos suelen volar los artefactos sin datos previos sobre los lugares donde podría haber cazadores furtivos.
Durante los vuelos de prueba en el Parque Nacional Kruger, en Sudáfrica, un área protegida que tiene la superficie de Israel, “sin ningún dato de inteligencia previa, nos pidieron que buscáramos gente en esa vasta extensión de territorio”, dice Von Elgg. “Fue una absoluta pérdida de tiempo.”
Cuando el equipo de drones de UDS del Parque Nacional Kruger finalmente detectó a un grupo de cazadores de rinocerontes, llamaron a las autoridades del parque. Pero les dijeron que no tenían guardaparques disponibles para desplegar en el terreno.
“Fue una frustración enorme –dice Dudley, que es quien había detectado a los intrusos–. Uno se enoja porque esa gente te dice que quieren que vayas, y uno llega, presta el servicio y después no te dan apoyo.”
Pero Otch Otto, ex jefe de operaciones del servicio de guardaparques del Parque Nacional Kruger en la zona de la misión de drones, dice que como los recursos son limitados, es mejor usarlos en técnicas y tecnologías ya probadas, y no en vuelos de drones experimentales.
“Esa tecnología está en fase experimental, y volcar esfuerzos y capacidad de respuesta en algo que no está probado no les sirve a los rinocerontes”, afirma Otto.
El análisis de los datos también es un desafío. Actualmente, los operadores de drones deben observar la transmisión de las imágenes en vivo para detectar a los intrusos y es muy fácil pasarse por alto a los cazadores furtivos.
“Puede pasar por infinidad de razones. Basta con que el operador aparte 20 segundos la vista de la pantalla para agarrar una taza de café, y listo, no lo vio –relata Cedric Coetzee, gerente general para la seguridad de los rinocerontes de la reserva Ezemvelo KZN Wildlife, en Sudáfrica–. No hay una alarma que suene y, entonces, uno sale corriendo. Primero, es imperioso detectarlos.”
De hecho, a los pilotos de la reserva que dirige Coetzee se les pasó por alto un grupo de intrusos captados fugazmente por su dron. Recién vieron el paso de los cazadores furtivos más tarde, cuando las imágenes fueron revisadas.
Serge Wich, ecologista de la Universidad John Moores, de Liverpool, Gran Bretaña, y cofundador de la organización sin fines de lucro Conservation Drones, está colaborando con colegas del Departamento de Astrofísica en el desarrollo de un software para drones capaz de distinguir a los humanos de los animales.
“Cuando esté listo, en vez de tener que mirar horas y horas de video sin información relevante, a los guardaparques les sonará una alerta cuando sean altas las probabilidades de haber detectado a un cazador ilegal”, dice Wich.
Tal vez el mayor desafío es que los conservacionistas no saben usar los drones de la manera más eficiente para detectar cazadores, porque no se han realizado pruebas rigurosas de largo plazo.
El Consejo de Investigaciones Científicas e Industriales de Sudáfrica realizó una prueba de dos meses con la empresa UDS y llegó a la conclusión de que la tecnología “es una notable herramienta de apoyo”, pero los funcionarios todavía no han difundido los datos que sostienen esa afirmación.
La mayoría de la evidencia en apoyo de los drones es anecdótica: Coetzee dice haber notado una significativa reducción de intrusiones cuando se realizan vuelos con drones en los parques, pero agrega que hay otros factores en juego. Coetzee manifiesta que si bien los drones son capaces de disuadir a los infractores, éstos simplemente pueden desplazarse a otro lugar dentro de la misma reserva. WWF planea despejar estas incógnitas poniendo a prueba la efectividad de los drones contra los cazadores furtivos en el Parque Nacional Liwonde. Las pruebas con dos drones BatHawk y tres DJI Phantom empezaron en agosto pasado. La fundación también ha arrancado con pruebas en Zimbabwe.
Otra cuestión a comprobar es si los drones también pueden ayudar a reducir el contacto de los animales con los humanos. Un hallazgo inesperado: los drones DJI Phantom pueden alejar a los elefantes de los límites del parque, probablemente por el ruido que emiten, parecido al zumbido de las abejas, y los elefantes odian a las abejas.
“Al finalizar el experimento, esperamos poder decir que hay un par de cosas buenas que se pueden hacer con drones y que hay otras que es mejor no intentar porque no van a funcionar”, dice George Powell, director de tecnología de WWF.
“Vamos a hacer esto de manera científica y, en el camino, tal vez también podamos salvar a algunos elefantes.”
LA NACION/THE NEW YORK TIMES