Disgusto

Disgusto

Este hombre enfoca directo a la cámara. De este lado, es difícil no sentirse interpelado por esos ojos que se nos acercan sin pudor. Está claro, además, que no le gusta lo que ve. Lo dice su boca, que se curva hacia abajo en sus extremos en una inapelable mueca de disgusto. Algo muy humano: no le gusta lo que ve, pero se deleita en una larga contemplación. Podríamos decir, en nuestra defensa, que cualquiera mirado tan de cerca quedará expuesto en sus imperfecciones y errores. De mantenerle la mirada, acabaría destruyendo nuestro amor propio. Tal vez sea eso lo que se propuso el fotógrafo, que debió de haberse sentido el primer destinatario de su desprecio. Aunque el reportero sabía que en verdad estos ojos lo atravesaban y se posaban en una esperanza inútil, como la de todos los jugadores. La desazón no es con usted ni conmigo, sino con un caballo al que quizás el hombre del sombrero le apostó todo en el hipódromo de Cheltenham, Inglaterra.

LA NACION