22 Mar Misery Porn: la TV que nos hace sufrir
Por Laura Marajofsky
Esperar varios meses para saber qué personaje central es asesinado a los golpes con un bate de béisbol, en lo que podría ser uno de los cliffhangers más crueles del último tiempo en televisión, resultó ser demasiado para la audiencia. Incluso los fans más acérrimos tuvieron que admitir que el comienzo de la séptima temporada de The Walking Dead llevó las cosas un poco más lejos que de costumbre, haciendo que muchos se replantearan la posibilidad de seguir viéndola.
A la tensa espera entre temporadas (algo inevitable por el modelo de producción, pero que también ya ha sido incorporado como recurso narrativo) se le sumó un morbo sin precedente en la serie.
Que es mucho decir, aunque hablemos de un producto que ha hecho eje conceptual en la idea de la supervivencia a toda costa -con la consecuente pérdida de la humanidad- y que honra la tradición estética zombi y el gore, pero es más que un “show de zombis”.
Hemos visto cómo Andrea acunaba a su hermana recién convertida para luego dispararle en la cabeza, cómo el gobernador decapitaba al querido patriarca Hershel en frente de sus hijas y hasta escenas tan controvertidas como el asesinato de niñas pequeñas como medida preventiva, pero siempre de forma contextualizada y en función de la trama y los conflictos internos de los personajes.
Sin embargo, ahora, la sensación general es que se ha cruzado una línea. “Es extraordinariamente sádico para cualquier drama sacarle tanto jugo al hecho de hacer que su audiencia más fiel espere seis meses para ver cuál de sus personajes favoritos es brutalmente asesinado”, comenta con tino Melanie McFarland, periodista especializada de Salon.com.
Dónde trazar exactamente la línea en un show tan sangriento como éste no es tarea fácil, pero lo cierto es que lo que funciona para el cómic puede no hacerlo en la pantalla chica y mostrar gráficamente la escena en la que el nefasto Negan (el nuevo villano interpretado por Jeffrey Dean Morgan) mata a golpes no a uno, sino a dos personajes queridos parece un tanto innecesario. La crueldad estuvo también marcada por el timing con el que se manejó el episodio, una lentitud apabullante diseñada para estirar el padecimiento lo más posible y que en conjunto con los flashbacks tan característicos de la serie y los fundidos a negro que sólo dejan escuchar sonidos volvieron una verdadera tortura este primer capítulo.
El nuevo misery porn en TV
¿Qué podría estar marcando este hito de crueldad televisiva? ¿Se trata de una necesidad de los productores de retener a audiencias escurridizas, déficit de atención millennial, falta de creatividad y sobreoferta de producciones mediante? ¿O es acaso que el espectador moderno requiere entretenimientos cada vez más truculentos para sostener el interés?
The Walking Dead no es el único ejemplo en donde el diseño del show pareciera girar en torno a que las audiencias tengan reacciones viscerales cada vez más intensas, y en los que las tramas están construidas con un objetivo claro: inquietar al televidente, aun si eso implica alejarse del espíritu original de la serie o perder sustancia. Mientras que por el lado de TWD se cuestiona todo el manejo del conflicto con Negan, a tal punto que los fanáticos plantean que es poco creíble el modo en que Rick toma las decisiones que devienen en esa situación, otras series, como Black Mirror, han llevado los niveles de sufrimiento físico o psicológico de los protagonistas a extremos no muy ATP.
Por su parte, la serie de culto Black Mirror, retomada por Netflix en una tercera temporada, tiene uno de los episodios más angustiantes del último tiempo, “Shut Up and Dance”. Black Mirror siempre tuvo la intención de incomodar al televidente, algo que se agradecía desde el tratamiento de las situaciones extremas hasta los guiones y sus temáticas con reflexiones variadas sobre el mundo contemporáneo -pese a ser en su mayoría fantasías distópicas-. Aun así, una gran cantidad de espectadores y críticos señalaron este capítulo como “ficción casi pornográfica de la tortura” (ya se habla de torture porn), y que sólo deja un sabor amargo. Algo similar sucede con el episodio “Playtest”. En el primero, un adolescente es acosado por una comunidad de hackers omnipresentes que lo obligan a hacer cosas contra su voluntad, como matar gente; en el segundo, un mochilero aficionado a los juegos y el dinero fácil termina preso de una corporación que está desarrollando un nuevo producto que podría causar muerte cerebral como efecto colateral.
Consistencia vs. efecto
Ahora, ¿qué sucede cuando las propias series se alejan de las premisas morales y estilísticas establecidas? En el caso de Black Mirror, la existencia de villanos concretos, sean los trolls de Internet o una corporación malévola, deja un poco en offside el espíritu subyacente de la serie: que los personajes son los cómplices o verdaderos responsables, por acción u omisión, y la tecnología, una catalizadora de los conflictos humanos. En relación con de The Walking Dead, aunque la clásica dinámica villano-héroe es lo que hace que funcione la serie, planteando nuevos desafíos a los personajes, forzar las cosas para que la pandilla caiga en manos de Negan, o seguir reproduciendo el mismo esquema una y otra vez tiene sus límites.
¿Cuántas veces podemos verlos caer en las garras de un enemigo, ver morir a alguien importante, escapar y reconstruirse para volver a caer y así ad infinitum? Los comentarios que se volcaron en las redes sociales en las semanas posteriores al comienzo parecieron indicar que no muchas más. El Star Tribune compiló algunos de los mejores tuits relativos, y en la mayoría se cuestionaban las dosis de crueldad y miseria que pueden mostrarse en TV.
La evolución de The Walking Dead de drama de supervivencia a “elaborado drama de ejecuciones” -¿acaso una nueva categoría?-, y quizá lo más sugestivo, se planteaba si no somos todos un poco masoquistas.
“Mis sentimientos respecto del cómic y la serie a este punto son, ¿cuánto más tiempo van a tener que sufrir estos personajes? No tengo expectativas de que toda la TV u otras formas de cultura sean siempre algo positivo o que me reafirme emocional y espiritualmente, quiero ser desafiado y entretenido intelectualmente por un buen guión y buen storytelling”, explica el periodista Chauncey DeVegam. Si bien no esperamos siempre finales felices ni moralejas que nos enseñen, cabe preguntarse si la violencia gráfica o el guión efectista no son también una forma de condescendencia para con el espectador. Otras series encuentran maneras más sutiles de mostrar el horror. Tal vez el caso paradigmático sea la exitosa Game of Thrones, en la que mientras hay una gran cantidad de violencia y muerte el registro fantástico permite matizar el impacto. Por el contrario, estos recursos efectistas son bastante utilizados en el género del terror en la pantalla grande hoy en día.
¿Hacia una nueva idea de entretenimiento?
Parece que nos gusta sufrir delante de la TV. Sirven como prueba las horas que devotos fans dedican a elaboradas teorías que anticipen quiénes serán los próximos personajes en dejar sus series favoritas. Durante la espera de The Walking Dead se hizo famoso un video que analizaba los gritos de los actores para intentar dilucidar a quién mataban en el inicio de temporada.
Puede que nos hayamos vuelto un poco insensibles al horror, casi como si estos productos fueran pequeños simulacros de entrenamiento. Sin ir más lejos, un debate reciente sitúa los videojuegos en el ojo de la tormenta y plantea que tanto éstos como nuevos desarrollos como la realidad virtual podrían despertar serios interrogantes respecto del acostumbramiento y la desensibilización que generan en los jugadores.
Pero si lo único que nos llevamos de ese momento frente a la TV es un mal rato o sentirnos horriblemente deprimimos, ¿por qué caemos? La neurociencia del miedo es poderosa y está comprobado que la respuesta natural de lucha o huida puede ser algo placentero de experimentar, y hasta adictivo. Es por ello, y a pesar de las palmas sudorosas y el dolor en el abdomen, que volvemos una y otra vez a estas ficciones. No se trata sólo de preferencias ni idiosincrasias, sino también de química neuronal: nuestro cerebro libera mucha dopamina durante actividades que nos asustan y generan tensión o estrés durante lapsos cortos y controlados. Por supuesto que poder disfrutar de esto en la seguridad de nuestro hogar, alejados de todo apocalipsis zombi o de una sociedad futurista perversa, no hace más que reafirmar la pulsión por ver estas series.
Resguardo ante la creciente incertidumbre, espacio catártico en la vorágine diaria o un ejercicio cultural sobre los límites de nuestra tolerancia y capacidad de adaptación, este nuevo registro ha llegado para quedarse. Después de todo, dicen, sufrir no cuesta nada.
LA NACIÓN