La fábula de Dylan y las cigarras

La fábula de Dylan y las cigarras

Por Juan Carlos Pedraza
No hay Nobel de Matemática. Son muchas las especulaciones que se han tejido alrededor de esta omisión que incluye el despecho por amores no correspondidos ni comprobados. Lo cierto es que Noruega la ha reparado creando el Premio Abel que, aunque menos famoso, es monetariamente equivalente.
Sin embargo muchos matemáticos entraron por la puerta trasera de otras disciplinas para llevarse el Nobel. No sorprende que esto haya ocurrido en Física, cercana a la matemática. De hecho en el último Nobel de Física se han utilizado métodos matemáticos avanzados para estudiar estados inusuales de la materia. En Economía son varios los matemáticos galardonados. Baste nombrar a John Nash, premiado en 1994 y famoso por la película ‘Una mente brillante’. En Literatura el matemático Bertrand Russell alcanzó el galardón en 1950.
Pero nadie diría que Bob Dylan tenga relación alguna con la matemática. Es probable que así sea, aunque hay una historia que lo vincula con esta ciencia en forma insospechada.
Muchas de las ideas matemáticas son elaboradas sin pensar en su utilidad. Luego las teorías, los modelos y los métodos desarrollados se muestran útiles para resolver problemas en los ámbitos más diversos.
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Hace pocos meses descubrieron un número primo con 22 millones de dígitos, el mayor hasta ahora. Si se escribiera una cifra atrás de la otra, el número ocuparía una línea de más de 31 km. No parece tener utilidad.
Los números primos son los que solo se pueden dividir en forma exacta por 1 y por el mismo número. Por ejemplo el 17 es primo porque solo se puede dividir por 1 y por 17 pero el 15 no lo es porque además del 1 y el 15, lo dividen el 3 y el 5.
La matemática busca patrones que puedan predecir de qué va la cosa. Encontrar el ritmo de un objeto de estudio, hallar su música, es como amansar un caballo salvaje. Los primos resultaron ser indomables. No conocemos la partitura que interpretan estos números. Mucha matemática se ha creado en pos de sus notas.
Más fascinante que su historia, es que esta música que pertenecía a los ámbitos de la matemática pura, alejada de toda ‘contaminación’ práctica, armoniza con las más sofisticadas técnicas de encriptación para la seguridad informática y suena en la naturaleza para explicar su comportamiento. Es aquí donde entra en escena Dylan.
En 1970, recibió un doctorado en la Universidad de Princeton. En un bosque vecino, Dylan escuchó un estridente canto de cigarras. Esto lo inspiró para componer Day of the Locusts (Día de la Cigarra) donde nos cuenta que no se siente a gusto en el ambiente académico:
Eché una ojeada a la cámara/
Donde estaban los jueces hablando./ La oscuridad caía por doquier,/ Aquello parecía un cementerio/ Y las cigarras cantaron, y me dejaron helado/ Cantaron una dulce melodía/Cantaron con vana palabrería/ Cantaron, cantaron para mí.
Estas cigarras permanecen ocultas bajo tierra durante 17 años recogiendo nutrientes de las raíces. Al unísono salen al exterior para una fiesta que dura pocas semanas. En ese lapso se aparean, las hembras ponen sus huevos y mueren. Son medio millón de cigarras por hectárea y solo los machos cantan para atraer a las hembras. El concierto es ensordecedor. Los vecinos suelen irse de allí durante esos días.
¿Por qué su ciclo de vida es un número primo? No parece casualidad. Otras variedades de cigarras tienen un ciclo de 13 años y otras de 7 años. Todos números primos. Esto se puede explicar por la existencia de un depredador que aparecía periódicamente en el bosque, coordinando su llegada con la de las cigarras. La selección natural hizo que éstas regulen sus vidas con un ciclo primo para evitar al depredador por muchos años. Por ejemplo, si el depredador aparecía cada 4 años sólo coincidirán cada 68 años (4 por 17) ya que 4 y 17 no tienen divisores comunes.
¿Saben acaso las cigarras la música de los números primos que todavía no logramos develar? La cita será de nuevo en el noreste de EE.UU. en el 2030. Tal vez para entonces sepamos algo más sobre este misterio.
Es inevitable la moraleja. Los premios como el Nobel, que reconocen el talento de unos pocos aunque merecidos, parecen ser un anacronismo. Los logros importantes son colectivos y atribuibles al esfuerzo de muchas generaciones. La humanidad atraviesa centurias en el intento de resolver problemas con una tenacidad admirable y asombrosa. Los individuos en cambio con frecuencia somos alcanzados por el desánimo o la frustración ante los obstáculos que imponen las circunstancias. Nuestra historia y presente ofrecen ejemplos al respecto. Al igual que las cigarras, María Elena Walsh nos marcaba el camino cuando nos decía que a la hora del naufragio y de la oscuridad alguien nos rescatará para seguir cantando.
EL CRONISTA