17 Feb Imágenes que desafían la percepción y crean nuevos significados
Por Julia Villaro
Una mirilla convierte un taco de billar en una extraña escopeta mientras que una cuchara proyecta, como sombra, la silueta de un tenedor. En las obras de Chema Madoz suceden cosas extrañas: las jaulas apresan nubes y los ladrillos tienen manijas de cajones. Puede que lo que en estos días se vea en la Fototeca Latinoamericana de Buenos Aires (FoLa) sea una muestra de fotos, pero antes de ser escritas con luz, las imágenes de Madoz fueron sueño, tinta y objeto. La fotografía es la instancia terminal -si es posible pensar que cualquier imagen pueda ser el final de algo- de un proceso en el que el artista viaja desde la visión onírica -más allá de que tenga lugar en sueño o en vigilia- de un objeto hasta la concreción material del mismo. De su paso por el mundo (por este mundo) quedan las fotos que ahora cuelgan de las paredes, pequeñas ventanas como hendijas que el fotógrafo español ha dejado abiertas para que podamos acercarnos y espiar esta suerte de universo paralelo, donde las lógicas se invierten y las certezas se distorsionan.
Ocurrencias y regalos (para la vista) resulta ser realmente una experiencia relajante. Descansa –la vista pero sobre todo la mente- permanecer en la sala de FoLa ante estas imágenes que ponen en suspenso la lógica utilitaria del mundo. Aquí los libros son ilegibles, los radares se despliegan en piletas de baño y el globo terráqueo es en verdad una bola de espejos sin referencia alguna a océanos y continentes. Objetos que no sirven para nada, que Madoz compone a partir de otros objetos (que probablemente ya tampoco sirvan para nada): tazas, rejillas, hebillas, cajones, discos, jaulas, floreros. Hay una suerte de mística en las imágenes: para Madoz cada forma en el mundo alberga a su modo la magia, una cierta poesía. Su trabajo es un pariente lejano –un nieto posmoderno que conserva sin embargo la ironía de los ancestros- del objet trouvé, objetos encontrados, que dadaístas y surrealistas, con su sarcástica apología del azar y su deliberada abolición de las lógicas convencionales, usaron en reiteradas ocasiones durante la primera mitad del siglo XX. Ante las piezas/imágenes de Madoz vuelven a nuestra cabeza los ready-made de Marcel Duchamp, desde su rueda de bicicleta hasta el secador de botellas, pasando por La fuente, el célebre mingitorio que firmó con el seudónimo R. Mutt y presentó como obra en la exposición de la Sociedad de Artistas Independientes de Nueva York, en 1917.
Entre la ingenuidad y la mueca burlona, entre lo dado y lo maravilloso, está lo encontrado: un anillo de compromiso es “el queso” que guiará los ratones hasta la trampera, y el peón de un juego de ajedrez es ahora la pata del tablero. Madoz da a esa suerte de poética del objeto iniciada antaño, otra nueva vuelta de tuerca porque, a diferencia de Duchamp fotografía los objetos. Por eso el más afín al espíritu madoziano es Man Ray. Imposible no evocar su Violín de Ingres, la fotografía en la que el dadaísta convierte, mediante el gesto sutil de superponer los oídos en efe de un violín a la espalda de su modelo, un cuerpo femenino en la caja de un instrumento musical. También a través del sencillo recurso de la superposición espacial –una cosa delante de otra- Madoz convierte una copa de vino en pubis femenino.
“Dice que se considera -cuenta Fernando Castro Flórez en el texto que acompaña la muestra- como un escultor objetual que trabaja desde el punto de vista de un fotógrafo y dice que la fotografía es para él poco más que un registro de memoria, que le permite fijar la idea.” Lo cierto es que Madoz ha sabido sedimentar fotográficamente sus visiones metamórficas, sus singulares juegos objetuales, dotando, con su uso sistemático del blanco y negro, a la imagen final de una tonalidad «enigmática»”.
Porque más allá de los objetos, las obras de Madoz son imágenes, y como tales funcionan, se vuelven efectivas. Sorprende al ojo ver que el mástil de una bandera terminará en raíces, o que la maya de un reloj es a la vez la vía de un tren ausente, porque el ojo asimila los objetos de un solo golpe, tiende a culminar las figuras, se adelanta, se apura. Y es justo ahí, donde el ojo se cierra (se clausura porque cree que conoce lo que mira) donde las imágenes de Madoz lo desdicen, y nos obligan a abrir la percepción. A descubrir que lo que pensábamos que era de una forma es de otra. Un regalo se derrite porque es en verdad un cubito de hielo, y un lago se convierte en un extraño tarro de pintura fuera de escala, cuando sobre su superficie emergen, cual camalotes, sus tapas de hojalata.
Vale la pena recordar que las obras del español no son fotomontajes ni retoques digitales, sino la pura mano de un hacedor de objetos que antes de deconstruir sus piezas y casi con una suerte de superstición inversa, las retrata. Como si la fotografía, lejos de capturarla, dotara de espíritu a lo retratado.
Hasta el 12 de marzo en FoLa, Godoy Cruz 2626. Lunes a domingos, de 12 a 20. Miércoles cerrado. Entrada: 70 pesos. Descuentos a estudiantes con credencial y jubilados.
CLARIN