Cuando Hollywood contraataca

Cuando Hollywood contraataca

Por Natalia Trzenko
En los años 30, cuando los Estados Unidos pasaban por la peor depresión económica de su historia, el entonces presidente Franklin Delano Roosevelt empezó a dirigirse a la desesperada población de su país a través de la radio. Sus intervenciones regulares, pensadas para tranquilizar y extender una mano a los ciudadanos, eran conocidas como las “charlas junto a la chimenea”.
A una semana de su llegada a Washington, Donald Trump también se dirige a su pueblo, pero su medio son las redes sociales. El Twitter es su preferida. El límite de los 140 caracteres es el que mejor le sienta a su retórica encendida, más propia de alguien dispuesto a quemar con el fuego de la chimenea que a utilizarlo como abrigo en el invierno frío.
Los disparos digitales de Trump apuntan directos al corazón neblinoso de su base de votantes, convencidos de todos los argumentos esgrimidos por el líder de un movimiento que él y su equipo pintan como heroico y patriótico pero que, desde fuera de su burbuja, se lo percibe como todo lo contrario. Y nadie fue más claro para demostrar esa diferencia que la comunidad de Hollywood. Un grupo tan variado como creativo que se transformó en la cara visible de la resistencia de quienes rechazan y temen las decisiones de Trump y su gabinete. Los artistas, con su capacidad de expresión y la certeza de que su presencia les aseguraría un lugar en los medios de los Estados Unidos y el mundo -hipótesis probada hace unas semanas gracias a la difusión global del discurso de Meryl Streep en los Globo de Oro-, marcharon primero en las diferentes movilizaciones organizadas hace una semana, un día después de la asunción del nuevo Presidente.
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Gracias a su participación, que se reprodujo en cientos de miles de personas sin su fama pero con su misma fortaleza de convicción, actores directores y músicos como Madonna, Cher, Amy Schumer, Scarlett Johansson, Jessica Chastain, Chelsea Handler, María Bello, Charlize Theron, America Ferrera, Alicia Keys, Emma Watson, Anjelica Huston, James Franco, Miley Cyrus, Julia Louis-Dreyfus, Jane Fonda, Michael Moore, Rufus Wainwright, Natalie Portman, Kerry Washington, Katy Perry y Julianne Moore, entre muchos otros, se manifestaron y, de paso, tocaron un nervio especialmente sensible en el nuevo Presidente.
Trump no sólo es el Presidente de las políticas proteccionistas y los discursos xenófobos, sino que, como demostró en su primera semana en la Casa Blanca, en el fondo sigue siendo una estrella de reality show preocupada por los ratings, el único modo que parece definir su popularidad y legitimidad. Como sucedía en los tiempos en que encabezaba el reality El aprendiz, el Presidente revisó los ratings de su asunción y la cantidad de público que asistió en vivo a su jura con su particular prisma. Una costumbre que los críticos televisivos deberán enseñarle a reconocer a los analistas políticos, que nunca tuvieron que lidiar con un primer mandatario de sus características.
“Para Donald J. Trump, la estrella de TV, los ratings fueron creados para ser adornados. Esto también resultó cierto para Donald J. Trump, Presidente. Pasó su primer fin de semana como primer mandatario en guerra con la matemática, asegurando, a pesar de los informes oficiales en Washington, que a su jura habían asistido algo así como «Un millón, un millón y medio de personas» (…) Para los medios dedicados a la política ese descaro resultó impresionante. Pero quienes cubrimos temas televisivos ya lo habíamos visto antes: los inventos de una celebridad, rodeada de esbirros, que crea su propia realidad”, decía James Poniewozik, crítico televisivo del New York Times, que recordó que en sus últimos tiempos como conductor de El aprendiz, Trump le pedía a su agente de prensa que comunicara a los medios que el programa era el número uno de la TV, aunque la realidad lo ubicara más cerca del puesto 72. Según el artículo, Trump siempre usó una “calculadora aspiracional” tanto en sus proyectos de bienes raíces como en su encarnación como líder de las mediciones de audiencia.
“¡Guau, ya salieron los ratings: 31 millones de personas vieron la inauguración, 11 millones más que los muy buenos ratings de hace cuatro años!”, escribió Trump en su perfil de Twitter a pocas horas de su asunción, como para confirmar todos los temores de los analistas televisivos. Claro que su obsesión con los ratings y su manipulación de los datos (la comparación correcta marca que la ceremonia inaugural de Obama, en 2009, sumó 25,5 puntos de rating, frente a los 20,1 de la de Trump) no fueron los únicos temas sobre los que tuiteó el flamante mandatario.
Claramente molesto por la masiva convocatoria de las marchas realizadas en su contra y por el papel que las estrellas de Hollywood tuvieron en ellas -en Los Angeles el número de asistentes superó las 750.000 personas-, Trump arremetió con un mensaje en el mismo tono que utilizó durante toda su carrera como candidato ” ¡Vi las protestas ayer, pero tenía la impresión de que acabamos de celebrar una elección! ¿Esa gente por qué no votó? Celebs (sic) hieren gravemente a la causa”, escribió el presidente y volvió a encender la llama de indignación eterna de los artistas.

Soldados de la resistencia
La respuesta de los famosos del cine, la TV y la música -en su mayoría molestos con las ideas y las formas de su nuevo Presidente- adoptó diversas formas en sintonía con sus expresiones creativas. Así, la cantante y compositora Fiona Apple escribió un himno para celebrar las marchas convocadas por organizaciones femenistas llamado “Tiny Hands” (“Manos diminutas”) con la letra: “No queremos tus manos diminutas en ningún lugar cerca de nuestra ropa interior”, en referencia a los escandalosos audios en los que el ahora Presidente alardeaba de sus atropellos contra las mujeres.
Por otro lado, el actor Shia LaBeouf anunció la instalación de un proyecto artístico en el Museo de la Imagen en Movimiento de Queens en el que la gente puede acercarse para recitar la frase “Él no nos dividirá”, luego transmitida en un streaming sin fin. La idea del actor es que la intervención dure los cuatro años de la presidencia de Trump, aunque sus planes tal vez cambien: después de un altercado con un neonazi que se acercó a provocarlo, LaBeouf fue detenido por la policía.
Algo menos intensa, pero igual de poderosa, fue la más reciente aparición en los medios del documentalista Michael Moore, en mismo día de la asunción. Uno de los pocos progresistas que anticipó el triunfo del candidato republicano, Moore hizo otra predicción temeraria: según él, Donald Trump no aguantará cuatro años en el poder. Aunque eso no quiere decir, aclaró el director de Fahrenheit 911, que Trump vaya a bajar el perfil. “Es adicto a la luz roja de las cámaras. No pasará mucho tiempo antes de que tenga su propio programa. Va a sacarse a la prensa del medio. Él controlará el mensaje en su propio ciclo y estoy seguro de que algún canal le va a facilitar los medios para que así sea”, sentenció en una charla desde Washington con The Wrap, un sitio especializado en noticias del espectáculo que, como muchos otros de su tipo, empiezan a vislumbrar las formas y contenidos que asumirá la TV en la era Trump.
Si los noticieros y aquellos programas dedicados al análisis político están empezando a entender que sus viejas constumbres no se aplican para el nuevo Presidente y su gabinete, los productores de las series que se ven tanto en los Estados Unidos como en el resto del mundo también comienzan a trabajar con el nuevo y desconcertante escenario. Por un lado, saben que hay una pelea ideológica que los incluye y, por el otro, reconocen que algunos de sus proyectos podrían espantar a los ejecutivos de los canales, siempre atentos a los cambiantes intereses de sus espectadores. “Si la gente que toma las decisiones tuviera que adquirir hoy una serie como Empire, con un 90 por ciento de actores negros en su elenco y un presupuesto altísimo, sería una decisión mucho más difícil que entonces”, razonó el productor Brian Grazer en un artículo de The New York Times en el que varios de sus pares contemplaban el futuro de sus ficciones. Para algunos, como el matrimonio de guionistas Robert y Michelle King, el triunfo de Trump implicó el cambio de casi toda la trama de su nueva serie The Good Fight -spinoff de The Good Wife-, ya que la mayoría de sus capítulos habían sido escritos con la certeza del triunfo de Hillary Clinton y la posibilidad argumental de tener una mujer presidente era fundamental para el ciclo.
Claro que los productores también saben que el mapa de televidentes está en plena transformación. Que muchos querrán ver en la TV personalidades estridentes y llamativas como la del hombre que votaron para que viva en la Casa Blanca y que otros tantos, desmoralizados por los modos e ideas del primer mandatario, necesitarán que sus ficciones sean lo más livianas, divertidas y relajantes posibles. Si logra un equilibrio entre los dos extremos, tal vez la pantalla chica pueda aportar la ilusión de unidad social que la política parece muy lejos de lograr en los Estados Unidos.
LA NACION