Fernando Aramburu. “Escribir sobre un dolor real, colectivo, pide mucho tacto”

Fernando Aramburu. “Escribir sobre un dolor real, colectivo, pide mucho tacto”

BARCELONA.- El adiós a las armas dictado por ETA en octubre de 2011 abrió un escenario inédito en el que la omertà del miedo del país vasco comenzaba a resquebrajarse. Atrás quedaban medio siglo de violencia en el que había corrido mucha más sangre que tinta. Más de un lustro después, el llamado “conflicto vasco”, con o sin sangre, está lejos de resolverse. Y la tinta, que quizás pudiera ayudar a suturar una sociedad completamente rota, sigue siendo escasa.
Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), afincado en Alemania desde 1985, es uno de los escritores vascos en lengua castellana que se han atrevido a romper el silencio, antes y después del cese de la violencia. En 2016 publicó Patria (Tusquets), obra señalada por unanimidad de la crítica ibérica como uno de los mejores libros del año, ya por su novena edición. Una voluminosa y lograda novela coral, tan dura e incómoda, para unos y otros, como necesaria, sobre “el asunto del perdón personal y sincero”, dice el autor. Pero no parece una tarea sencilla en la historia de Bittori, un viuda de una víctima de ETA que regresa a su pueblo natal del que fue repudiada, incluso por Miren, si íntima amiga de antaño, madre de un joven etarra encarcelado. Ni resulta fácil para sus familias, en una comunidad envenenada por el fanatismo. Ni tampoco ayuda el autor con prólogo o introducción alguna. “No me pareció oportuno orientar en una dirección determinada la lectura de nadie. Salvo el glosario final de palabras vascas, la novela llega desnuda de aditivos que pudieran interferir en su interpretación”, remarca.

-¿El alto el fuego de 2011 fue el sine qua non de Patria?

-El llamado cese definitivo de las acciones armadas de ETA actúa de desencadenante de la novela. Algo terrible por fin se ha detenido, dicen que para siempre, y llega el momento de transformarlo en testimonio literario, y de ver la posibilidad de recomponer los lazos sociales y afectivos rotos por la violencia.

-¿Pretendía hurgar en la herida?

-Creo sinceramente que las heridas sociales no sanan si hacemos como que no las llevamos con nosotros y no nos duelen. Me parece un gesto de un egoísmo feroz transmitir dichas heridas a las generaciones venideras y obligarlas a enfrentarse a un asunto doloroso y triste del que no fueron responsables y que afectará negativamente sus vidas. A mí se me figura que los contemporáneos de aquello deberíamos componer un relato al respecto.

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-¿Qué representan estas dos mujeres?

-Estoy tentado de afirmar que ambas simbolizan las dos partes en que quedó dividida la sociedad vasca durante varias décadas, pero noto que estoy simplificando y suplantando la perspectiva del lector. Ignoro si estas dos mujeres representan el matriarcado. Lo que sí sé es que son fuertes de carácter y que sobre ellas reposa el principal peso de la narración.

-Tras el cese de la violencia, queda una hostilidad silenciosa que parece insalvable en la novela…

-Una sociedad rota no se recompone así como así de la noche a la mañana. Veo de un tiempo a esta parte en la sociedad vasca gestos de buena voluntad y una demanda de los ciudadanos para que se cierre de la mejor manera posible un penoso capítulo histórico de difícil olvido. Ahora depende de la clase política estar a la altura de los tiempos. En este punto soy un tanto escéptico.

-¿Qué riesgo entrañaba esta historia?

-Escribir sobre un dolor real, de connotaciones colectivas, requiere mucho tacto. Va uno como un funambulista caminando sobre un cable. Se podría caer en cualquier momento del lado de la frivolidad o del lado del patetismo solemne.

-El personaje del escritor que parece fugazmente en el capítulo “Si a la brasa le da el viento” se pregunta por qué no ingresó a ETA de joven. ¿Y usted?

-Estuve expuesto a la seducción estética y al adoctrinamiento como cualquier otro muchacho de mi época. Algunas circunstancias me salvaron de caer en la práctica de la violencia. Pienso que me ayudaron algunos posos de cristianismo de la niñez, que me impedían aceptar que fuera posible hacer el bien haciendo daño al prójimo; vivir en una ciudad, donde la presión del grupo y el control de los individuos no son tan intensos como en los pueblos; y finalmente los libros.

-Ese mismo personaje dice que la derrota literaria de ETA está en marcha…

-La derrota literaria de ETA se propone la deslegitimación de su discurso. Ahora mismo se está dando en el País Vasco un choque de versiones. Algunas de ellas son comprensivas con el terrorismo. Mi literatura, y la de otros escritores, se levanta contra dichas versiones.

-¿Por qué se marchó a Alemania?

-Emigré a Alemania por causa de una mujer con la que por fortuna todavía convivo. La distancia fue la única perspectiva de que dispuse. Traté de contrarrestarla mediante la cercanía emocional con los hechos terribles que sucedían en mi tierra natal. Procuré estar informado, presté atención a lo que decían unos y otros, desarrollé una fuerte empatía con las víctimas que finalmente me llevó a abordar en mi literatura sus casos y los de quienes tanto daño les causaron.

-A pesar de lo dura que resulta, el final de la novela arroja luz. ¿Es un deseo inconsciente o una constatación de lo que ocurre?

-Me niego a interpretar el desenlace. Algo se recompone en la escena final, pero compete a los lectores hallarle o no sentido. Me limitaré a decir que dicha escena es lo primero que a mí se me ocurrió y que, por tanto, la no breve novela constituye un antecedente, acaso un prólogo, del episodio al que toda la fluencia narrativa se dirige.
LA NACIÓN