03 Feb Un parásito pone en pie de alerta a los médicos
En 1943, un soldado japonés de 22 años murió cerca de Buna, Nueva Guinea, por lo que la autopsia confirmaría como una infección amebiana diseminada.
El caso haría historia: fue el primero reportado en la literatura científica que asociaba un tipo de parásitos, las “amebas libres”, con un cuadro patológico. Pero no sería el único.
“En los últimos años se reportaron más de 150 casos de encefalitis y más de 1000 queratitis [inflamación de la córnea] -afirma Pablo Goldschmidt, investigador argentino residente en Francia desde hace varias décadas, donde trabaja en el Hopital des Quinze Vingts, y que recientemente participó en una reunión internacional sobre el tema-. En el Centro Nacional de Oftalmología de París recibimos más de 10 jóvenes por año con infecciones graves por Acanthamoebas , para los cuales el pronóstico no siempre es bueno, ya que cuando fallan los pocos tratamientos disponibles la visión puede restablecerse parcialmente con trasplantes de córnea, que no siempre son exitosos en terrenos infectados e inflamatorios.”
Aunque el potencial patogénico de las amebas libres se demostró en 1958 (inoculando Acanthamoebas en ratones), lo que inquieta a los científicos es que esto muchas veces se desconoce, dice Goldschmidt.
“La asociación de amebas libres con patología es poco conocida, salvo en el caso de las úlceras de córnea en personas que usan lentes de contacto blandas que no respetan las mínimas reglas de higiene exigidas”, explica. Y agrega que los seres humanos somos portadores de amebas que normalmente no nos producen enfermedad, que no todas son patógenas y que aún no se sabe si existe un factor de predisposición para ser víctima de una infección grave.
Hasta ahora, se detectó que pueden encontrarse en una variedad de ambientes, como ríos, piletas, barro, fango, aguas termales, agua potable, enfriadores de agua, aguas utilizadas en los piletones para enfriar los reactores de las centrales térmicas y centrales nucleares, filtros de acondicionadores de aire, agua de mar, de charcos, aguas residuales, lagunas, polvo, conductos de aire de edificios y hospitales, dispositivos para el lavado ocular, órganos trasplantados…
Agentes encubiertos
“Mayormente, se encuentran en aguas estancadas y en lugares de temperaturas templadas a cálidas -afirma el doctor Alfredo Seijo, jefe del Servicio de Zoonosis del hospital Muñiz-. También pueden hallarse en piletas sin la adecuada cloración, aunque son bastante resistentes al cloro.”
Seijo advierte que si bien no es una enfermedad frecuente en el país, en toda meningoencefalitis o queratitis graves habría que sospechar de estos microorganismos, que pueden confundirse con células, para hacer el diagnóstico diferencial. “Las amebas libres son difíciles de reconocer si uno no está muy entrenado. Tal vez por eso no se diagnostiquen más”, sugiere.
Según Goldschmidt, los síntomas de las queratitis producidas por Acanthamoebas corresponden a las de una úlcera o abrasión de la córnea. “Los pacientes sienten un dolor muy intenso en el ojo, con migraña, y las molestias se agravan cuando se exponen a la luz -dice Goldschmidt-. A veces, la infección se produce luego de un golpe en el ojo, un accidente o la entrada de un cuerpo extraño que provoca un trauma ocular, seguido por el lavado de las manos y ojos con agua sucia. Muchas veces se observa un anillo con infiltrados en el estroma de la córnea. Es en ese momento que el personal a cargo de la atención primaria juega un rol importantísimo en la prevención de la ceguera evitable, ya que si detecta este cuadro a tiempo podrá administrar los tratamientos apropiados.”
El especialista subraya que hay que tener un especial cuidado con las lentes de contacto blandas. “Las amebas se adhieren cuando éstas entran en contacto con agua contaminada -explica-. Esto sucede cuando los que las usan se bañan en piletas, ríos, o toman duchas o baños (con agua potable) sin sacárselas. El agua potable no contiene bacterias ni virus patógenos, pero puede ser portadora de quistes de amebas libres, que por vía gástrica serían inofensivos. No es factible eliminar quistes de las amebas libres del agua, ya que la cantidad de cloro que requiere su destrucción es muy alta y hace que el agua luego no sea apta para el consumo ni para el riego.”
Para Goldschmidt, en la medida en que estos microorganismos sean familiares para los agentes de salud, y se conozcan las presentaciones clínicas y las técnicas de diagnóstico, crecerán las posibilidades de prevenirlas, detectarlas y eventualmente trabajar para hallar tratamientos eficaces.
“Es necesario difundir la información”, concluye.
LA NACION