Michael Moore: “Hay 50 millones de norteamericanos locos”

Michael Moore: “Hay 50 millones de norteamericanos locos”

Por Andrew Edgecliffe-Johnson
Michael Moore viene a Nueva York para trabajar y tener un poco de privacidad. En Traverse City, donde tiene su casa sobre el lago Michigan, es una figura pública, no sólo por sus premios -el Oscar y la Palma de Oro- sin por haber iniciado, en 2005, un festival de cine que le dio a la economía del lugar un impulso muy necesario. Él goza la ironía de que la cámara de empresarios local, dominada por republicanos, lo haya nombrado empresario del año. Una distinción inesperada para el hombre detrás de películas, programas de televisión y libros polémicos, incluyendo el documental Capitalism: A Love Story (2009), una crítica de las grandes corporaciones postcrisis.
Nos reunimos en el restaurant Shun Lee, en el Upper West Side, que según él es “el único lugar chino que no tiene comida grasosa en Nueva York”. Resulta ser un salón en dos niveles, revestido en laca negra y con luces amortiguadas, que tiene dragones rojos serpenteando por las paredes.
Su nuevo libro, Here Comes Trouble (algo así como “acá vienen los problemas”) es una serie de viñetas sobre su vida antes de hacerse famoso con Roger & Me (1989), su profuso relato de lo que los despidos de General Motors produjeron en su ciudad natal de Flint. Ser echado de un seminario por hacer preguntas, burlarse de los clubes sociales racistas y conseguir que, siendo adolescente, lo incluyeran en la Junta de Educación para vengarse de un profesor sádico son sólo anticipos de los problemas que Moore creó desde entonces.
Los enfrentamientos de Moore con el lobby de la tenencia de armas (Bowling for Columbine, 2002), la guerra de Irak (Fahrenheit 9/11, 2004) y los laboratorios (Sicko, 2007) lo han llevado a ser demonizado por la derecha estadounidense. Sin embargo, según él, no pasa día en Traverse City sin que algún republicano le estreche la mano o le dé un abrazo. Me conocen como ser humano. Somos todos norteamericanos. Estamos todos en el mismo bote.
Como ocurre con gran parte de su obra, el último libro de Moore se toma libertades con las definiciones tradicionales del género de no ficción. Roger & Me escandalizó a los documentaristas al no tener pretensiones de objetividad, pero Moore dice que eso lo hizo más auténtico. El diario Washington Times, por ejemplo, lo ha llamado un hipócrita millonario del jet-set, un fraude criado en un suburbio burgués y un traidor, impulsado por su odio por EE.UU.
Notará que estos ataques nunca provienen de alguien de la clase trabajadora. Obviamente, me va bien ahora. . . . No tan bien como a George Clooney, pero bien, señala el cineasta.
Mientras trato de llamar a un mozo, Moore me dice que planea un segundo libro de memorias, pero también está trabajando en una nueva película y en otro proyecto (que podría ser película, libro, Internet o espectáculo) que tratará la situación política en el país, pero no revela nada más.
Hace diez años, en la mañana en que derribaron a las Torres Gemelas, la editorial HarperCollins estaba enviando 50.000 ejemplares de Stupid White Men a las librerías. El editor le pidió que bajara los decibeles de su crítica al ladrón en jefe George W Bush. Él se negó y el libro se convirtió en el libro de no ficción más leído de 2002. El tiempo no suavizó su opinión sobre el ex presidente. La presidencia de Bush es a prueba de revisionismo. Vamos a estar recuperándonos de ella el resto de nuestras vidas”, sostiene.
Le pregunto si se siente desilusionado con el sucesor de Bush. Después de contar lo emocionado que se sintió el día que lo votó, agrega: creo que es una persona de buen corazón, con buenas intenciones, pero  . . La pausa es larga. Pensé que iba a ser magnífico. . . que iba a llegar como Franklin Roosevelt. . . Qué oportunidad de quedar en la historia … malgastada. Los republicanos decidieron tratarlo como el presidente invisible, agrega con amargura, asegurándose que capto la referencia a El hombre invisible, la novela de Ralph Ellison sobre la injusticia racial, publicada en 1952.
Vuelvo a buscar un mozo en vano y le pregunto a Moore si cree que Obama será reelegido. Depende de quien compita con él. Hay un grupo de candidatos republicanos que son dementes y creen que el país es tan demente como ellos. Pero no es así. Está bien, creo que unas 50 millones de personas son probablemente insanos, pero este es un país grande. Hay más de 200 millones de votantes. Podemos sobrellevar 50 millones de idiotas.
Es difícil decir si bromea, pero tiene experiencia en sobrellevar idiotas. Cuando en 2003 aceptó el Oscar de la Academia al mejor documental con un discurso en el que hablaba de un “presidente ficticio . . . que nos envía a la guerra por razones ficticias”, fue bombardeado con amenazas. Cuando cuenta que reclutaron expertos en seguridad, suena a paranoia, pero su libro detalla una larga lista de intentos de ataques, incluido un hombre al que atraparon planeando cómo volar su casa.
“Hay menos ahora, porque el país cambió. . . no hubiera podido vivir así”. Moore sostiene que la vasta mayoría de sus compatriotas, incluso los que nunca se considerarían progresistas, quieren leyes ambientales más fuertes, paga más baja para los ejecutivos y que los soldados vuelvan a casa. “Ahora estoy en el medio en cuanto a pensamiento político en este país”, señaló.
Pero no es así como los norteamericanos han votado, le digo, un poco atónito por su afirmación.
“Bueno, porque el proceso electoral está controlado por el dinero”, responde. Para él, el capitalismo es “un juego con trampa”, donde los 400 estadounidenses más ricos controlan más poder económico que la mitad de la población de EE.UU. Pero la “clase capitalista” forzó la mano al arrebatarle el “sueño americano” a la clase media.
Moore sugiere que en las elecciones del año próximo puede haber hasta cuatro candidatos -Obama, un republicano tradicional, un representante del Tea Party y un “izquierdoso” prominente que represente a los demócratas frustrados por el presidente. Le pregunto si está anunciando su candidatura, pero él rápidamente lo niega.
Finalmente un mozo aparece y Moore pide pollo trozado con sésamo y arroz integral. Yo me inclino por el pescado salteado pero sigo su ejemplo con el arroz integral y la bebida: agua de la canilla. Con respecto a si ha hecho régimen para adelgazar, dice que hizo docenas. Su plan para perder peso es “comer menos basura, moverme más”, aunque agrega que él viene del Medio Oeste, donde la gente como él es considerada normal. Eso no es bueno, comenta.
Él tiene dos teorías que explican por qué hay menos obsesos en Gran Bretaña que en EE.UU. Ustedes son una isla pequeña y todo tiene que ser más chico: las habitaciones de hotel, los platos . . . Y con el fútbol que juegan no necesitan un físico grande”.
Moore se queja de que muchos en la izquierda han perdido su sentido del humor, y le dice a los conservadores que, si vieran sus películas pueden estar en desacuerdo políticamente, pero sabrían que amo este años y tengo corazón, y también se reirían un poco, porque son graciosas.
Como último consejo político dice que los republicanos presentan candidatos que les gustan a los estadounidenses, como Ronald Reagan, Arnold Schwarzenegger y Fred Thompson. ¿Por qué los demócratas no hacen lo mismo con Tom Hanks o Oprah Winfrey?
Al salir del restaurante lo para un estudiante de Texas. Soy un gran fanático suyo. Gracias por todo lo que ha hecho, le dice mientras me da su iPhone para que saque una foto. Para cuando llegamos a la esquina, más personas pasan y lo saludan a gritos. Moore parece incómodo y nos despedimos. Él desaparece en la multitud de Broadway y yo trato de encontrar un lugar donde comer un sandwich.
EL CRONISTA