06 Jan Reina de Katwe: el ajedrez como camino para la superación
Por Marcelo Stiletano
Principios de septiembre. A 15 minutos de caminata del frenético movimiento del Festival de Cine de Toronto y sobre la misma calle (John St.) en la que está asentado el cuartel general de la gigantesca muestra, una bellísima mujer acapara todas las miradas en el silencioso y enorme salón de uno de los más elegantes hoteles de la ciudad.
Lupita Nyong’o se instala en la cabecera de una gigantesca mesa rectangular. Nadie puede apartar la vista de su llamativa indumentaria: un vestido tradicional africano en tonos blancos y negros que envuelve su figura, coronado con un vistoso y amplio tocado en similares tonos sobre su cabeza. “Es un Versace”, dice antes de acomodarse en su silla la actriz ganadora del Oscar en 2013 por 12 años de esclavitud.
Ese atuendo responde a una doble necesidad. Por un lado, atraer la atención de propios y extraños como figura central de una película que busca llamar la atención en un festival de infinitas ofertas. Por el otro, afirmar desde el magnetismo del vestuario la idea fuerza de ese proyecto. De hecho, lo primero que Lupita dirá en la charla con un puñado de medios internacionales (de la que participó LA NACION) es que su personaje en Reina de Katwe, uno de los estrenos del primer jueves de 2017, estuvo en buena medida configurado por las ropas que diseñó para ella Mobolaji Dawadu. “Al ponérmelas pro primera vez sentí una transformación. Lo que vestimos es también una señal de respeto hacia nosotros y hacia quienes nos rodean. Me gusta expresarme a travéts de lo que me pongo”, subraya.
Reina de Katwe, dirigida por la india Mira Nair (Salaam Bombay!, Mississippi Masala, La boda) es una atípica producción de Disney inspirada en personajes reales. Lupita encarna a Harriet Mutesi, una mujer viuda que trata de sobrevivir como puede junto a sus hijos en el misérrimo suburbio de Kampala, la capital de Uganda, que le da título al film, estreno del próximo jueves. Las cosas toman un giro inesperado cuando Robert Katende (David Oyelowo) descubre en Phiona (la debutante Madina Nalwanga), la hija de 10 años de Harriet, un talento escondido para el ajedrez. Suerte de maestro y misionero, Katende logra transformar a la niña en una de las más brillantes jugadoras del continente africano.
“Crecí en una familia que siempre me hizo creer en el poder de pensar en lo imposible y en esforzarse por alcanzarlo. Mi vida es una muestra de eso. Cuando me encontré por primera vez con la verdadera Harriet ella hizo el diagnóstico opuesto. Para ella, soñar es peligroso. Dice que cuando en el reparto de la vida te tocan ciertas cartas, como a ella, un sueño puede ser el enemigo. Ella creció entre conflictos y tuvo que luchar muchísimo en medio de una familia inestable. Fue madre adolescente, tuvo su primer hijo a los 15, su marido murió de sida y la dejó sola con cinco hijos. Ese es el mundo que estaba preparado para sus hijos. Por eso no creía en los sueños. Quería proteger a sus hijos de sufrir grandes desilusiones. Pero al final entendió que la mejor manera de mostrarle verdadero amor a su hija era dejarla abrirse al mundo”, cuenta Lupita.
-Harriet se muestra al final como una gran madre, pese a que está rodeada de temores y la constante sensación de sentirse derrotada.
-Es que la única regla cotidiana en Katwe es la supervivencia. Así de simple. Hay que tener coraje para mandar a los hijos fuera de la casa a vender choclos, que es la única manera de ganar algo de dinero y alimentar a la familia. Un día en medio del rodaje llamé a mi mamá y le pregunté: ¿cómo es que se les ocurrió abrir la puerta y dejarme ir? Yo nací en México, volví muy pequeña a Kenia, de donde son mis padres, y cuando tenía 16 ellos me mandaron sola de nuevo a México para seguir estudiando. No sé por qué. Pero todavía les agradezco ese gesto.
-Para Phiona, el ajedrez es como un escape de la realidad. ¿Qué hacías cuando eras chica para vivir ese tipo de sensaciones?
-Siempre amé mi imaginación. Me escondía en los armarios, jugaba con las muñecas inventando mundos. Cada vez que me sentaba a la mesa estaba dentro de mi mundo y ella lograba hacerme volver de nuevo a la Tierra.
-¿Cómo viviste la experiencia de rodar en Katwe, en los verdaderos escenarios en los que transcurrió la vida de tu personaje, el de Phiona?
-No puedo imaginarme otro lugar que Katwe para filmar esta película. Nos encontramos frente a frente con la vida de todos los días para estas personas. Tuvimos que navegar por cloacas y alcantarillas a cielo abierto y cruzar puentes destartalados. Había animales a la izquierda, a la derecha y al centro. Había comerciantes, el colorido del mercado y una enorme curiosidad de muchísima gente que no está acostumbrado a ver equipos de rodaje. Había que organizar ese caos. Pedir silencio era todo un desafío. En un momento una cabra atravesó el set y enfiló hacia donde David y yo estábamos rodando una escena. A Mira le encantan estas cosas, ama el cinema verité, así que dejó que las cosas ocurrieran. Actuar de la manera más natural fue extraordinario.
-¿Es verdad que trabajaste como pasante de Mira Nair en otros tiempos?
-Así es. Fui pasante de posproducción de Mira en Nueva York. Estaba estudiando un semestre en el Hampshire College y quería acumular la mayor experiencia posible en la industria, así que me ofrecí como pasante para ella. Me tomé infinidad de tazas de té mientras ella hacía el montaje de una película. Aprendí mucho sobre tomas y cortes, todas esas cosas de la edición. Fue una experiencia buenísima.
-¿Podrías describir cómo fue tu primer encuentro con Harriet?
-Llegué a Uganda tres semanas antes de empezar a rodar porque quería zambullirme por completo en ese ambiente. Robert Katende me invitó a visitar la casa que Phiona construyó para ella. Me senté con ella en el suelo para hablar y sobre todo para observarla. Está muy conectada a la tierra. Me hizo pensar en los baobabs, esos árboles que crecen en lugares muy áridos. Transmite plenitud, tranquilidad y también mucha circunspección. También es muy ocurrente, con un gran sentido del humor. Quería contarle todo lo que había elegido y decidido para personificarla. Fue una gran experiencia.
-¿Te gusta el ajedrez? ¿Estás interesada en ese tema?
-Tuve que “desaprender” el ajedrez para interpretar a Harriet, porque ella no sabe nada del tema. Tenía que mostrar que hasta el tablero me parecía algo sospechoso. Lo aprendí de chico, sé cuál es el movimiento de cada pieza, pero no juego ni por asomo como Phiona. Y mientras estuve en Katwe, tomé una lección con Robert Katende, un maestro increíble que hizo del ajedrez su vida.
-No hace mucho hiciste 12 años de esclavitud y ganaste el Oscar. ¿Cómo te llevas con las presiones de ser famosa?
-Es todo un viaje. A veces confuso, a veces excitante, casi siempre muy extraño. Pero tengo que agradecer mucho haber empezado con esa película, porque me ayudó a elegir. Ahora sólo hago películas con las que siento verdadero compromiso.
LA NACIÓN