La historia del asesino del jefe de sicarios que vende tortas en prisión

La historia del asesino del jefe de sicarios que vende tortas en prisión

Por Virginia Messi
Jonathan Emanuel Aristimuño nació y se crió en Villa Tranquila (Avellaneda) y no conoció otro oficio que el de mendigo. Ya de chiquito recorría con su mamá las calles pidiendo limosna. En el barrio le pusieron el apodo de “Conejo”, que aun conserva. Flaco, de mirada un poco perdida, está preso desde fines de 2012 en la Unidad Penal N° 23 de Florencio Varela, donde decora tortas y hace pasta frolas para sus compañeros de encierro. Así ayuda con algo de dinero a esposa y a sus dos hijas. En sus 26 años entró y salió de la cárcel varias veces por asaltos menores. Para principios de 2012 acababa de conseguir la libertad condicional en una causa por intento de robo. Pocos meses después caería nuevamente por matar a un vecino para sacarle 80 pesos.
Hector Jairo Saldarriaga Perdomo nació en los Llanos Orientales, en Colombia, y también tuvo un origen humilde. Sin embargo, en los 39 años que vivió cambió varias veces de rumbo: fue guerrillero de las Fuerzas Armadas de Colombia (FARC) para luego cruzarse al bando contrario, integrando las filas de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). En su juventud acuñó el sobrenombre de “Guajiro”, pero lo cambió a “Mojarro” cuando se metió de lleno en el narcotráfico.
En este mundo llegó a manejar 20 sicarios para el capo narco Daniel “El Loco” Barrera Barrera, hoy preso en Estados Unidos. A principios de 2012 estaba radicado en la Argentina con un nombre falso, huyendo de una venganza de su ex jefe por un cargamento perdido de media tonelada de cocaína. En su carrera de sicario mató a gente por todo el mundo y aun se lo señala como el ejecutor del doble crimen de Unicenter (2008), en el que fueron asesinados dos narcos/paramilitares colombianos.
homicidio-Jonathan-Aristimuno-Mojarro-Saldarriaga_CLAIMA20161120_0112_28
En un duelo a muerte entre estos dos personajes -Saldarriaga y Aristimuño- cualquiera apostaría por “Mojarro”. Sin embargo la historia judicial, al menos la oficial, es exactamente al revés: el miércoles 16 de agosto de 2015, Aristimuño fue condenado a prisión perpetua por matar de cuatro tiros en el pecho y tres en la cabeza a Saldarriaga Perdomo. El homicidio se concretó la tardecita del 17 de abril de 2012 mientras el colombiano caminaba por Recoleta. Según la sentencia, “Conejo” cobró por el trabajo una moto que anotó con su verdadera identidad y quedó tirada en la escena del crimen.
Pero el veredicto condenatorio no fue unánime, sino dos jueces contra uno, y ahora el caso -en el que persisten muchas dudas- podría ser revisado por la Sala III de la Cámara de Casación Penal, que la semana pasada escuchó los argumentos de las partes. En el expediente hay más de una punta que señala a Aristimuño como el “perejil” detrás de una trampa armada por colombianos, incluso colombianos que pertenecían al entorno de Saldarriaga.
No es que “Conejo” sea un santo ni mucho menos: en febrero del 2014 (antes de la sentencia del caso “Mojarro”) un Tribunal de Lomas de Zamora lo condenó a 15 años por el crimen del vecino al que quiso robar, ocurrido unos meses después del de “Mojarro”. Sin embargo, su conexión con el homicidio por encargo de Saldarriaga solo tiene un pilar solido: su nombre como titular de la moto usada por el sicario.
La causa está plagada de pistas que no se siguieron y episodios insólitos como un testigo clave, el secretario de “Mojarro” que estaba con el cuando lo mataron, a quien nadie le quiso tomar declaración y dejaron volver a Colombia sin más.
Durante el juicio oral contra Aristimuño hasta la fiscal Mónica Cuñarro- que acusó y logró la condena del joven- señaló las irregularidades que se cometieron, por acción o inacción, en la etapa de Instrucción. Algunos ejemplos que usó la defensora oficial Verónica Blanco en su apelación: En su indagatoria (que misteriosamente se perdió y debió ser reconstruida al momento de la sentencia), Aristimuño mencionó por apodos a un grupo de colombianos que, según él, le ofrecieron mil pesos por comprar a su nombre la moto luego usada en el crimen. Le dijeron que, por ser extranjeros, no podían aparecer como titulares. Aristimuño describió que esos colombianos iban en un auto que coincide en sus características con las de vehículo que Mojarro notó que lo estaba siguiendo el día que lo mataron. Así se lo confió muy nervioso a su abogado horas antes de que lo mataran y éste lo contó en el juicio.
Al comprar la moto, en la concesionaria tomaron un número de celular que supuestamente era de Aristimuño. No obstante, en las escuchas ordenadas a ese número solo se escuchan conversaciones entre colombianos. Algunos hablan desde la cárcel pidiendo droga y explicando cómo entrarla al penal. En una de las conversaciones se menciona a un tal Faber. El mismo nombre fue aportado por la viuda de “Mojarro” como una de las personas de confianza de su esposo que, curiosamente, no estaba con él cuando lo mataron. Otro dato llamativo: el juez de la causa debió insistir formalmente a la SIDE para continuar las escuchas, que se habían interrumpido porque la línea aparecía ligada con la de una mujer que no tenía nada que ver con el caso.
Como si esto fuera poco, horas después después del crimen se registraron dos llamados anónimos que hablaban de sicarios colombianos y policías corruptos. Pero ninguna fue investigada. Ni siquiera se ahondo en el número telefónico del que había partido uno de esos llamados.
LA NACION