De estar cerca de otra decepción al éxtasis que puso fin a una larga historia de amarguras

De estar cerca de otra decepción al éxtasis que puso fin a una larga historia de amarguras

Suena una absurda corneta y a la Argentina se le están por romper los nervios mientras una esfera amarilla vuela hacia el techo del Arena Zagreb. En circunstancias normales se interrumpiría el juego y el jugador en el servicio volvería a sacar, pero Federico Delbonis ya no quiere perder más tiempo, ya no quiere saber nada. Lo único que quiere es ganar la Copa Davis de una buena vez. Por eso sigue el movimiento de saque e impacta la pelota para que vuele por encima de la red.
Federico Delbonis: 26 años, nacido en la tranquilidad provinciana de Azul, perfil bajísimo, casi la antiestrella. El brazo izquierdo debería pesarle toneladas, pero ese peso está en realidad en los 4.000 argentinos que lo observan en el estadio y en tantos millones que lo siguen a distancia. No en Delbonis, que jugó tres notables sets con el corazón caliente y la cabeza fría, con la victoria entre ceja y ceja. Tras todo un partido así no se iba a traicionar en el último instante. ¿Había que ganar la Copa Davis en un quinto punto que por varias razones era un anticlimax? Se ganaba. Y se ganó: la pelota aterrizó junto al fleje del cuadrado de saque y se encontró a un Ivo Karlovic ya demasiado abrumado. Fue punto, el último del fin de semana, y 6-3, 6-4 y 6-2.
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¿Anticlimax en el punto que le dio a la Argentina la primera Davis de su historia? Sí, porque la historia dramática, el partido que resumió todo lo que puede suceder en el tenis, se había jugado antes, en el cuarto punto que Juan Martín Del Potro le ganó a Marin Cilic por 6-7 (4-7), 2-6, 7-5, 6-4 y 6-3. Lo explicó el propio Delbonis: “Jugué un gran partido, me pude apoyar en lo que hizo Juan Martín. Y el público nunca me dejó caerme ni bajonearme. Hoy no miraba el resultado, sino en jugar el proximo punto de la mejor manera, en jugarlo como si fuera el último”.
Una partitura serena, casi de música clásica, que calmó las cosas tras las cinco horas de un partido como el de Del Potro que, traducido a términos musicales, fue puro punk. Puntos cortos e intensos, estallidos sin pausa y, pasadas las dos horas de juego, la sensación bien instalada: no future. No había futuro. La Davis se escapaba irremediablemente para sumar una quinta final a las frustraciones de 1981, 2006, 2008 y 2011.
Del Potro había mostrado durante más de dos horas un tenis oscilante, con Cilic siempre uno o dos escalones arriba. Y cuando el de Tandil perdió el tie break del primer set, una estadística amarga afloró: la Argentina no es país para tie breaks cuando se trata de finales de la Davis, porque con el que acababa de ganar Cilic ya se habían perdido ocho de los diez disputados entre 2006 y 2016. Un tie break que el croata ganó 7-4 y en el que por momentos se dio el lujo de “tocar” a su rival con drops y globos.
Más allá de la irregularidad de Del Potro, lo que se destacaba en el Arena Zagreb era la variedad de recursos de Cilic, que martirizaba al tandilense con un gran servicio y un muy efectivo revés paralelo. A Del Potro le costaba alcanzar ese tiro hacia su derecha, y si lo hacía, quedaba ya desguarnecido para el siguiente. Cilic, además, evitó muy astutamente en esa primera parte del partido repetir más de dos tiros hacia la poderosa derecha de su rival. La idea era que el argentino nunca tomara ritmo ni confianza, que se la pasara corriendo de lado a lado. El “nuevo” Del Potro, el que inició una segunda vida en el tenis, no se reencontró aún con aquel revés plano y potente que en el pasado tanto daño hacía.
Los croatas cantaban en las tribunas saboreando ya por anticipado el título. Dos sets a cero para el croata y ni un rastro de esa estadística que hablaba de ocho victorias de Del Potro en diez partidos con Cilic. “Fue tremendo cuando me fui al vestuario con dos sets a cero abajo. No le encontraba la vuelta al partido”, confesaría más tarde Del Potro.
El partido se escapaba, la final se perdía.
¿Se perdía? Nada de eso, dijo Del Potro, que debería vender a Hollywood el guión de la película que protagonizó en 2016, el año que empezó sin saber si seguía siendo realmente tenista y que cierra convertido en rey de su deporte.
El tenis es un deporte extraño. Puede no suceder nada durante bastante tiempo y en un minuto pasar de todo. Cilic lo tenía a maltraer, pero Del Potro seguía con dientes apretados, juego a juego y esperando una tabla a la que aferrarse. Y la encontró. Todo cambió casi en un pestañeo del tercer set, con Cilic sacando 5-6 y 0-40. El tercer set point vio al argentino tomando la red para definir con una sólida volea de derecha. De repente, la final perdida volvía a ser una final ganable.
“Cuando estás ahí, una mirada o un gesto valen mucho. Como lo conozco mucho supe que estaba cansado. Cuando veía algún signo de cansancio de él yo me agrandaba”, explicaría Del Potro después.
Todo había cambiado. Dominante con su derecha, era Cilic el que corría ahora, y por eso el tandilense se llevó el cuarto set por 6-4 y planteó el desafío de definir todo en el quinto. Y entonces Cilic dudó en el octavo juego, falló alguna pelota, entregó la segunda doble falta de la tarde y Del Potro quebró para 5-3. Al ratito, con un potente saque ganador, sellaba la hazaña que luego completaría Delbonis.
La Argentina es así el primer país en la era moderna de la Davis en ganar el trofeo revirtiendo no sólo un 1-2 el domingo, sino además un 0-2 en sets en el cuarto partido. Un equipo campeón sin ningún “top 20” y que ganó todas sus series de visitante. Un éxito sin precedentes, una historia que nadie, nunca, había escrito. Tan irreal cuando se la piensa como real fue a las 21:48, hora de Zagreb, de un 27 de noviembre de 2016 que cambió para siempre una historia de amarguras.
LA NACION