Cómo se convirtió Mark Zuckerberg en político (¿sin darse cuenta?)

Cómo se convirtió Mark Zuckerberg en político (¿sin darse cuenta?)

Por Dave Lee
Durante mucho tiempo he sospechado que Mark Zuckerberg, quien frecuentemente se refiere a sí mismo como el “líder” de Facebook, tiene aspiraciones de ocupar altos cargos de gobierno. Una muestra de lo que eso significaría ha estado empezando a manifestarse tras el resultado de las elecciones en Estados Unidos.
Mientras Donald Trump parece haber empezado a darse seria cuenta del nivel de responsabilidad que tendrá que asumir, tras su visita a la Casa Blanca, Zuckerberg ha sufrido su propio estremecedor despertar político.
El normalmente estoico empresario de 32 años se ha tornado visiblemente irritable frente a la crisis de “noticias falsas” en Facebook pues, por primera vez, está siendo tratado como un político, en lugar de simplemente como un gerente ejecutivo de una empresa tecnológica.
Con eso llegan la desconfianza y la ira, sin mencionar de deslealtad dentro de las filas de Facebook y lo que para él debe ser una creciente toma de conciencia de que no se puede satisfacer a todo el mundo.
Si Zuckerberg tuvo razón en decir que las noticias falsas tuvieron poco impacto, es realmente irrelevante. Al desestimarlo sin aparentemente pensarlo dos veces como algo “descabellado”, atrajo la ira global de personas exigiéndole que por lo menos reconociera el papel potencial que su imperio pudo jugar en la victoria electoral de Donald Trump.
Esa entrevista en la que defendió su postura, realizada por el periodista David Kirkpatrick, incluyó otro intercambio que debería darle un momento de reflexión a Zuckerberg y que podría representar la mayor amenaza que la red y su líder hayan enfrentado.
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Sistema de controles
Kirkpatrick primero planteó el contexto. Facebook, dijo, era la empresa comercial con mayor influencia jamás creada, con un poder sin par que todavía no es completamente comprensible. El propio Zuckerberg es un multimillonario encargado de una red que maneja los complejos datos personales de 1800 millones de personas, una cifra que va en aumento.
“¿Cuáles son los sistemas de controles y contrapesos que deben existir para esta nueva entidad?”, preguntó Kirkpatrick. “¿Piensa usted en eso? En este momento usted parece ser ese sistema de controles y contrapeso”.
Zuckerberg ni siquiera se aproximó a abordar la pregunta. Dijo que se trataba de “escuchar lo que la gente quiere”, y de continuar dándole a la gente “el poder de compartir” y de hacer “el mundo más abierto y conectado”.
Sin embargo, ¿confía en que el sistema de controles y contrapesos está adecuado para evitar que Facebook se pase de la raya? “Este… sí”, contestó, mirando hacia el público en busca de apoyo.
Aunque yo estaba viendo la entrevista a través de video en internet, me pude dar cuenta de un incómodo ambiente en el lugar. Kirkpatrick decidió seguir con otra cosa, pero ese tema no desaparecerá.

La brecha de responsabilidad
El intercambio abordó un problema que definitivamente merece mayor atención. Existe una grave brecha de responsabilidad entre lo que hacen las compañías de tecnología y lo que se le permite al público saber.
No se trata de divulgar secretos de empresa. Uno puede inspeccionar la cocina del restaurante de comidas rápidas Kentucky Fried Chicken sin enterarse de la receta secreta del pollo. Se trata de tener la capacidad de poder examinar el alcance y la influencia de las compañías tecnológicas, donde hombres poderosos, y algunas mujeres, pueden ejercer control sin que haya un verdadero escrutinio aparte de lo que aparece cada tres meses en la planillas de ingresos de la compañía (y hasta eso es innecesariamente críptico).
Se dan muy pocos momentos reveladores como el que Kirkpatrick logró sacarle al generalmente robótico Zuckerberg. La deprimente y admisible realidad en el periodismo de la tecnología es que si le hacés pasar un mal tiempo a la compañía, te cierran las puertas. Eso es debido a que la mayoría de las empresas de tecnología resguardan su trabajo detrás de alambre de púas y envuelven a sus ejecutivos en algodón.
La interacción entre la alta tecnología y el mundo exterior está coreografiada y manipulada al grado máximo. En esas escasas oportunidades, hasta la indagación más simple sobre cualquier cosa que no sea el producto que están lanzando al mercado ese día se corta con la consigna extraoficial del mundo tecnológico. “Disculpe… pero eso no es lo que estamos tratando hoy”.

Poder sin precedentes
¿Eso qué importa?, podrían pensar. Qué importa que las empresas de tecnología quieran mantener sus asuntos de puertas para adentro, no son un servicio público ni nada de eso. También podrían pensar que esto se trata de un periodista de tecnología haciendo un berrinche, y la mayoría del tiempo tendrían razón, y no me avergüenzo de decirlo.
Pero lo que revelan los problemas de noticias falsas de Facebook, pienso, es que estamos en territorio completamente desconocido. Ninguna empresa privada ha tenido tanto poder inmediato sobre la manera en que actuamos, sentimos, pensamos, nos relacionamos, compramos, peleamos, lo que sea. Y si piensan seguir viviendo en el mundo moderno, es imposible evitar a Facebook o Google.
Aún cuando uno nunca cree una cuenta en Facebook, sus hábitos de navegación quedarán registrados cuando visite páginas que contengan el botón “me gusta” de Facebook. El valor de casi US$ 500.000 millones de Google está hecho casi completamente de la venta de publicidad, razón por la cual están absolutamente en todas partes en la internet. Es el tamaño lo que genera el dinero.
Cómo funciona el engranaje interno de estos sitios es un completo misterio. El documental de mi colega Rory Cellan-Jones sobre Google resumió que su algoritmo es tan complejo que sería imposible para un sólo individuo entender cómo funcionaba.

Contraposición
Esta situación, este desequilibrio, de seguro no podrá sostenerse mucho más tiempo. Mientras los jefes de la tecnología, Zuckerberg en particular, hablan de su “misión” de “conectar el mundo”, ciertamente sabemos que bajo su gestión están pasando cosas inaceptables.
Gracias a soplones y periodistas investigativos, por ejemplo, sabemos que Google en una ocasión recaudó datos privados de wi-fi de casas, mientras realizaba sus travesías de mapeo para el Street View. Sabemos que Facebook manipuló a sabiendas sus servicios de noticias en un intento por manipular las emociones de los usuarios.
Es evidente que esos dos ejemplo pudieron parecer inofensivos, o por lo menos fascinantes, para los ingenieros involucrados en el proceso. Pero lo que demuestran es que lo que podría parecer una idea brillante a los sitios tecnológicos podría ir en completa contraposición a lo que es bueno para los usuarios.
Una persona que está de acuerdo con esto es el mismo Zuckerberg, por lo menos lo estaba en 2009. Eso fue cuando Facebook tenía unos 200 millones de usuarios, y lanzó un mensaje de video (¡en camisa y corbata!) diciendo cuánto deseaba que los usuarios tuvieran mayor voz en cómo se manejaba el sitio.
Se instaló una sección especial, llamada FB Site Governance. Échenle un vistazo hoy y verán que no ha habido actualizaciones significativas desde 2012, fuera de informar a la gente sobre cambios en políticas de privacidad.

Poder suave
Las ambiciones políticas de Zuckerberg, si es que las tiene, han empezado con el pie izquierdo. El escándalo de las noticias falsas fue una gran prueba y la manejó mal; arrastrando los pies con el tema en su agenda noticiosa durante más de una semana.
Si estuviera pensando como un político, como lo debe hacer ahora, las cosas hubieran salido diferentes. La realidad para Zuckerberg es que ya no le queda bien ser un incómodo nerd de la tecnología. Deberá, en cambio, lidiar con las preocupaciones de sus usuarios con respeto y no llamarlos “descabellados”.
Se podría beneficiar mucho si hace las cosas bien. Las ambiciones globales de Zuckerberg serán exitosas o fracasarán de acuerdo con su habilidad de ser un astuto operador. Ya jugó una mala partida en India, donde los negocios locales le reclamaron que estaba perjudicando sus oportunidades online.
Si Facebook va a alcanzar su potencial de conectar a los desconectados, Zuckerberg tendrá que pensar como un líder mundial y ejercer el poder suave y la transparencia para ganar, o recobrar la confianza.
Y deberá dejar de continuar usando “mayor interactividad” como la medida clave del éxito de Facebook. Los que es popular no es siempre bueno y los que es bueno no es siempre popular.
Los antecedentes de Zuckerberg en términos de manejar la polémica han sido bastante buenos y, por supuesto, no se está sugiriendo que tenga ningún tipo de mala intención con Facebook. Pero esta semana ha demostrado que simplemente no es suficiente para él negar un problema y esperar que la gente le crea a ciegas. Aún si tiene razón, tendrá que aprender a comprobarlo.
Porque el mensaje que el público parece haberle dado a Zuckerberg, y posiblemente a todo el Silicon Valley, es que cuando se tiene un desmedido poder, la declaración “no tengo comentario” ya se está volviendo rápidamente insuficiente.
BBC/LA NACION