La quinta ilusión, las tensiones de siempre y la gran obsesión: ganar ese título esquivo

La quinta ilusión, las tensiones de siempre y la gran obsesión: ganar ese título esquivo

Por Sebastián Fest
Marin Cilic ofrece una sonrisa amplia y le explica a la nacion por qué, más que a las puertas de una final de la Copa Davis, da la impresión de estar por irse de vacaciones: “Es que hay que ser así. ¡Estoy aquí para disfrutar!”. Se le endurece levemente en cambio el rostro a Daniel Orsanic cuando se le pregunta qué siente al ver la Davis, ese trofeo emblema de una de las competencias más legendarias del deporte mundial.
“No la vi”, disparó. “No la miro”.
Y es así: no la mira. Ni él, ni buena parte de sus jugadores. Tras décadas de frustraciones, tras cuatro finales perdidas, tras el trauma de 2008 en Mar del Plata, el hombre que lidera al equipo que buscará desde hoy la hazaña en Zagreb decidió que, para ganarla, lo mejor que se puede hacer con la Copa Davis es ignorarla.
El contraste, así, no podría ser mayor. Hay muy buen ambiente en el equipo argentino, pero ninguno de sus integrantes, comenzando por Juan Martín del Potro, puede disimular la tensión, la ansiedad por convertir el sueño por fin en realidad. Y hay muy buen ambiente en el equipo croata, pero los europeos lo reflejan con un lenguaje corporal relajado y sonrisas al por mayor para dar forma a un mensaje implícito: sí, queremos ganar la Davis por primera vez en casa, pero no olviden que ya la ganamos en 2005.
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¿Significa esto que ganar le importa a Croacia menos que a la Argentina? No, significa simplemente que la Argentina perdió cuatro finales sin ganar ninguna, y eso no le sucedió a ningún país en la historia de un certamen que comenzó en el año 1900.
La primera vez que la Argentina se vio en una final de la Davis, el país era gobernado por una dictadura militar, las Malvinas no estaban lejos de ser recuperadas gracias a la labor de la diplomacia, faltaban cinco años para que naciera el gol de Diego Maradona a los ingleses y Guillermo Vilas conquistaba fama deportiva y princesas por Europa. Treinta y cinco años después, la Argentina es una democracia consolidada, las Malvinas -guerra mediante- parecen más lejos que nunca, el gol de Maradona y el posterior título son los hitos recurrentes a los que vuelve un frustrado fútbol argentino y Vilas, lejos de la raqueta hace ya décadas, será padre dentro de unos meses de su cuarto hijo, el primer varón. Guillermo, por supuesto.
Sucedió todo eso y muchísimo más, pero la ansiedad por ganar la Copa Davis se mantuvo intacta, porque el trofeo le guiñó el ojo al deporte argentino para mostrarle al final siempre la espalda. Sucedió en Cincinnati 1981 con el 3-1 del Estados Unidos de John McEnroe a la Argentina de Vilas y José Luis Clerc. Sucedió en 2006 en Moscú (¡25 años de espera!) con el 3-2 de la Rusia de Marat Safin a la Argentina de David Nalbandian. Sucedió, también, con el 3-1 en Mar del Plata de la España de Feliciano López y Fernando Verdasco a la Argentina de Nalbandian y Del Potro. Y sucedió, por cuarta vez, con el 3-1 de 2011 en Sevilla por parte de la España de Rafael Nadal a la Argentina de Del Potro y Nalbandian.
Las cosas son diferentes hoy: Del Potro ya no comparte liderazgo con nadie en el equipo. Todos tienen claro que sin él no habría final, una final que sonaba a delirio al comenzar el año, pero a la que se llegó tras victorias como visitante en Polonia, Italia y Gran Bretaña. Un año que comenzó con la convicción de muchos de que Del Potro era un ex tenista y se cierra con el tandilense marcándole la autoridad de su tenis a Andy Murray, Novak Djokovic y Rafael Nadal, entre otros.
Así, la final que comienza hoy, a las 10.00 de la Argentina, en el Arena Zagreb, es en el fondo extremadamente sencilla: si Del Potro no gana sus dos puntos, muy pero muy difícilmente pueda haber esperanzas para la Argentina. Esos dos puntos se dan por descontados, no porque sean sencillos, sino porque sin ellos no hay historia. La pregunta es otra: ¿de dónde sale el tercer punto que necesita la Argentina?
Sería un batacazo si lo hace del primer choque, el que mide hoy a Federico Delbonis con Cilic. Orsanic confía en el zurdo de Azul porque lo ve adaptado a una cancha que no es extremadamente veloz. Pero la historia y los números son a veces demasiado fríos: las dos veces que se midieron, Delbonis se fue con una magra cosecha de derrotas en dos sets y apenas 12 juegos ganados. Todo, con el agravante de que fueron partidos en polvo de ladrillo, no en la veloz carpeta croata.
Está claro que la Davis es terreno abonado para lo inesperado, pero en todo caso, si la sorpresa no se da en el partido inicial, lo que necesita la Argentina es que tampoco aflore en el segundo, el que mide a Del Potro con el gigante Ivo Karlovic. No debería, vuelven a responder los números y la historia: Del Potro batió a Karlovic 6-3 y 6-4 hace un par de semanas en la veloz superficie de Estocolmo, y en el balance general se impuso cuatro de las cinco veces que se midieron.
Ante el presumible 1-1 del viernes, el punto del dobles -¡cuándo no!- vuelve a ser vital. Cilic formará pareja junto a Ivan Dodig, una dupla de nivel superlativo. Del lado argentino, la lógica -ésa que tantas veces se ausenta en la Davis- habla de ensamblar a Del Potro con Leonardo Mayer.
¿Se llega al domingo con la final viva? Nadie querrá entonces perderse el cuarto punto de la serie, con los dos número uno, Del Potro y Cilic, red de por medio. ¿Se resuelve todo en un quinto punto? El sorteo dice que Delbonis se enfrentaría a Karlovic, pero el segundo corazón del equipo, ese que late en las diez victorias consecutivas de Mayer en individuales de la Davis, entraría en acción. Y entonces, ya ahí, todo podría pasar.
Pequeño detalle, claro: hay que llegar hasta ahí.
LA NACION