15 Nov La culpa es de los padres
Por Luciano Lutereau
Una pregunta permanente de los padres cuando consultan a un psicoanalista es la de los límites. Es un hecho curioso, ya que hay una suerte de contradicción en este tipo de planteo: le preguntan a un extraño cómo hacer para transmitirle a su hijo una norma de crianza que sólo ellos pueden decidir. Quizá éste sea el aspecto más relevente, en la medida en que pone de manifiesto que muchos padres conciben la ley como una operación exterior sobre la conducta. “Ponerle límites” a un hijo sería una especie de dosificación, entendida esta limitación como la reducción de una cantidad, la puesta en forma dentro de un espacio manipulable. De ahí, las fantasías que, a veces a modo de chiste, suelen comentar los padres (“Le voy a poner una mordaza”); o bien los castigos imaginarios (“Te voy a encerrar en el baño”) que muestran lo inútil de las penitencias cuando no son más que un manera de venganza encubierta.
En este punto, cabe una reflexión. ¿Es posible pensar un límite que no actúe sobre quien lo promueve? En última instancia, éste es el problema de la transmisión de la ley entre padres e hijos. Y, por cierto, ¿cómo puede transmitirse una ley si no es a través de un síntoma? De manera corriente he visto que puede establecerse una diferencia entre un padre que sintomatiza la ley y otro que se identifica con la ley. Un caso de este último tipo es el que puede verse en la situación de ciertos hijos de personas que socialmente ocupan un lugar de autoridad (jueces , políticos, militares, etc.), para los cuales es muy difícil encarnar una ley sin quedar en un lugar de excepción. En esta coyuntura, las consecuencias suelen ser más o menos dramáticas.
Ahora bien, como caso paradigmático que encontramos de sintomatización de la ley es que podemos pensar en el llamado “Complejo de Edipo” en psicoanálisis. El “Edipo” no es otra cosa que el nombre de la transmisión de un síntoma. El padre no es quien prohíbe a la madre porque “está mal” desearla, sino que son sus celos (los del padre) los que motivan que reclame a la madre como esposa. Este síntoma (los celos) inscribe la ley como instancia de terceridad en la relación entre el niño y la madre. Hoy en día, encontramos muchos casos en los que padres (varones) consultan porque este síntoma amenaza la vida familiar. Y de manera eventual muchas mujeres (madres) padecen las diversas consecuencias subjetivas de la maternidad (que confrontan con frustraciones) de manera insidiosa.
Un padre sólo transmite su relación paradójica con la ley (ese punto en que lo divide como sujeto). Esto es lo que los psicoanalistas llamamos “castración”.
La noción freudiana de “Complejo de Edipo” permite desbancar las concepciones que hoy en día pretenden pensar la crianza como un proceso adaptativo. La intervención del padre (que, en última instancia, sea varón o no, es el referente de un modo no autoritario de autoridad) es la que establece que ante el fracaso en el modo imaginario de entender el deseo por la vía de la identificación (que pasiviza al sujeto, es decir, lo deja en un lugar de desear “ser deseado”) puede venir en auxilio una simbolización de la angustia a través de un conflicto con un ideal. Este ideal no es una referencia idealizada (aplastante) sino un principio ético que propone no prohíbe la satisfacción (sería inútil) sino que plantea cómo recuperarla a través del deseo.
Es lo que escuchamos cotidianamente en los neuróticos que, por ejemplo, elaboran una vivencia angustiosa (un temor de embarazo en una joven) con una fantasía (para el caso, después de confirmar que no es cierto, “En realidad, no hubiera sido algo tan malo, estoy algo triste porque no se dio…”). El neurótico sólo puede actuar sintomáticamente, y este modo de posición respecto del acto es lo que también ubica la ley como algo intrínseco a su ser. Lo que en psicoanálisis llamamos “represión” no es una acción exterior sobre el deseo, sino su condición de posibilidad.
Una ley no es una regla. Éste es un aspecto fundamental. Muchas veces me encontré con padres que intentan disuadir a sus hijos respecto de que no deberían hacer tal o cual cosa “porque no (te) conviene”. Esta reducción de la ética a un mero instrumento individual me resulta penosa. El sujeto descubierto por el psicoanálisis es un sujeto fuertemente moral, cuyo síntoma es la expresión del desgarramiento que produce en su ser el conflicto con alguna premisa inconciliable, cuyo acto lo compromete más allá de cualquier ventaja o beneficio, porque su capacidad de decidir actúa sobre lo más íntimo de su vida: lo que habrá de ser.
Cuando hoy en día me encuentro con padres que reniegan de que sus hijos no tienen límites, y me preguntan cómo hacer para “domesticarlos” un poco, no puedo evitar mirarlos (en el sentido más humano de la expresión) e intentar interrogarlos respecto de su propia posición ante el deseo y la ley. Nadie puede transmitir lo que no aceptó recibir. Esto no quiere decir culpabilizarlos, sino todo lo contrario. Porque sólo los locos se creen inocentes. Y porque la culpa es el afecto ético por excelencia.
EL LITORAL