08 Nov Te amo, te odio, dame más
Por Marcelo Di Bari
Vino de chiquito a Buenos Aires desde su San Luis natal. Fue lustrabotas, hizo fortuna en el boxeo, la despilfarró, terminó en una villa y murió aplastado por un colectivo. Así de gráfica y con todos los lugares comunes que sugieren esas situaciones fue la parábola de José María Gatica, uno de los mayores ídolos del boxeo argentino. Fue amado y odiado en proporciones similares. Pero más que su actuación sobre el ring, fueron sus orígenes sociales y sus adhesiones políticas las que lo condicionaron durante los 38 años de su corta pero intensa existencia.
Cuando todavía era un niño y juntaba chirolas lustrando botas en Constitución, lo rescató Lázaro Kocsi para llevarlo a The Sailor’s Man, un antro del Bajo donde se peleaba por dinero. El entrenador había visto varias veces a José María agarrarse a piñas, recurso habitual para vivir en ese ámbito. De ahí a su debut profesional, en 1945 (KO 1 a Leopoldo Mayorano en el Luna Park), hubo un paso. A hacerse popular por sus triunfos, apenas otro más. A ganar dinero y a gastarlo a dos manos, uno aún más pequeño. “Cuando Gatica tiene, todos tienen”, era su lema. Por eso, al mismo tiempo que empilchaba los mejores trajes y fumaba costosos habanos, solía comprarles todos los diarios que les quedaban a los canillitas y repartía plata entre los lustrabotas.
Pero lo que más lo marcó fue su ineludible condición de peronista. “General, dos potencias se saludan”, fue la frase que inmortalizó Gatica en un encuentro con Perón. El mandatario, apasionado del deporte, le retribuyó impulsando su carrera en el exterior, a la búsqueda de un título. Pero la ilusión se acabó con el nocaut que le propinó Ike Williams en enero de 1951, en Nueva York, en un combate en el que no estaba en juego el cinturón liviano del estadounidense. Se dice que Gatica estaba mal preparado producto de sus noches de desarreglos, a tal punto que su entrenador Nicolás Preziosa se volvió antes de la pelea.
La expectativa de sus duelos con Alfredo Prada (se ganaron tres veces cada uno) fueron consecuencia de todas esas conductas. El ring-side, con gente de mayor poder adquisitivo, iba a verlo perder y lo bautizó despectivamente Mono. La popular lo idolatraba y lo llamaba Tigre, por su agresividad. Su biógrafo y amigo Jorge Montes recuerda cómo recorrió Gatica el pasillo hacia el vestuario tras una de sus derrotas: “Esos escasos metros constituyeron un vía crucis espantoso. El pobre Mono fue abucheado por la enfurecida platea con insultos que jamás podré olvidar. Trepados sobre los asientos, o volcando sus cuerpos sobre la baranda de la pullman, los ocupantes de las butacas privilegiadas le lanzaban agravios de la más baja calaña”.
Jamás salió campeón de nada. En 1956 se acabó su carrera. Al terminar la última de sus 95 peleas (le ganó por abandono en cuatro rounds a Jesús Andreoli), la policía lo apresó por tener su licencia vencida. En realidad, la Revolución Libertadora lo perseguía por peronista. Su fortuna se fue tan rápido como le llegó. Sólo lo ayudaron unos pocos como Alfredo Prada, que lo llevó a trabajar al restaurante que abrió con las bolsas que recaudó contra él. Se fue a vivir a una tapera en Villa Dominico, En noviembre de 1963, a la salida de la cancha de Independiente, se quiso trepar a un interno de la línea 295 y borracho, cayó al asfalto. El colectivo le pasó por encima. Murió a los dos días, en el Hospital Rawson. Una multitud fue al velatorio en la Federación Argentina de Box y a su entierro en el cementerio de Avellaneda.
“Gatica es un símbolo contradictorio, arbitrario. La vida le fue quitada poco a poco, con un odio que conviene no olvidar”, escribió alguna vez Osvaldo Soriano. Quizás sea un buen resumen para el pobre Mono.
EL GRAFICO