03 Nov “Coche bomba a la vista”, relato de una batalla contra el ISIS
Por Bryan Denton
Nuestro convoy ya había sido blanco de coches bomba suicidas tres veces en el lapso de un largo día transcurrido bajo fuego. De modo que las fuerzas iraquíes trajeron un tanque y su cañón principal escaneaba permanentemente la ruta que teníamos delante, camino a Mosul. Pero los gritos que empezamos a escuchar vinieron en cambio desde atrás nuestro y, cuando me di vuelta para mirar, entendí de inmediato: se trataba de un coche bomba, surgido de la nada. Para el momento en que lo vi, el vehículo se encontraba a 20 metros de distancia, quizás. Estábamos con una unidad de fuerzas contraterroristas iraquíes de élite que, el 20 de octubre, hacían sus primeros movimientos en el marco de la batalla más amplia para rescatar Mosul del ISIS. El primer gran objetivo de estos comandos era rodear y despejar de enemigos a Bartella, población tomada por los rebeldes y situada a unos 10 kilómetros de los límites exteriores de Mosul. Partiendo de una base iraquí a eso de las 5 de la madrugada, las tropas empezaron a avanzar hacia el este por la carretera principal que une la capital regional kurda, Erbil, con Mosul.
En circunstancias pacíficas, ese trayecto tal vez demandara una hora y media. Pero a la unidad con la que estábamos le tomaría aproximadamente el día íntegro sólo abrirse paso tres millas dentro de territorio del ISIS, hasta el extremo occidental de Bartella, donde las tropas debían aislar a los yihadistas atrincherados en la ciudad, impidiendo que escaparan a Mosul o recibieran refuerzos desde allí. Había bombas en toda la ruta y prácticamente todas las poblaciones del trayecto eran fuentes de ataques.
Un periodista iraquí de The Times y yo viajábamos con un equipo del servicio noticioso de televisión ITN. Trepamos de un salto en un enorme MRAP del ejército iraquí —un vehículo resistente a las minas— colocado en el medio de un gran convoy de transportes que se preparaba a partir hacia Bartella. Pero cuando salíamos le dijeron a la tripulación que nuestro vehículo iba a abrir la marcha llevando a los expertos en desactivar explosivos que se ocuparían de despejar los caminos del convoy por campos y poblaciones al sur de la autopista. Me inquieté, pero no había tiempo para parar e imaginar cómo pasarse a los vehículos de atrás nuestro. No habíamos llegado lejos, pero ya nos llegaba el fuego desde diferentes direcciones. Después de tomar un atajo hacia el sur, el convoy, acompañado ahora por un tanque Abrams M1A1 del ejército iraquí, avanzó por fuera de la ruta debido a la relativa seguridad del campo abierto, con la expectativa de que hubiera menos minas. Como entre los pueblos rurales bañados por el sol que salpican los accesos a Bartella nos movíamos a unos 8 kilómetros por hora, cada vez nos llegaba más fuego de ametralladoras desde posiciones ocultas del ISIS. Los proyectiles levantaban polvo en torno de nuestro convoy y arrancaban chillidos del exterior y de los vidrios blindados de los vehículos, dejando rajaduras como de telaraña.
Cascadas de granadas de mortero estallaban a nuestro alrededor mientras los rebeldes trataban de afinar la puntería sobre la fila de vehículos que avanzaba con pesadez, pero nunca lo conseguían. El comandante del vehículo, teniente Muhammad Altimini, señalaba repetidamente edificaciones sospechosas y sombras en fuga de combatientes del ISIS que se movían entre puntos de ocultamiento, alentando al tanque Abrams y una excavadora artillada para que siguiera delante nuestro. El primer momento de tensión se produjo cuando llegamos a la primera extensión de ruta pavimentada que debía cruzar el convoy. La excavadora iba adelante, arrancando a un lado parte del pavimento y formando un borde para proteger el convoy de coches suicidas que pudieran tratar de hacer impacto en las docenas de Humvees mientras cruzaban la ruta. Me acuerdo de haber pensado que un pueblito a menos de 200 metros parecía ser un punto ideal para que se ubicara en él un vehículo de ésos. El nuestro atravesó la ruta sin incidentes pero pronto quedamos atascados en un campo y llamamos a la excavadora para que rellenara una zanja que nos bloqueaba el paso, cavada por el ISIS con ese propósito. La llegada del primer coche bomba estuvo anunciada por el sonido de ametralladoras y lanzagranadas montados en vehículos que entraron a funcionar en forma automática. Todavía esperando que la excavadora terminara su trabajo, nos habíamos detenido sobre un terreno pelado, a unos 300 metros de cualquier construcción.
El coche suicida alcanzó velocidad en una pendiente suave del pueblito que me había parecido peligrosamente cercano e intentó desviarse a campo traviesa hacia un puñado de vehículos que había detrás de nosotros. Achatado por el peso de planchas de acero pintadas de verde opaco y marrón coyote, y por su carga explosiva, el auto bajó a los tumbos hasta el terreno, golpeó contra una acequia y volcó. Saqué fotos cuando los iraquíes le tiraban al vehículo dado vuelta como una tortuga patas arriba hasta que saltó por el aire en una enorme explosión que levantó polvo alrededor nuestro. Cuando se terminó de rellenar la zanja nos pusimos de nuevo en camino, doblamos hacia la derecha y nos dirigimos hacia el objetivo de los comandos: el límite occidental de Bartella y la autopista de cuatro manos que une Erbil con Mosul.
Apenas lo hicimos, el convoy empezó a ser objeto de un fuego aún más intenso. Otra vez las balas chillaban al rebotar contra el vehículo. Nos reventaron a tiros la rueda delantera derecha del MRAP pero la tripulación siguió adelante, con los barquinazos del auto haciéndose más pronunciados a medida que rebotábamos por lo desparejo del terreno. El teniente Altimini le dijo a todo el mundo en el vehículo, periodistas incluidos, que observaran por las ventanas para detectar coches bomba. Por la radio se oían gritos que indicaban que en la cola del convoy habían destruido otro coche suicida y a menos de un kilómetro se veía contra el cielo una nube empinada de humo y tierra. Pronto detectamos una camioneta estacionada en las sombras de un pasaje que corría entre dos grupos de construcciones vecinas, y paramos, poco antes de otro tramo de camino pavimentado. De repente, un vehículo distinto, con un blindaje improvisado y camuflado, salió atropelladamente desde atrás de los edificios y giró a la izquierda hacia nosotros, tratando de adquirir velocidad. El conductor del MRAP entró en pánico, mientras el coche bomba intentaba salir del camino.
Con la limitada visibilidad trasera de nuestro vehículo que daba tumbos y vueltas, alcancé a divisar el coche bomba cuando parecía haberse atascado en una grieta chica, a unos 45 o 50 metros de nosotros. El tanque iraquí se había desplazado hasta ponerse al lado nuestro y buscó ángulo para hacer un disparo más sencillo con su cañón principal. El vehículo suicida voló en pedazos y la onda expansiva hamacó el nuestro. Todo el mundo estalló en un aplauso. Había estado cerca.
Continuamos avanzando rengos y con el tiempo alcanzamos la ruta principal Erbil-Mosul que lleva desde Bartella hacia el oeste. Con la rueda delantera casi completamente desintegrada apenas podíamos movernos más rápido que si gateáramos. Los técnicos en desmantelamiento de explosivos trabajan adelante nuestro, en coordinación con la excavadora, el tanque y unos pocos Humvees. No más allá de un par de cientos de metros de ruta desmontaron cuatro D.E.I.s grandes en tanto que los combatientes del ISIS disparaban sin pausa al convoy. Los iraquíes respondían con lanza granadas MK-19 y otras armas instaladas sobre transportes. Teníamos poco que hacer como no fuera esperar en la calma relativa del vehículo mientras las fuerzas iraquíes trabajaban despejando la zona y establecían un perímetro de seguridad mientras el sol bajaba a finales de la tarde. Creímos que el momento había llegado cuando un oficial golpeó en las puertas traseras y, luego de quitarse la protección antibalas, nos invitó a salir del MRAP.
“¿Qué hacen aquí?”, bromeó. El fuego había parado y la excavadora había levantado un parapeto de tierra para bloquear la autopista principal. Colocado detrás con el cañón grande de su torreta apuntando hacia Mosul, el tanque iraquí montaba guardia por si aparecía otro coche bomba. Parecía un momento relativamente razonable para fotografiar la columna y los alrededores desde afuera del vehículo, mientras los soldados se agrupaban y comenzaban a revisar los edificios que probablemente ocuparían esa noche. Bajé de un salto y empecé a tomar fotos, asegurándome de tener protección cerca al desplazarme por si hubieran quedado tiradores en la zona. Caminaba de regreso a nuestro transporte cuando alguien gritó en árabe “¡Coche bomba!” Al darme vuelta lo vi, como un armadillo cubierto de chapas de acero, avanzando pesadamente hacia nosotros desde un pasaje angosto al borde de la población. Estaba a 20 o 25 metros de distancia y empezó a girar casi con pereza hacia la izquierda, como si fuera a incorporarse al resto del tráfico. Mientras todo el mundo se puso a correr y los soldados abrieron las puertas del vehículo, mi único pensamiento fue tirarme al suelo y encontrar reparo. Traté de ponerme detrás del Humvee más cercano lo más rápido que podía, agachado. Estuve al descubierto durante quizá cuatro o cinco segundos, pero resultó demasiado. La explosión fue tremenda y sentí que algo me daba en la muñeca derecha, arriba. Por algún motivo no había dolor todavía: la verdad es que en el momento pensé en que una maestra me pegaba con la regla. Difícil de explicar. Me detuve en el Humvee al que me estaba dirigiendo con dos soldados iraquíes delante de mí. Uno de ellos gritaba buscando si tenía heridas en el cuerpo, en claro estado de pánico. Me miré la muñeca y pude ver fugazmente el hueso a través de un corte profundo antes de que la herida se llenara de sangre. Le puse la mano encima para apretarla. Una parte de mí se había fijado en mover los dedos y verificar la movilidad de la muñeca mientras el resto estaba preocupado ante la posibilidad de un ataque sucesivo. Tuve una suerte increíble, y la herida parecía peor de lo que era. No habían quedado esquirlas alojadas, no se habían roto ligamentos ni tendones y ese día a la noche en el hospital de Erbil una radiografía mostró que no había signos de huesos quebrados. Sin embargo, no era fácil no pensar en lo que podría haber pasado.
THE NEW YORK TIMES/CLARIN