La historia comenzó en Esperanza

La historia comenzó en Esperanza

Por Alfredo Leuco
Esta columna fue leída por el autor el jueves pasado, en el programa radial Bravo Continental, que se emite por radio Continental, con motivo de celebrarse el Día del Agricultor.
En su día me gustaría darle un abrazo a cada uno de los productores que han construido la agricultura más competitiva del mundo. Son nuestros hermanos del campo que están trabajando para dejarles a nuestros hijos mejores tierras que las que nos dejaron nuestros padres. Con innovación y tecnología están evitando la degradación de los suelos por erosión. Quiero que tengan en cuenta que la agricultura nació en Irán y en Irak hace 10.000 años y hoy son sólo desiertos polvorientos.
Fue la siembra directa la que desató la revolución verde. Pocos saben que una semilla tiene más valor agregado y conocimiento que un auto. La ingeniería genética, la biotecnología son las locomotoras del futuro de la patria.
Por eso le repito, corrijo y aumento mis buenos deseos. Porque todo trabajo dignifica. Y todos los trabajadores se ganan el pan con el sudor de su frente. Por eso este humilde homenaje en el día del agricultor a esos hombres y mujeres que transforman a la tierra en una fábrica de alimentos. Le cuento que en los próximos años con China y la India a la cabeza se van a consumir más alimentos que en toda la historia de la humanidad. A los que se rompen el lomo y rezan al cielo para que llueva o para que deje de llover. A esa mixtura maravillosa del abuelo gringo que llegó y se arremangó con el abuelo indio que jamás se resignó, como dice la canción.
Me parece mágico y premonitorio que hoy se celebre el Día del Agricultor, en recuerdo de la fundación de la primera colonia agrícola allá por 1856 en Esperanza, en el medio de la provincia de Santa Fe. La sensibilidad campesina de don José Pedroni la describió como “boya del trigo verde/ corazón de la pampa”. Más que nombres son señales. La fe necesaria para seguir firme en el surco. Aferrados al tractor y la esperanza que es lo que vendrá. El desarrollo para todos que podemos construir con nuestro esfuerzo. Con la cultura del trabajo. Esperanza es ciudad y es bandera. Es lo último que se pierde. Verde es el color de la esperanza. Es no darse por vencido ni aún vencido. Para defender a los pueblos del interior de las sequías, los incendios, las plagas y las políticas depredadoras de aquellos autoritarios que viven de viejos dogmas jurásicos o que ven al campo como un gigantesco bolsillo para meterles la mano. Hoy los productores agropecuarios se transformaron a si mismos. Supieron salir de sus tranqueras para desmentir que mansedumbre sea sinónimo de sumisión. Y dieron la batalla política más grande frente a los que los quisieron poner de rodillas con ofensas difíciles de olvidar. Piquetes de la abundancia, golpistas, grupos de tareas, todos los insultos todos. Hasta que dijeron basta. Fue la rebelión de los pueblos del interior contra una forma injusta de repartir la coparticipación federal.
Los agricultores no reclaman nada raro. Diálogo franco, soluciones racionales, buen trato y producir la mayor cantidad de alimentos posibles para atender la mesa de los argentinos primero y para exportar lo más que se pueda después. De esa manera se combate la concentración y la extranjerización de la tierra. Con respeto por los que viven tierra adentro. Sin agresiones. Eso es combatir la pobreza con armas genuinas. Eso es fortalecer la identidad cultural de criollos e inmigrantes. Eso es echar raíces, sembrarse en tu propia cultura para resistirse a engrosar esos conurbanos que son las espaldas injustas de las grandes ciudades. La patria se construye de muchas maneras.
En las fábricas, en las universidades, apostando a la solidaridad y la igualdad de oportunidades. A lo mejor sea cierto eso de que nadie es profeta en su tierra. Pero ningún país es un país para todos si castiga a su tierra y a su gente. Todo comenzó en 1856 cuando 1162 colonos suizos llegaron a Esperanza y recibieron 33 hectáreas, algunos animales y herramientas muy rudimentarias. Usaban sombreros de ala ancha, tiradores, pañuelos al cuello y unos bigotazos tan grande como su coraje. Entendieron que la tierra es madre y alimenta. Mucho más tarde vendría Diego Torres a certificar que “Pintarse la cara color esperanza/ tentar al futuro con el corazón/ saber que se puede, querer que se pueda. Eso son nuestros chacareros del alma, los que saben que se puede y quieren que se pueda.
LA NACION

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