15 Oct La actualidad del testimonio de Brochero
Por María Oscar Llanos
El Cura Brochero está despertando gran interés a nivel mundial. Francisco se apresta este domingo a proclamarlo santo y su fama, como es lógico, se extiende sin cesar.
Nació en Carreta Quemada, Santa Rosa de Río Primero (Córdoba), el 16 de marzo de 1840. Riéndose de sí mismo, cuenta que ese día era lindo y de buen parecer, pero al día siguiente, mientras lo llevaban a bautizar, la yegua en que iban resbaló y, cayendo al barro, quedó morocho y menos agraciado.
A los 16 años sintió el deseo de hacerse cura y entró al seminario. Muchacho de campo, humilde y generoso, se convirtió en un modelo en la universidad jesuita, foco de cultura y evangelización en la Docta. Conquistó a los demás estudiantes por simpatía y servicio. Hablaba poco y asimilaba todo. Fue compañero de personajes que tendrían roles decisivos: Tristán Achával Rodríguez (dos veces presidente de la Cámara de Diputados de la Nación); Miguel Angel Juárez Celman (diputado provincial, gobernador de Córdoba y presidente de la Nación); Miguel M. de Jesús Nougués (gobernador de Tucumán, senador nacional y presidente interino de la Nación). Ellos lo querían y ayudaban, pero tal vez por el chiste de la yegua, lo llamaban, afectuosamente, El Negro.
Jesuitas y dominicos influyen en su formación. Los primeros, que vuelven por segunda vez a Córdoba (1859) después de su expulsión (1767), con su predicación y compromiso, le aseguraron un desarrollo jamás imaginado. El joven seminarista Brochero encuentra con ellos la clave de su transformación: los ejercicios espirituales de San Ignacio. Allí le enseñaron a ser “doctrinero”, hoy “catequista”. De los dominicos aprendió predicación y testimonio, y se hizo miembro de la Tercera Orden Dominicana. Después seguiría la estela opuesta a una Iglesia sometida al patronato del gobierno, a favor de una Iglesia libre y evangélica.
En 1866 fue ordenado sacerdote. Trabajó como teniente-cura en la catedral. En 1867, ya prefecto de los estudios del seminario, cuidó con esmero a los afectados por una epidemia de cólera, y se recibió de maestro de Filosofía en noviembre de 1869. Seis días después, el obispo Ramírez de Arellano lo nombra párroco de San Alberto, con sede en San Pedro (Córdoba).
Era un territorio extenso, accidentado e incomunicado. En esas soledades aprendían a convivir criollos y mestizos que, en pugna por los límites provinciales como ejércitos de los caudillos, devenían en tropas de gauchos errantes con dificultades judiciales y económicas. Más de 200 km2, tierra difícil, la zona tenía infinitas necesidades estructurales, culturales y espirituales. En el departamento de San Alberto, corazón serrano cordobés, en 32 años de acción, Brochero se convertirá en uno de los más importantes civilizadores y evangelizadores de América.
Conocido como el “Cura Gaucho”, su identidad sacerdotal se une a lo más positivo del gaucho: bondad, reflexión y aguante, servicio y respuestas concretas, relación cercana y disponibilidad, sinónimos de la mejor cultura serrana. Brochero decía que “podía atravesar su territorio con los ojos vendados”. Nadie conocía esos senderos de sol y piedra como él, porque deseaba fundir pastoral y bien común. Por ello es un ícono, que refiere el empeño titánico por el mejoramiento social. Son innumerables sus obras públicas con y para la gente, colaborando y sustituyendo al gobierno, entre ellas:
–Caminos mulares y carreteros: más de 200 km construidos y reparados con su gente.
–El ferrocarril, ley 4267 (1903), línea Villa Dolores-Soto; no se concretó por maniobras políticas.
–La delimitación de las tierras, dando sentido de pertenencia y unidad.
–Los primeros canales y acueductos para distribuir el agua.
–La Casa de Ejercicios, clave para la transformación social.
–La Escuela de Niñas, realizada con su gente y dirigida generosamente por las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús.
–El correo a caballo, el telégrafo, el banco, el criadero de peces, la comercialización de productos.
–El servicio periodístico para la información y la promoción.
–La defensa de la dignidad humana (presos y marginados).
¿Cómo pudo hacer Brochero estas obras? Él explicó así su secreto en un congreso catequístico:
“Sencillamente: enseñando y dando ejercicios espirituales, lo uno a los niños y lo otro a los padres de los niños. Pueden hacer la prueba. [ …] Yo creo, salvo la opinión de ustedes –aunque la experiencia me aconseja dar más fe a la mía– que eso es lo que conviene hacer en todas partes… ‘ubique terrarum: enseñar la doctrina y dar ejercicios a todo el mundo’”.
Catequesis y ejercicios tienen para él una enorme trascendencia pedagógica y social. La educación de la fe, con un lenguaje gaucho y popular, se inserta y es capaz de “crear” cultura y regenerar el orden social. A ese secreto hay que sumar su constante actitud de abnegación que lo llevó a contagiarse de lepra de un enfermo que no quiso dejar de visitar y atender. Y que murió en El Tránsito (Cura Brochero) el 26 de enero de 1914.
Muchos milagros sociales en vida y personales después de muerto hizo Brochero, pero, entre todos ellos, Nicolás Flores y Camila Brusotti podrán contar que la invocación del nombre del “cura” les ha devuelto la vida.
Pero la mayor herencia brocheriana para la Argentina de hoy es su actitud de encuentro y unidad entre los extremos sociales de su tiempo. Supo unir gente dispar como sus amigos políticos liberales y el pueblo simple con quien cabalgaba y construía. Más, supo establecer un puente entre dos modelos de país vigentes en su época. Por un lado, respetó y escuchó el modelo de sus amigos liberales que miraban más hacia fuera que hacia dentro del país y que, por tanto, poco se interesaban por las periferias del interior. A éstos, dijo, “cuando se les sacan las cosquillas, se vuelven más mansos que mancarrón patrio” (aludía a la paciencia del domador del caballo hasta acercársele y tocarlo sin reacción, como los mansos animales de los desfiles patrios). Por el otro, siguió la aspiración del modelo federal que comprometía al pueblo, escuchándolo y promocionándolo, pero después de una conversión ética y religiosa que lo hace capaz de una ciudadanía activa. La síntesis: unión y fuerza.
Por eso se cumplirá su profecía: “he podido pispiar que viviré por siempre en los corazones de mis paisanos…” Así, este santo de ayer, puede decir hoy y mañana, como les dijo al gobernador Juárez Celman y a sus ministros, asustados por tener que partir bajo una tremenda tormenta en la sierra: “¡El que sea hombre, que me siga!”.
CLARIN