Las Vegas: una ciudad, todas las ciudades

Las Vegas: una ciudad, todas las ciudades

Por Pablo Bizón
Una góndola pasa lenta, bamboleante, por el Gran Canal, con un gondolieri entonando “O sole mío”. A pocos metros, un grupo de amigas posa para las selfies desde el restaurante de la torre Eiffel, y a una cuadra unos adolescentes gritan –¡iiiuujuuu!– desde una montaña rusa que da vueltas alrededor de la Estatua de la Libertad y los edificios más emblemáticos de Nueva York, a sólo unos 200 metros de la egipcia Luxor, con una inmensa pirámide negra y una esfinge en la entrada. ¿Cómo es posible que todas estas ciudades estén tan cerquita, como para pasar caminando de una a otra? Porque estamos en Las Vegas, claro, “la ciudad de las ciudades”, una especie de demostración de que el famoso “sueño americano”, ese en el que todo parece posible, puede hacerse realidad.
Primero, porque donde hoy crecen enormes edificios, reptan larguísimas limousinas y brotan luces de neón hasta de las baldosas, no debería haber nada… bueno, nada excepto la vegetación escasa y amarronada del enorme desierto de Mojave, en cuyo corazón se creó este delirante sueño que en el año 1900 era apenas una parada para que los trenes recargaran agua en sus viajes entre Albuquerque y Los Ángeles. Pero un buen día de 1931 Las Vegas legalizó el juego, y ahí comenzó toda esta locura que hoy es un imán para casi 40 millones –sí, ¡40 millones!– de turistas de todo el mundo. En la década del 50, a sus salas de juego se le fueron sumando escenarios, y Las Vegas comenzó a transformarse también en un centro de entretenimiento y espectáculos que se consolidó de la mano de artistas como Frank Sinatra, Dean Martin o Sammy Davis Jr., quienes se hicieron habitués de la ciudad.
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Donde todo pasa
Pero volvamos al presente. Si alguien desprevenido pregunta cómo es Las Vegas, se puede resumir así: tiene una sola calle, Las Vegas Boulevard, más conocida como The Strip, que corre de norte a sur. Bueno, claro que esto es una exageración, pero verdadera para la gran mayoría de los visitantes, porque es en el Strip donde pasa todo. Los mega hoteles-casinos uno al lado del otro, los bares y restaurantes, los negocios bizarros y divertidos –no se pierda una visita a Stupidiotic, lleno de artículos tan innecesarios como geniales–, los puentes peatonales con escaleras mécanicas sobre la calle, los músicos callejeros y disfrazados que dan espectáculos u ofrecen sacarse fotos por monedas, la gente que camina y camina… va y viene, va y viene, saliendo de un hotel y entrando en otro, porque aquí los hoteles son el centro del espectáculo y se puede –más bien, se debe– entrar a todos los que se pueda. Igual, no se preocupe: siempre va a entrar a un casino con interminables filas de maquinitas, que por algún mega pasillo alfombrado y con fastuosas arañas que discurre entre bares y restaurantes, lo llevará al sector de habitaciones.
Todo esto en 4,2 millas (menos de 7 kilómetros) que son las que separan, o unen, el hotel Mandalay Bay, en el sur, y la torre Stratosphere, en el norte, el edificio más alto de la ciudad, coronado por un mirador, una montaña rusa que se asoma al abismo en su cima y una propuesta de skyjump , que consiste en lanzarse al vacío amarrado a una cuerda, como si fuera una especie de aviso por si fuera a perder todo con los fichines. Ah, y ya que nombré al Mandalay Bay, he aquí un buen ejemplo “100% Vegas”: tiene una bodega con más de 55.000 vinos de todo el mundo, exhibidos en una torre de cuatro pisos, por supuesto, muy iluminada. Los clientes ordenan su vino en la mesa y hay dos wine angels –chicas con poca ropa, claro– que suben y bajan sujetas a sus arneses por cables para buscar la botella elegida y acercarla a la mesa.
Lo cierto es que aquella famosa “ciudad del pecado”, del juego, el alcohol y la prostitución, ya no es tal, reemplazada por esta “ciudad del entretenimiento” pensada para toda la familia, una especie de Disneyworld para adultos. De aquel pasado queda algo, sin embargo: los camiones que portan grandes carteles con súper fotos de “chicas ansiosas por conocerte”, con su número de teléfono, y los volantes que entregan en todas las esquinas, con fotos provocadoras, nombre, teléfono y tarifa. Es que no aquí, pero en condados vecinos, la prostitución es legal. Pregúntele sino a la estrella de la NBA Lamar Odom, que fue encontrado inconsciente luego de pasar varios días de fiesta en burdel de Crystal, a unos 110 km de aquí.
Así las cosas, Las Vegas es hoy la “capital mundial del entretenimiento”. Sólo el Cirque du Soleil tiene cinco espectáculos permanentes, en distintos hoteles. Y la lista de shows en las cabinas callejeras que dicen vender con descuento –no siempre es así– es interminable: hay de todo para ver, desde el eterno David Copperfield en el MGM o eventos deportivos y rodeos hasta conciertos de Olivia Newton-John, Rod Stewart, Celine Dion y Elton John. Y el entretenimiento incluye, como no podría ser de otra manera en Estados Unidos, el shopping . Varias tiendas y centros comerciales se suceden a lo largo del Strip –marcas como Prada, Luis Vuitton o Armani son clásicos–, pero los epicentros están en ambos extremos: los Premium Outlets, a los que los turistas llegan en limousina, en taxi o simplemente en bus, porque hay dos líneas que recorren el Strip de punta a punta.

El cowboy de neón
Este “estilo Las Vegas” del Strip es el de siempre, pero exagerado a la enésima potencia. Porque estos súper hoteles temáticos en verdad nacieron en la década de 1990, llevándose el centro de atención Strip al sur. La ciudad original era similar, sí, pero mucho más modesta. Cuando las luces se fueron para el sur, el downtown , o centro antiguo fue cayendo en el abandono. Entonces surgió la organización Downtown Project, con distintos proyectos de recuperación. Como el festival Life is Beautiful , que consiste en tres días –siempre en octubre– de recitales gratuitos en las calles –de las Pussy Riots a Stevie Wonder, Imagine Dragons o Duran Duran–, gastronomía con afamados chefs, conferencias públicas al estilo TED y muralistas del mundo que dejan sus obras –de 3 a 5 cada año– en las paredes de casas y edificios y le están cambiando la cara al lugar, cuenta Maria Phelan, de Relaciones Públicas de Downtown Project mientras recorremos las calles intervenidas.
También el Container Park, una plaza-shopping de tiendas y servicios –souvenirs, cafés, artesanías, peluquería– con negocios instalados en containers reciclados y en muchos casos en manos de vecinos de la zona, que de este modo encontraron una forma de ganarse la vida. En la plaza central hay juegos para chicos rodeados de mesas bajo los árboles y, al fondo, un gran escenario donde hay conciertos y cine al aire libre. A la entrada, la escultura de una mantis religiosa gigante recibe a los visitantes echando fuego por sus antenas. Vale la pena visitarlo.
Y con más razón teniendo en cuenta que todo esto está a sólo dos cuadras de la propuesta más loca de la ciudad: la Fremont Experience Street. Cinco cuadras de calle peatonal techada donde todo es un espectáculo constante: el alto techo abovedado con luces y proyecciones, los bares y restaurantes, las discos, la música permanente, las tiendas de souvenirs, las parejas de recién casados posando junto a chicas con poca ropa o superhéroes venidos a menos, émulos de Elvis, personajes de Star Wars y uno de los carteles más emblemáticos de los miles que iluminan la ciudad: el famoso cowboy de neón. Sobre las cabezas pasan volando los que se tientan con las tirolesas – ziplines se llaman aquí–, que sobrevuelan la calle con más historia de Las Vegas: en Fremont nacieron los primeros hoteles, incluyendo al Nevada, de 1906; fue la primera calle pavimentada, la que otorgó la primera licencia de juegos, donde se construyó el primer edificio –Hotel Fremont, de 1956–, y la que tuvo la primera construcción pensada específicamente para casino: el célebre Golden Nugget, abierto en 1946 y aún en pleno funcionamiento.

Cañones y desiertos
Claro que no todo son luces, neones y fiesta. A pocos km de todo esto está uno de los paisajes más impresionantes del mundo: el Cañón del Colorado, y no da perdérselo por un par de copas de más. Así que allí vamos.
Lo primero que aparece a nuestros pies apenas el helicóptero despega del aeropuerto de Boulder City, 43 km al sudeste de Las Vegas, es la represa Hoover, que contiene las aguas del río Colorado para formar el enorme lago Mead y generar parte de la enorme cantidad de electricidad que necesita Las Vegas para convertir en días sus noches. Con 640 km2, este lago que ahora sobrevolamos es un gran centro recreativo para los estadounidenses y turistas, con paseos en barco, deportes náuticos, además de lindas playas de arena entre los acantilados rocosos. Y la visita a Hoover dam es una de las excursiones más populares desde Las Vegas, ya que es una de las represas más grandes del mundo, que utilizó técnicas muy novedosas para su construcción, allá por fines de la década de 1920.
Son unos 15 minutos en los que entre el piloto, en inglés para nuestros acompañantes y un audio en español para nosotros, nos van explicando detalles de los lugares que vemos, hasta que una angosta quebrada entre montañas hace las veces de portal al gran Cañón, uno de los must, de esas excursiones que sí o sí hay que hacer cuando se visita Las Vegas. Los colores del Grand Canyon, como se llama aquí, exhiben cerca de 2.000 millones de años de la historia de la Tierra, que fueron quedando al descubierto a medida que el río Colorado y sus afluentes, con toda la paciencia del universo, iban socavando las distintas capas de sedimentos. Este maravilloso tajo en el desierto tiene casi 450 km de largo y profundidades que superan los 1.600 metros, en tanto sus distintas cordilleras llegan a los 29 km de ancho. El sobrevuelo por las entrañas de este gigante de colores –que se extiende mayormente por el estado de Arizona– dura no más de 20 o 25 minutos, pero son inolvidables. Vemos a la derecha el famoso Skywalk, esa plataforma semicircular transparente que permite caminar sobre el abismo de 1.300 metros, uno de los puntos más concurridos de las excursiones al cañón, pero para nada el único –de hecho, sepa que es muy polémica por sus altos precios y porque no permite sacar fotos, para que deba comprar las que sí toman oficialmente–.
En una especie de “elija su propia aventura”, desde Las Vegas puede elegir visitar esta maravilla natural de mil maneras diferentes: en helicóptero, en avioneta, en auto, en bus, en 4×4, a caballo, a pie, navegando en crucero o kayak por el río Colorado, de día o de noche, durmiendo en lujosos hoteles o en carpa, en programas que van desde un par de horas hasta varios días.
No se puede ir de Las Vegas sin una visita al Grand Canyon. Aunque este no es el único destino turístico en el desierto que rodea la ciudad, cortado abruptamente por cañadones y decorado por coloridos cerros que invitan a la aventura.
Otra de las excursiones imperdibles es la del Valle de la Muerte, o Death Valley, unos 230 km al noroeste, ya en el estado de California. Este desértico valle es famoso por ser uno de los sitios más calurosos del planeta –de hecho, aquí se registró la temperatura más alta: 56,7°C, en 1913–, por su gran desnivel –el punto más alto está a 4.400 msnm y el más bajo, 85,5 bajo el nivel del mar– y por las “piedras que se mueven solas”. ¿Cómo es eso? Lo mejor es llegar hasta aquí para comprobarlo. Eso sí, lleve bastante agua porque no hay servicios en el lugar. Los nostálgicos podrán recordar escenas de alto voltaje rodadas aquí de la película Zabriskie Point, de Michelangelo Antonioni, con música de Pink Floyd.
Valley of Fire –Valle del Fuego, por el rojo de sus montañas– es otro lunático y cercano paisaje al que llegan distintas excursiones. A 88 km de la ciudad, el parque estatal más grande y antiguo de Nevada invita a recorrer impactantes paisajes y, si se tiene un poco de suerte, divisar zorros, coyotes y reptiles.
Si se aburre –¿en Las Vegas?–puede probar contando limousinas, que es un juego que aprendí perdiendo el tiempo desde la ventana del hotel. O en alguno de los 40 campos de golf que pueblan la ciudad y el desierto cercano. En cuanto a este viaje, continúa por la autopista interestatal 15, que cruza el centro de la ciudad y continúa hacia el sur para entrar en el estado de California. Vamos rumbo al Sequoia National Park, para sentarnos a la sombra de los árboles más grandes del mundo. Pero esa ya es otra historia.
CLARIN