21 Sep Con la llegada de la primavera, el gimnasio se muda al aire libre
Federico Ladrón de Guevara
Llegó la primavera y, como dice la canción, la sangre altera. Y no sólo eso: es un aliciente para salir a mover el esqueleto en los gimnasios ubicados en las plazas. Los beneficios de esta actividad son varios: se practica a cielo abierto, sin límites de horario y gratis. Además, no haypunchi punchi, esa música hipnótica que sirve para estimular a quienes se dedican a ejercitar sus músculos en los locales tradicionales. Lo que se escucha, a lo sumo, es el ladrido de algún perro díscolo. Uno de esos canes sin control que alteran la paciencia hasta del paseador más experimentado.
Francisco Beraldo, de 65 años, tiene puesta una camiseta de laSelección Argentina, con el número 10, pero más que Lionel Messiparece un atleta ruso, uno de esos superhombres que se destacan en los Juegos Olímpicos. “Una vez por semana vengo corriendo desde Almagro”, le explica a Clarín, en la Plaza Israel, a metros de los patos que nadan en los lagos de Palermo. “Cuando era más joven, practicaba básquet y patín en el club Comunicaciones. Siempre me gustó hacer ejercicio al aire libre: además de mantenerme en forma, tomo sol”, sigue Francisco, que trabajó como preceptor en el colegio Hipólito Vieytes deCaballito, y es, qué duda cabe, un jubilado coqueto.
Ahora estamos en la Plaza Rubén Darío, en Recoleta, muy cerca delMuseo Nacional de Bellas Artes. Por la senda que da a la Avenida del Libertador hay chicas en rollers. Sobre el césped transpiran varias señoras que, bajo las órdenes de un personal trainer, corren alrededor de un circuito formado por conitos. Con auriculares blancos, pasa a fondo una rubia en calzas negras y remera flúo naranja. Cerca, un joven muy parecido a Patricio Giménez, el hermano de Susana, trota y hace trotar al caniche que lleva atado de una de esas correas que se acortan o se alargan según las exigencias del recorrido urbano.
La fórmula de Raquel Miara, una de las mujeres que transpiran en los aparatos, es sencilla: “Vengo a la plaza tres veces por semana, corro cinco kilómetros y medio y quemo 240 calorías”, cuenta.
De lunes a viernes, Raquel, casada y con tres hijos, trabaja “en publicidad”. En los ratos libres -aclara- le gusta “oxigenar la sangre”.
Raquel está sentada en una de esas máquinas que sirven para fortalecer las piernas. Se balancea acompasadamente, como un péndulo. Frente a ella, y como contrapeso, se ubica su hijo Vicente.
–Raquel, ¿alguna vez fuiste a algún gimnasio tradicional?
–Sí, cuando era más joven. Después, con los años, empecé a venir a la plaza con mis hijos y mi marido, Willy. Es una gran actividad para toda la familia.
La de la Plaza Rubén Darío es una de las “postas aeróbicas” que la Ciudad diseñó para que el público trabaje el cuerpo utilizando “su propio peso”. Con la idea de “combatir el sedentarismo”, también hay “bancos para hacer abdominales” y “cintas caminadoras”.
¿Qué se dice sobre esto en los gimnasios cerrados? Román Spagnuolo, coordinador del Megatlón de Rodríguez Peña y Santa Fe, plantea: “Las postas aeróbicas son, en todo caso, para ejercitarse con baja intensidad. Además, la gente que viene a nuestro gimnasio también puede salir a correr por algún parque antes o después de sus tareas de musculación. O puede ir a nadar a la pileta”. Y agrega: “En agosto y marzo, después de las vacaciones de invierno y de verano, es cuando más gente viene al gimnasio. En general, el nuestro es un público fiel: hay algunos socios que se entrenan acá hace más de 20 años. Y se sienten como en su casa”.
En el Interior también hay gimnasios en espacios verdes, como los de Santa Fe o Mar del Plata, donde son muy visitadas las postas de Playa Grande o Cabo Corrientes.
Seguimos viaje. Como somos periodistas, no vamos corriendo ni, menos que menos, en patines: lo hacemos en remís. En Gaona y Donato Álvarez, Caballito, llegamos a Plaza Irlanda, que está “cerrada por refacciones” pero eso no impide que en los contornos los vecinos hagan sus actividades físicas.
Como María Amuchástegui pero con todo bajo control, Mabel Lettieri se recuesta sobre uno de los bancos de cemento con un propósito bien definido: endurecer los glúteos. “Si tenés constancia, el entrenamiento se convierte en algo natural. Sí, como lavarte los dientes”, señala, después de una intensa serie de sentadillas. Mabel trabaja como docente de arte y, “aunque llueva”, sale a trotar a las 7.30 de la mañana. “Para hacer ejercicios, además, no necesitás dinero: venís a la plaza y listo”, comenta. “Y siempre es mucho mejor estar en contacto con la naturaleza”.
Uno, dos, uno, dos…
CLARIN