19 Sep Como para tener memoria
Por Sebastián Torok
19 de septiembre
La historia de por qué Del Potro no jugó el quinto punto
El desgaste físico que sufrió Juan Martín del Potro el viernes frente a Andy Murray terminó siendo el desencadenante de que no jugara el quinto punto de las semifinales de la Copa Davis ante Gran Bretaña. Esa es la explicación, al menos, que dieron desde el entorno del jugador y del equipo nacional. Del Potro, el capitán Daniel Orsanic, el subcapitán Mariano Hood y el kinesiólogo del tandilense, Diego Rodríguez, analizaron la situación el viernes por la noche y entendieron que lo más saludable era que el tenista participara del punto de dobles, que requería mucha menos exigencia que un punto individual. Según las mismas fuentes, con los dolores en el cuerpo y los inconvenientes físicos que acarrea, Del Potro hubiera corrido riesgos de no terminar el match. Esta mañana, tras jugar ocho horas en dos jornadas, Del Potro peloteó con Hood durante 15 minutos y volvió al vestuario. No regresó al estadio mientras se jugó el partido entre Guido Pella y Andy Murray; lo siguió por TV en la intimidad de la sala del equipo, sabiendo todos los comentarios que en el exterior se estaban haciendo por su -hasta ese momento hipotética- ausencia. A los pocos minutos del triunfo de Murray, se hizo el anuncio oficial de la presencia de Leonardo Mayer ante Daniel Evans. El tandilense volvió al court para ver al Yacaré y se sentó en la fila reservada para el equipo nacional, entre Daniel Palito Fidalgo (vicepresidente de la Asociación Argentina de Tenis) y Diego Junqueira, uno de los entrenadores de Federico Delbonis. Después de su triunfo ante Guido Pella, Murray se mostró comprensivo con la decisión de Delpo: “Es entendible. Ha tenido tantos problemas de lesiones que todo el mundo parece haber olvidado. Su decisión debe ser respetada 100 por ciento”.
Haber jugado cinco sets frente al escocés, justamente, fue una sensación que el tandilense no vivía desde hacía bastante tiempo. El último antecedente se remontaba al Abierto de Australia de 2014, cuando cayó con el español Roberto Bautista Agut en la segunda rueda.
En tanto, John Lloyd, que en 1977 se convirtió en el primer británico en alcanzar la final de un Grand Slam en la Era Abierta, dijo en la cadena BBC: “¿Por qué si iba a jugar un partido más, no hacerlo en el quinto de la serie en lugar del dobles? ¿Por qué no se permitió descansar 24 horas? Que Del Potro haya jugado el dobles fue la decisión más ilógica que vi en mi vida”.
Naturalmente, la primera pregunta que surge es si Del Potro no podría haberse recuperado para jugar el single final si evitaba jugar el punto del dobles, que ya de por sí era un match muy complejo por la calidad de los rivales.
La Argentina, versátil, humilde y pujante, se abrió a la final
Sin los diamantes de la Legión. Sin top ten. Ganando tres veces de visitante, en una superficie tan veloz como antirreglamentaria (a Polonia, en Gdansk), en un escenario sofocante y ante un rival que ostentaba una valiosísima marca en su casa (contra la Italia de Fabio Fognini, en Pesaro) y nada menos que ante el campeón vigente (Gran Bretaña, con Andy Murray, N° 2 del ranking, y su hermano Jamie, exquisito doblista, como estandartes).
Con paciencia, sin elevar la voz, planificando cada punto. Tomando decisiones arriesgadas, pero valientes. Con optimismo. Sin miserias, peleas internas ni ondas negativas. Con un capitán, Daniel Orsanic, y un cuerpo técnico que son cultores del bajo perfil. Con un referente muy querido puertas adentro, como Leonardo Mayer, que se siente cómodo pasando inadvertido. Con un as de espadas como Juan Martín del Potro, que el año pasado no sabía si iba a volver a jugar, y en los últimos meses puso de rodillas a las mejores raquetas del mundo. Con una pieza como Federico Delbonis, que pasó de ser el héroe en Italia a tolerar, estoico, no jugar ni un minuto frente a los británicos. Con una dirigencia que acompaña y apoya las decisiones grupales.
La Argentina le dio un golpe al mentón a los pronósticos pesimistas, espantó los fantasmas y se rió de los oportunistas. Con precaución, sin especular, el equipo nacional se clasificó para su quinta final de la historia en la Copa Davis,el trofeo esquivo y que tantos dolores de cabeza generó. La victoria del Yacaré Mayer en el quinto punto ante Daniel Evans por 4-6, 6-3, 6-2 y 6-4 (antes, Murray había superado a Pella por 6-3, 6-2 y 6-3) redondeó un 3-2 histórico, que vale oro. Que sorprende y dejó enseñanzas.
La Argentina llegó a Glasgow una semana antes de la serie conociendo que la vara deportiva estaba muy alta. También las estadísticas no eran auspiciosas, porque de las anteriores nueve semifinales que había disputado de visitante, solamente había triunfado en 2011 ante Serbia, en Belgrado. Sin embargo, el equipo no agachó la cabeza y se preocupó por tratar de adaptarse lo mejor posible a la superficie de doble de capa de madera y pintura acrílica azul .
El primer día fue soñado, con la épica victoria en cinco horas de Del Potro contra Murray y la de Pella ante Kyle Edmund. Los nubarrones, irremediables cuando de Copa Davis y la Argentina se trata, aparecieron en el escenario el sábado, con la caída en dobles, con Mayer y un desgastado tandilense que no estaría disponible para un hipotético quinto punto. Hubo misterio. Algunos temores. Hubo críticas por una decisión que parecía fuera de lugar, pero que luego fue argumentada. El final, ya es conocido. Así se empezó a revertir una tendencia negativa. Así, ante un público respetuoso, la Argentina dio un paso fundamental hacia un trofeo grande que el deporte albiceleste no obtuvo.
Desde que comenzó la temporada, Orsanic apostó, en cada serie, al jugador que creía más conveniente para ese fin de semana. No convocó sólo por antecedentes previos ni chispazos aislados. Así fue como hizo debutar a Pella y a Renzo Olivo frente a Polonia, al considerar sus buenos rendimientos sobre superficies duras y lo hecho en el Abierto de Australia. A Gdansk lo llevó a Carlos Berlocq, además, para que desde el dobles impulsara con su espíritu y fuera un sostén emocional de los “nuevos”. Frente a Italia, el capitán mantuvo a Pella, de gran carácter, y sumó a Del Potro, a Juan Mónaco -con el que había tenido diferencias cuando no lo citó en 2015 ante Brasil- y a Delbonis -que no había estado frente a Polonia ya que el azuleño había optado por jugar un torneo en polvo de ladrillo los días previos a viajar a Polonia-. Pese a ser una de las banderas de su gestión, Orsanic no citó a Mayer para los cuartos, sabiendo que el correntino no estaba en buenas condiciones tenísticas ni anímicas después de quedar afuera de los Juegos Olímpicos. Pero después de que Mayer volviera a jugar sano en los challengers, lo recuperó para viajar a Gran Bretaña y el Yacaré terminó cerrando la serie.
Durante este tiempo el equipo nacional demostró, precisamente, ser eso: un equipo. En los resultados, ganando, por ejemplo, los puntos ante Gran Bretaña en partidos individuales y con raquetas distintas: Del Potro, Pella y Mayer. Y en los gestos, en los comportamientos. Como cuando frente a Italia, y luego de tener amplias diferencias que parecían irreconciliables, Del Potro y Mónaco decidieron empujar el carro hacia el mismo lado y, no sólo convivieron con respeto, sino que se entrenaron juntos desde el primer ensayo, se divirtieron y se alentaron. Es lógico que en un grupo de tantas personas haya divergencias. Pero ello no es sinónimo de conflicto, ni mucho menos. Cada uno respetó el lugar del otro; en un deporte individual y con tangos egos como el tenis, ello ya es demasiado.
“Este es un momento muy emotivo. Argentina tiene un equipo de hombres, de buenos tipos que dejan todo realmente. Esto es mucho más de lo que podíamos aspirar. Pero el optimismo que tiene el grupo mueve montañas. Y la ilusión va a seguir encendida”, dijo Orsanic, casi sin voz. La Argentina derrumbó al campeón y en su casa. En noviembre lo espera Croacia, otra vez en Europa. A esta altura, eso no parece ser una preocupación para un grupo que se propuso quedar en la historia grande.
17 de septiembre
Ante Murray, el mejor capítulo de la incréible recuperación de Del Potro
uchas veces se termina siendo empalagoso o extremo al hablar de épica, de actuaciones heroicas o de logros históricos para ponderar un hecho deportivo. Es sencillo pecar de exageración, con la euforia del triunfo o el dramatismo de la derrota. El éxito de Juan Martín del Potro frente a Andy Murray por 6-4, 5-7, 6-7 (5-7), 6-3 y 6-4, por el primer punto de las semifinales de la Copa Davis, puede reunir todos esos calificativos y más también, que no aparecerá amplificado ni fuera de lugar.
Con valentía, lucidez, paciencia y fuego en su raqueta, el tandilense obtuvo una de las grandes victorias del tenis nacional. En el año de su retorno al circuito tras la oscuridad de la inactividad y un mes después de perder la final olímpica, Del Potro volvió a hacer otro milagro. Como en Wimbledon cuando derrotó a Stan Wawrinka, pero aún mejor. Como en Río cuando se colgó la medalla plateada y puso de rodillas a Novak Djokovic y a Rafael Nadal, pero superior. Como en el Abierto de los Estados Unidos cuando les ganó a Dominic Thiem y David Ferrer hasta llegar a los cuartos de final y caer ante el campeón (Wawrinka), pero aun más sobresaliente. Por la categoría del rival -el número 2 del ranking y una de las sensaciones de la temporada-, por el escenario -visitante, ante 8000 espectadores- y por el equipo rival -el vigente campeón de la Copa Davis-, la Del Potro es una victoria impactante, que merece un lugar de privilegio en los libros del tenis nacional, que tuvo mucho más sabor con el triunfo posterior de Guido Pella ante Kyle Edmund, que dejó al equipo capitaneado por Daniel Orsanic a un punto de la final.
“Cuando estaba volviendo a intentar jugar al tenis esto ni lo imaginaba”. Del Potro, como nadie, sabe por el momento traumático que pasó cuando no hallaba soluciones para quitarse el dolor en la muñeca izquierda operada en tres oportunidades y que lo hizo evaluar el retiro. El tandilense no jugaba un partido de cinco sets desde que perdió con Roberto Bautista Agut en el Abierto de Australia 2014. Y no ganaba un match en esa cantidad de parciales desde que en 2010, en Melbourne, superó a James Blake. Que haya logrado sostener el aliento y la electricidad en las piernas durante las cinco horas que corrió frente a Murray, habla de otro logro asombroso del argentino. Atléticamente, el escocés está mejor preparado y habituado a las batallas, sin embargo Del Potro soportó el desgaste.
Fue un partido lujoso. Con dientes apretados, corazón caliente y mente helada. Con puntos que podrían integrar los compactos de fin de año de los programas de TV. Si hubo una clave para que Del Potro ganara el primer set, fue la paciencia. El primer game duró nueve minutos. El tandilense contó con una chance para quebrarle el servicio a Murray, pero el escocés lo sacó adelante e inmediatamente después, le rompió el saque a Del Potro y se adelantó 2-0. Con una gran clase para defender, Murray empezó a frustrar a Del Potro, que no lograba hacerle daño, ni siquiera con sus escopetazos de drive. Pero el argentino no se desesperó, no lo frustraron tres globos exquisitos que sufrió y con inteligencia; le quebró el saque a Murray (1-2). A partir de ahí, su presencia aumentó, devolvió de revés con slice y lució grandes porcentajes de saque (ganó 16 de los 20 puntos que disputó con el primer intento, un 80%,). Y volvió a lucir un recurso que en otros tiempos tenía adormecido: la volea.
En el segundo parcial, Murray modificó algunas estrategias y fue mucho más incisivo, tratando de anticiparse a los tiros de Del Potro, que quedaban cortos o flotados. De hecho, pasó de subir 4 veces a volear en el primer parcial a hacerlo en 13 oportunidades en el segundo. Del Potro contó con una gran chance: con el escocés sacando 4-4, tuvo un break point que, de ganarlo, le habría permitido servir 5-4 para el set. Pero Murray salvó ese momento en forma mágica, haciendo saque y red. En el 12° game, Murray aprovechó un momento de incertidumbre de Del Potro y le quebró el saque, para imponerse 7-5. Del Potro terminó muy molesto y se quejó con el árbitro general del match, Stefan Fransson, porque el público festejó antes de que el punto finalizara.
A tenistas de la categoría de Murray no se les pueden dar ventajas. En un abrir y cerrar de ojos alteran la situación. Durante el tercer parcial, Del Potro tuvo un set point, sacando. Pero el escapista británico se despojó del problema, le quebró el saque al argentino y luego ganó su servicio en cero. Luego, cerró el tercer set en el tie-break 7-6 (7-5).
En una fenomenal muestra de carácter por el golpe anímico que había significado desperdiciar un set point en el parcial anterior y caer, Del Potro ganó 6-3 el cuarto set. Le quebró el saque a Murray en el cuarto game, adelantándose 4-1 y nunca más soltó las riendas. Hasta se dio el lujo de ganar un punto haciendo una Gran Willy que Murray devolvió a la red.
El set decisivo estuvo a la altura de la batalla. Del Potro le rompió el saque a Murray en el séptimo game, con un passing de derecha a la carrera extraordinario y se adelantó 4-3. La Torre de Tandil contó con un primer match point cuando Murray sacaba 3-5, pero éste zafó con un ace (el número 35). Pero sin dudar, Del Potro no desaprovechó su servicio y le puso un moño a su obra maestra con un ace (el 19°), y hacer añicos la imbatibilidad que tenía Murray jugando la Davis en su casa (19 partidos). Inolvidable. Milagroso. Épico. Sin una pizca de exageración.
LA NACION