“El futuro de la Argentina debe pasar por el uso del conocimiento”

“El futuro de la Argentina debe pasar por el uso del conocimiento”

Por Gabriela Ensinck
Doctor en Física Nuclear, ex presidente de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, jurado del premio Konex en Ciencia, docente, investigador y emprendedor, Mario Mariscotti abre las puertas de su casa con sencillez y entusiasmo para hacer un balance del estado de la Ciencia en la Argentina del Bicentenario. Pergaminos no le faltan.
Se doctoró en Física Nuclear por la Universidad de Buenos Aires en 1967, fue investigador pionero en la Comisión Nacional de Energía Atómica, profesor en prestigiosas universidades del país y del exterior, creador de un método y una empresa de Tomografía de Hormigón Armado, pero sobre todo, un apasionado por el conocimiento y su divulgación. En la charla con 3Días, analiza los logros y cuentas pendientes de la Ciencia argentina, y destaca la necesidad de una política de desarrollo tecnológico autónomo.
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¿Qué se logró y qué falta hacer en materia de Ciencia en estos 200 años de independencia?
– Tuvimos avances importantes y retrocesos desafortunados. Entre los logros, durante la década de 1880, bajo la presidencia de Sarmiento, se creó el observatorio astronómico de Córdoba. En 1906, por iniciativa de Joaquín V. González, se creó el instituto de Física en La Plata. Allí se formaron Héctor Isnardi y Enrique Gaviola, fundadores de la Asociación Física y precursores de lo que hoy es la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), que en la década del 50 desarrollaron el primer reactor nuclear en el país.

¿Qué hay de cierto en la vinculación del desarrollo nuclear argentino con los científicos nazis?
– Como escribí en mi libro El Secreto de Huemul , se trató de un proyecto fantasioso que le vendió un científico alemán a Perón. Sin embargo, eso dio lugar a la formación de un comité evaluador con destacados físicos, con Antonio Balseiro a la cabeza, que reencauzaron el proyecto.

¿Cómo contribuyó el desarrollo nuclear a la independencia tecnológica?
– La CNEA hizo grandes aportes a la soberanía tecnológica. Bajo la tutela de Jorge Sábato, se tomó la decisión de construir el RA1, primer reactor argentino, que se inauguró en 1958. Con la energía nuclear se introdujo el concepto de calidad total en la industria local. Después vino el desarrollo de todo el ciclo de combustible, incluyendo el uranio enriquecido. Por eso me da pena que estemos planteando que las próximas centrales van a ser construidas por chinos y rusos, cuando desde la Academia de Ciencias sostenemos que Argentina tiene las capacidades para hacerlo por sí misma. El tema es que los chinos lo hacen más barato y vienen con financiación. Pero mejor sería conseguir una financiación abierta y hacerlo nosotros.

La Argentina es el único país de Sudamérica que tuvo tres premios Nobel en Ciencias duras. ¿A qué lo adjudica?
– Ciertamente, Houssay, Leloir y Milstein, se formaron aquí. Argentina tuvo una tradición de calidad y libertad en la enseñanza de las ciencias, que hizo que surgieran científicos destacados, y que vinieran investigadores y académicos del exterior a radicarse aquí, sobre todo en las décadas del 30 al 50. Pero gran parte de esos avances se echaron a perder en 1966, con la Noche de los Bastones Largos, uno de los acontecimientos más desafortunados de nuestra historia.

¿Cómo lo vivió en lo personal?
– Yo era docente de Física en la UBA, pero estaba en Estados Unidos con una beca. Al enterarme mandé mi renuncia, como lo hizo la mayoría de mis colegas. Eso demoró mi regreso al país, porque me había quedado sin trabajo. En el 71, al abrirse nuevos concursos, regresé. Pero me echaron en el 74, y me fui al exterior. A la vuelta ingresé a la CNEA. Recién en el 88 volví a la facultad.

¿Qué pasó con la Ciencia durante el proceso?
– Los años ‘76 y ‘77 fueron terribles. Tuve muchos colegas y alumnos desaparecidos. Era un contraste tremendo. Estábamos en dictadura, construyendo el acelerador de iones pesados -una suerte de “linterna gigante” para ver núcleos atómicos- Tandar, el más grande de América del Sur. Nos decían que estábamos locos, apostar a la ciencia con semejante incertidumbre política. La continuidad se la debemos al almirante Carlos Castro Madero. Un hombre con claroscuros, porque fue parte de una dictadura nefasta, pero al mismo tiempo un impulsor del desarrollo tecnológico.

¿Hubo continuidad en la política de ciencia y tecnología con la democracia?
– Hubo altibajos. Por un lado, las persecuciones políticas e ideológicas a los científicos cesaron. Pero hubo momentos muy difíciles con escaso apoyo y presupuesto, y muchos científicos se fueron por falta de oportunidades… Si hablamos de los últimos quince años, tuvimos afortunadamente una continuidad. El ministerio de Ciencia y Tecnología es un caso paradigmático. Y hoy tenemos empresas de clase mundial como la rionegrina Invap, que produce desde satélites hasta aerogeneradores y reactores nucleares.

¿Cuáles son las disciplinas científicas con mayor proyección, a las que Argentina debería apuntar?
– Las ciencias básicas, y las nuevas disciplinas: Biotecnología, Nanotecnología, TICs (Tecnologías de la Información y las Comunicaciones). Hoy existe un plan de desarrollo a 20 años en estas áreas, y eso es muy importante.

Pero faltan egresados de carreras en Ciencias…
– Es cierto. Hay que duplicar la cantidad de científicos e investigadores, y para esto hay que crear más vocaciones científicas. Hoy la educación es deficiente, pero los egresados de Ciencias son muy buenos. Hace falta formar más recursos humanos con capacidades científico tecnológicas.

¿Cuáles son las áreas pendientes en cuanto al desarrollo tecnológico?
– Una gran deuda es la investigación de nuestro océano. La plataforma submarina Argentina duplica a la continental. Hoy Argentina contribuye con menos del 0,5% de la producción mundial de investigación del océano, lo que coincide con la proporción de científicos dedicados al tema. El programa Pampa Azul, lanzado hace dos años por el Ministerio de Ciencia, eleva al 5% su contribución a los estudios oceanográficos en 20 años. Para esto hay que multiplicar por 10 la cantidad de investigadores.

¿Cómo decidió ser físico?
– Yo quería ser corredor de autos. A mi hermano y a mí nos gustaban la mecánica y las tuercas. Por eso me anoté en la facultad de Ingeniería de la UBA. Hice un año y me cambié a Física. Fue un escándalo. Mis padres me preguntaban de qué iba a trabajar. Finalmente en el laboratorio de Exactas desarrollé el primer método de análisis de espectros nucleares que hoy se conoce como método Mariscotti Peak Search.

¿Y cómo pasó de la investigación al mostrador de su propia empresa?
– Es una historia interesante… que jamás imaginé. Resulta que cuando renuncié a la CONEA, en 1988, me fui a trabajar a la empresa de telefonía de un amigo … Un día, un capataz de esa empresa me dijo que había colocado unos caños que debían estar cubiertos por hormigón y le parecía que el trabajo no estaba bien hecho. Pero, ¿cómo saberlo sin romper todo para mirar? Yo estaba muy familiarizado con los rayos gamma, y decidí experimentar. Hice una especie de radiografía del hormigón y comprobé que el trabajo estaba mal hecho. Después llegó la tomografía, que además permite ver el grosor, tamaño y estado de las columnas de acero al interior del hormigón. Así nació Thasa (Tomografía del Hormigón Armado S.A), creada con ensayos y errores… casi me fundo, pero aprendí.

¿Cómo se imagina al país en el futuro, en los próximos 200 años?
– El futuro de la Argentina pasa por el uso del conocimiento. Porque si sólo nos ocupamos de explotar nuestros recursos naturales y producir materias primas, nunca alcanzaremos el desarrollo. Necesitamos producir valor agregado, pero a mí me gusta hablar de conocimiento agregado. Esto implica, tener conocimiento para poder desarrollar tecnologías propias, o adaptar y mejorar aquellas que vienen de afuera, para aplicarlas en la mejora de la calidad de vida de las personas. Para esto, se necesita una política científico tecnológica coherente y una mejora en la calidad educativa.
EL CRONISTA