17 Sep La Rioja, paisajes que cuentan historias
Los destinos para conocer en el noroeste de la provincia de La Rioja se organizan en tres rutas que conectan los principales centros turísticos. La vía 76 recorre gran parte del Corredor del Bermejo, donde se encuentran los parques El Chiflón y Talampaya; llega hasta el Paso Pircas Negras, que cruza a Chile. El corredor conocido como De la Producción, por las rutas 74 y 78, incluye en su recorrido las ciudades de Famatina y Chilecito; mientras que por la mítica Ruta 40 se alcanza la Cuesta del Miranda y pueblitos como San Blas de los Sauces.
En el camino, se descubren tesoros arqueológicos de los habitantes originarios, la memoria religiosa de la época de la colonia y los paisajes singulares a los pies las sierras: los ríos secos que son como caminos, las rocas milenarias erosionadas, los valles fértiles entre rocas y montañas.
1. Circuito religioso
En las afueras de la capital de La Rioja, las sierras lucen verdes de brotes nuevos, consecuencia de un atípico otoño lluvioso. Bajo un cielo encapotado de nubes, los cardones dibujan rectas verticales en los cerros. Como palotes suspendidos en altura, se destacan entre los arbustos acorralados por la niebla. Los ojos enseguida se acostumbran a reconocer sus formas. Como el suelo colorado, las formaciones rocosas y los cauces secos de los ríos, los cardones son parte del paisaje característico de la provincia.
La ciudad -que recibe al viajero aéreo con una estatua de diez metros de altura del caudillo Chacho Peñaloza,- es centro de atracción para el turismo religioso. Al pie de la Sierras de Velasco, sobre la Ruta Nacional Nº 75, a 7 km de la ciudad, Las Padercitas es el templo que albergó a San Francisco Solano; allí están los restos de un fuerte que protegió a los españoles del ataque de los diaguitas. Declarado Monumento Histórico Nacional en 1942, Las Padercitas recibe a los peregrinos cada tercer domingo de agosto.
En el centro de la ciudad, a metros de la plaza principal 25 de Mayo, se encuentra el Templo y Convento Santo Domingo, una iglesia de 1623, -con portones de madera tallada- que guarda la memoria de los dominicos, presentes en la provincia desde 1553. A pocas cuadras de la Catedral, en la Iglesia San Francisco, se recuerda el naranjo histórico del evangelizador San Francisco Solano, mientras se exhibe la imagen del Niño Alcalde en el “Encuentro de Dios con el Pueblo” o Tinkunaco. Son algunos de los altos de un recorrido religioso que continúa saliendo de la ciudad, por las iglesias junto a las vías del ferrocarril, en la denominada costa riojana, y las capillas en los alrededores de Chilecito.
2. Ruinas de Hualco
Todas las tardes, entre las cuatro y las cinco, Juancito Chacona conduce a sus cabras de vuelta al rancho por la Quebrada de Hualco, cerca de San Blas de los Sauces. Los animales buscan pastura tierna y mordisquean los cardones en la Reserva Cultural Sitio Arqueológico de Hualco.
Es a 1200 metros, la misma altura que suben a pie los visitantes de este atractivo en San Blas de Los Sauces. La subida, aunque poco empinada, en su primer tramo deja sin aliento, una sensación pasajera hasta que el cuerpo se aclimata a la altura. Después, es todo disfrute: hacia la izquierda la vista de la quebrada y sus formas rocosas; al frente, el valle y los álamos a la vera del río Los Sauces; y a la derecha los rectángulos perfectos de los viñedos y cultivos de pistacho.
Aquí, muy cerca de Scharqui, habitó la comunidad hualco, descendiente de los Aguada hace mil años. Las ruinas están compuestas de cincuenta recintos: viviendas, depósitos de alimentos, una plaza ceremonial, un anfiteatro y un pucará, fortificación defensiva de nombre quechua. Como parte de la visita, guiada por Flavio Yapura, se encuentran morteros realizados en la piedra, de los cuales se presume su utilización para el estudio de la astronomía, además de la molienda de cereales.
Las piezas de alfarería de la cultura hualco, realizadas en cerámica policromática, se exhiben en el centro de interpretación que está en la base de acceso a las ruinas. También se pueden apreciar imágenes de colgantes con figuras humanas, tallados en malaquita, y estatuillas modeladas en arcilla hallados en el sitio. La reserva está ubicada al noroeste de la provincia de La Rioja, en un departamento conformado por una serie de localidades unidas por la ruta 40. Al pie de las Sierras de Velasco, junto al valle, corre el río Los Sauces de sur a norte, un cauce que se acrecienta con las lluvias estivales. La zona conocida por los españoles como “Valle Vicioso”, por la posibilidad de cultivos y la presencia de agua, es un oasis entre las rocas coloradas.
3. Jardín Botánico en Chilecito
En el centro de la provincia, el valle Antinaco-Los Colorados está entre los cordones montañosos de Velasco y Famatina. Plantaciones de olivares y viñedos reciben al turista en su ingreso a la ciudad de Chilecito, la segunda ciudad más importante de La Rioja.
La antigua mina La Mejicana, el Museo del Cablecarril y las estaciones de ese medio de transporte de oro y plata del yacimiento, el mirador Portezuelo y las ruinas incas de Tambería son atractivos insoslayables.
Las nubes de la mañana, se disipan al mediodía, cuando el sol proyecta su luz cenital sobre los cactus del Jardín Botánico Chirau-Mita emplazado en la sierra del Paimán. El vivero, -cuyo nombre quiere decir primavera, en quechua- tiene plantadas 1200 especies de cactáceas de América de Sur, América del Norte y África. La coleccionista es la docente Patricia Carod, quien hace más de 20 años comenzó a estudiar las suculentas, plantas consideradas sagradas para las culturas americanas.
El diseño del jardín imita las plantaciones aterrazadas incaicas en once niveles, en los cuales se distribuyen los cactus de distintos géneros; entre ellos opuntia, aloe y melocactus. Recorrer cada sendero es una invitación a descubrir y aprender algo más sobre estas plantas espinosas. Carod se apasiona por el “magnífico poder de adaptación” de estas plantas. En especial de algunas muy raras que tiene el orgullo de cultivar, especies exóticas como el cactus Raimondia (de México y Bolivia) y el Welwitschia mirabilis del desierto de Namibia. La forma de cultivo permite que el sustrato absorba el calor de la pirca frontal, un proceso que produce un efecto invernadero y se realiza durante la noche.
Cuando Carod comenzó con este emprendimiento familiar, los cactus “eran una especie despreciada, pero en los últimos años esto fue cambiando, se percibe mayor interés por estas plantas” comenta la coleccionista, quien estuvo a cargo del paisajismo del Parque de la Ciudad en la capital riojana. El Jardín Botánico cuenta, además, con vitrinas de exhibición de piezas de las culturas Ayampitin, Condorhuasi, Aguada, Diaguita y Belén.
4. Cuesta de Miranda y Parque Nacional Talampaya
En el recorrido por la ruta 40 desde Chilecito hacia Villa Unión sorprende el Cordón de Famatina con sus picos nevados. El sol del atardecer pinta de dorado el blanco de la nieve que contrasta con los colores verdes, ocres y rojizos de la cadena montañosa. El camino cruza varios puentes sobre el río Miranda, un hilo de agua que en algunos tramos serpentea junto a la ruta. La Cuesta del Miranda son 12 kilómetros de curvas, bordeando las laderas, haciendo abismo en las cornisas y descansando en los miradores. El asfalto brilla por nuevo, signo de la intervención del hombre en las alturas, del mismo modo que el pequeño caserío de Miranda, los santuarios ruteros y la presencia de cabritos que beben a la vera del río. A medida que se asciende, bajan el sol y la temperatura. Desde el Mirador Bordo Atravesado, a 2.040 msnm se contempla una profunda quebrada, mientras las sombras van tiñendo de oscuro el paisaje montañoso. Este es el punto más alto en el que está permitido detener el vehículo.
Siguiendo por la Ruta 40 -en dirección a Guandacol- se llega a la Ruta Nacional 76, vía que permite acceder al Parque Nacional Talampaya. Su nombre significa “río seco del tala” en la lengua kakán de los diaguitas y calchaquíes. Describe los ríos que se cargan solo por unas horas con las lluvias torrenciales de verano; el resto del año esos surcos se utilizan como caminos. El parque ocupa 215 mil hectáreas; se distingue por sus formas rocosas caprichosas emergidas de las profundidades de la tierra luego de millones de años.
En ellas, los científicos leen la historia geológica del planeta, así como descubren las culturas humanas que habitaron la zona hace 1000 años. Los paredones rojizos del Cañón de Talampaya fueron tallados por los movimientos sedimentarios, el viento y el tiempo; se pueden recorrer en vehículo, caminata o bicicleta en distintos circuitos organizados. Los viajeros en general se alojan en Pagancillo, a 30 km o Villa Unión, ubicada a 59 km.
5. Parque Provincial El Chiflón
Hugo Molina, guía del Parque Provincial El Chiflón, recuerda que cuando era chico, alguno de los días de Semana Santa subía con su familia a la montaña para que su madre y abuela recolectasen plantas con propiedades curativas. Incayuyo para contribuir a la digestión, salvia blanca para el resfrío, jarilla como desinfectante y relajante muscular. Son estas especies vegetales las se revelan con ayuda del guía durante una caminata de 3 kilómetros por el farallón grande de El Chiflón.
A poco de comenzar el ascenso, Molina señala en las rocas blandas de arenisca imágenes de círculos grabados, vestigios de los nómades Aguada. También se encuentran morteros, de los cuales se cuentan unos 350 en esta zona.
La geografía del parque forma parte de la cuenca geológica Talampaya Ischigualasto, cuyos sedimentos triásicos y terciarios quedaron al descubierto cuando se elevó la cordillera de los Andes. Es por esta razón que en el recorrido entre las geoformas se encuentran, por ejemplo, araucarias y helechos fosilizados.
Al llegar al filo, la vista se abre y queda al descubierto el paisaje a ambos lados de la ruta nacional 150 -por la cual se accede al parque-, las serranías de los alrededores, y principalmente los paredones a ambos lados de un ancho cañón. Las grandes atracciones son las formaciones rocosas como El Hongo y La Isla, tal el nombre que recibieron de los pobladores locales.
Tanto durante el ascenso como en el descenso, el suelo está poblado de canto rodado, rocas bañadas de barniz del desierto y piedras teñidas por óxido de hierro y sulfato de cobre, una combinación que aporta colorido al sendero árido. En un momento de la caminata, bajo el sol de la media mañana, en el cielo planean dos cóndores realizando círculos sobre el parque.
El turista puede recorrer El Chiflón en su propio vehículo hasta la tercera estación, acompañado de un guía. El recorrido incluye el sitio de los morteros comunitarios, las geoformas y las plantas fósiles. Luego se desciende del automóvil para realizar una caminata de 800 metros por el cañón.
CLARIN