La pérdida real de una amistad virtual

La pérdida real de una amistad virtual

Por Marcelo A. Moreno
Existe la amistad virtual, existe el afecto virtual, existe el respeto virtual, existe la amabilidad virtual y existe el dolor virtual. O, bastante mejor y preciso, a través de una relación puramente virtual, se puede experimentar una catarata de emociones por completo reales.
Desde el 2007 mantengo actualizado un blog –“Antilógicas”– bastante escondido en Clarín.com., hasta tal punto que hoy resulta más fácil acceder a él a través de Google.
En algún tramo del 2009, apareció una tal Demeter a hacer comentarios sobre obras de arte que acostumbro a publicar. Se revelaba como una experta en el tema.
Fueron sus aportes sistemáticos y tan interesantes los que me fueron llevando a la idea de que el blog era de autoría conjunta, ya que los comentarios (más las imágenes y grabaciones que muchas veces los acompañan) de los que llamé combloguers, resultan tan o más valiosos que mis entradas.
No tardé en saber, porque empezó a firmar con su verdadero nombre y porque comenzamos a mantener una correspondencia privada vía mail, que Demeter era Ebe Cané, una poetisa rosarina exiliada en Estados Unidos.
Ese intercambio, con altibajos, se mantuvo hasta el 25 de septiembre, en un mail en el que escribió tres palabras: “Sigo muy mal”. Mis contestaciones no tuvieron respuesta. El 1º de octubre Ebe murió en el Estado de Nueva York.

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Hace un año y medio o dos o quizá más –soy malo para las fechas–, Ebe me había escrito diciéndome que le habían descubierto un cáncer incurable. Y que iba a pensar si se sometía a tratamientos para lograr una sobrevida o no. Lúcida, sin engañarse, decidió pelear contra lo imposible. Por eso la noticia no fue ninguna sorpresa. Lo cual no mitiga el dolor. Ni la amargura de recibir sus últimos mails, estoicos, dignos, pero desesperados.
Ebe se tuvo que ir del país, por decisión de su esposo, el doctor Cané, luego de que en los años 70 entusiastas miembros de “la juventud maravillosa”, acribillaran al hermano de ella, que era ejecutivo en una fábrica.
Por lo cual, Ebe crió a sus cuatro hijos y también a sus varios nietos muy amorosamente en una granja, o algo así, cercana a Nueva York. Allí también enviudó.
Con el tiempo, por la periodicidad e intensidad de las comunicaciones, nuestra relación fue tomando la forma de una amistad. Como todas las amistades, tuvo sus idas y vueltas. Ebe me agradeció mucho que la ayudara a publicar un libro en la Argentina.
El mayor escollo, creo, es que en varias ocasiones ella trató de romper la virtualidad de ese vínculo. Como me ha pasado en otras ocasiones, no quise. Esto la enojó un poco, pero lo pudimos recomponer.
Su mayor indignación se desencadenó el año pasado, cuando pasé por Nueva York y no fui a visitarla. En realidad, ni se me pasó por la cabeza caerle de sopetón a una persona que estaba muy enferma y que, encima, ni conocía personalmente.
Nunca más recibiré sus comentarios para “Antilógicas” y sus mails, tan virtuales. La herida, por completo real, no cerrará.
CLARIN