29 Aug La ventaja anímica de ser anfitriones de los Juegos Olímpicos
Por Tim Harford
Los Juegos Olímpicos de Río concluyeron este fin de semana. ¿Valieron la pena? Económicamente, definitivamente no; tal y como lo escribí en junio, las ciudades anfitrionas tienden a pagar generosamente por el privilegio de albergar los Juegos Olímpicos, y reciben limitados beneficios en términos de infraestructura y de reputación.
Pero no todos los gastos necesitan resultar en algún beneficio. Muchos de nosotros acabamos de regresar de nuestras vacaciones, sin preocupación alguna de si eran financieramente rentables. Si las vacaciones fueron relajantes, interesantes o divertidas, eso es más que suficiente. Quizá la ciudad de Río pudiera justificar el gasto de ser anfitriona de los Juegos Olímpicos de una manera similar.
No es un concepto tan descabellado; una encuesta de opinión llevada a cabo por el periódico The Guardian durante los últimos días de los Juegos Olímpicos de Londres reveló que una clara mayoría de los británicos consideraba que el “precio” que se había pagado por ser anfitrión de las Olimpiadas había “valido la pena”. Pero, ¿los encuestados realmente comprendían lo que implicaba el precio? (Fue de alrededor de £150 por cada residente británico). Y ¿hubieran tenido una opinión diferente si se les hubiera hecho la pregunta unos meses más tarde?
Un nuevo trabajo de investigación profundiza aún más sobre el tema, aplicando la ciencia de la felicidad a la cuestión de si los Juegos Olímpicos de Londres incrementaron el bienestar de los londinenses. Los ocho economistas responsables del trabajo “¿El anfitrión perfecto?”. Los efectos de los Juegos Olímpicos sobre la felicidad” comenzaron con el obvio método de encuestar a los londinenses durante el evento de 2012 para averiguar si se estaban divirtiendo. Y sí se estaban divirtiendo.
Por sí solo, eso no representa una verdadera prueba ya que es probable que la gente se estuviera divirtiendo de todos modos: los Juegos Olímpicos se celebran durante la temporada de verano, cuando el sol tiende a brillar y las personas están de vacaciones. Por esta razón, los investigadores trataron de corregir estadísticamente los sesgos de factores tales como el clima. Los investigadores de la felicidad han sabido por mucho tiempo que un poco de lluvia es suficiente no sólo para deteriorar el estado de ánimo, sino también para desencadenar una sombría reevaluación de toda la trayectoria de vida. Un poco de sol hace que todo sea mejor.
Aparte de corregir el sesgo relacionado con el clima y con otros factores, los investigadores de la felicidad hicieron algunas comparaciones importantes. Ellos compararon los sentimientos de los londinenses con los de los residentes de otras dos grandes ciudades europeas, Berlín y París. Berlín pudiera considerarse como un observador neutral, no habiéndose postulado para albergar unos Juegos Olímpicos desde la década de los años 1990. Los parisinos pudieran compararse con los londinenses de forma más drástica; después de haber perdido ante Londres para servir de sede de los Juegos Olímpicos de 2012 y ante Beijing cuatro años antes, se pudiera perdonar a los parisinos por ser malos perdedores, o tal vez los parisinos se sintieron aliviados de haberse librado de la molestia. Y los investigadores se dirigieron por primera vez a los encuestados durante el verano de 2011, repitieron la encuesta con los mismos sujetos durante el verano de 2012, y de nuevo en 2013.
Aunque sería gratificante reportar un resultado sorprendente y contraintuitivo, la principal conclusión del trabajo básicamente revela lo que se hubiera podido anticipar: los londinenses realmente disfrutaron ser los anfitriones de los Juegos Olímpicos, pero el entusiasmo duró poco. Durante los Juegos Olímpicos – en comparación con Berlín y con París, y también en relación con el mismo período de tiempo durante los años 2011 y 2013 – los londinenses se sentían más satisfechos con su vida, aunque también más ansiosos. Después de las Olimpiadas, los sentimientos de satisfacción con su vida disminuyeron, y los londinenses se volvieron más propensos a sentir que sus actividades cotidianas valían menos la pena.
Esto tiene sentido: los londinenses se sintieron orgullosos de albergar unos exitosos Juegos Olímpicos, ligeramente nerviosos de que algo pudiera salir mal, dentro o fuera de la pista, y al final tuvieron que volver a la normalidad. En resumen, los Juegos Olímpicos no se diferenciaron mucho de cualquier otro festejo que después nos deja recuperándonos de una borrachera.
Los hallazgos son más ampliamente consistentes con el desarrollo de la ciencia de la “happynomics”, o la economía de la felicidad, que ha tendido a producir ideas que son interesantes pero, a menudo, escasamente sorprendentes: el dinero tiende a comprar la felicidad, pero la buena salud y las buenas relaciones son más importantes; el desempleo es una experiencia miserable; a la gente no le gusta trasladarse de un lugar a otro diariamente, pero sí disfrutan el almorzar y el tener relaciones sexuales.
Sin embargo, el campo de “happynomics” es prometedor. Consideremos la provisión de bienes tales como los sistemas de trenes ligeros o los parques de recreo comunitarios. Un sistema de libre mercado no es el idóneo para suministrar tales bienes; pero si se deja a la merced de los gobiernos, es difícil tener mucha confianza en que el dinero público esté siendo bien gastado. Evidentemente a la gente le gusta que sus hijos puedan jugar con seguridad, y que los recorridos entre la casa y el trabajo sean breves y confiables, pero ¿cuánto le gustan? Las meticulosas encuestas del bienestar son una herramienta importante para determinar la manera más sabia de gastar el dinero público.
Algunos filósofos nos dicen que nada en la vida es valioso a menos que agregue algo a la felicidad humana. Tal vez sí, y tal vez no. Pero algunos proyectos no pueden evaluarse como buenos o malos a menos de que nos preguntemos, detenidamente, si nos han hecho más felices. Los Juegos Olímpicos son sólo el ejemplo más prominente.
EL CRONISTA/FINANCIAL TIMES