23 Aug ¿Cuál es el espíritu deportivo que más nos gusta?
Por Laura Reina
“Brasilero, brasilero, qué amargado se te ve. Maradona es más grande que Pelé.” Los cánticos bajaban desde las plateas como si la Argentina enfrentara a Brasil en el Maracaná. Pero ni el rival en cancha era Brasil ni el deporte por el que habían pagado la entrada era fútbol. Promediaba el debut de la selección argentina de básquet en los Juegos de Río 2016 y la tribuna festejaba un claro triunfo contra Nigeria, pero sobre todo aprovechaba para insultar al país anfitrión. Parasorpresa de muchos, los jugadores argentinos salieron a cruzar a los hinchas y le pusieron una tapa -un tapón- a esa muestra de pasión desmedida. “Me pareció de mal gusto. Festejar siete goles que pasaron hace dos años, en un deporte que ni siquiera es el que estamos jugando es una tontería”, sentenció Luis Scola. Manu Ginóbili y Andrés Nocioni se encolumnaron detrás de él, mostrando la necesidad de preservar esos valores deportivos -solidaridad, el equipo por sobre las individualidades, etcétera- que distinguen a esos deportes y que en el fútbol aparecen cada vez menos.
Si bien el fútbol, ese que supo darle a la Argentina dos medallas doradas en Atenas 2004 y Pekín 2008, esta vez se fue en primera ronda, su espíritu quedó flotando en el cálido ambiente de Río e hizo más grandes las diferencias de criterio con el resto de los deportes de equipo. Esta vez el fuerte interés que despertaron los Juegos Olímpicos, dejó al descubierto como nunca antes “la interna” entre el básquet, el vóley y el hockey, que cosecharon elogios y hasta una medalla dorada, con el fútbol que parece desvanecerse en una crisis sin precedentes.
El mensaje bajado de la gente del básquet dejó al descubierto una grieta -una más- entre los argentinos. No es casual que ellos sean los voceros de este descontento. Son los únicos que tienen la espalda suficiente para hacerlo. Esta interna, que nos atraviesa a un nivel mucho más profundo que el ámbito deportivo, muestra las contradicciones que habitan en nuestro ser nacional. Por un lado, disfrutamos y nos emocionamos con la entrega y el sacrificio de los deportistas y nos enamoramos de ese espíritu solidario, pero como hinchas exigimos que “pongan huevos” y se gane sin importar los medios o elegimos cantar en contra del rival en lugar de alentar en favor del equipo nacional.
“El hincha argentino en general tiene un espíritu reivindicatorio que toma del fútbol. Es el deporte más popular, el que genera más eco, más identificación. La hinchada tiene un efecto muy fuerte sobre los deportistas: la famosa transferencia en psicoanálisis, esos vínculos primarios que se establecen con los demás, sirven de estímulo bajo la forma del «aguante» de la hinchada. A muchos les genera un plus pero si hay cantos agresivos puede provocar molestias, como las que manifestaron los jugadores de básquet -sostiene Ricardo Rubinstein, psicoanalista, director de la consultora SportMind y autor del libro Deportes al diván-. Con esas actitudes, que pueden influir directamente en el juego, se pasa de espectador a actor. No estoy ahí sólo mirando, sino participando. Ser partícipe es algo que está muy presente en el fútbol que vemos que se está trasladando a otras disciplinas.”
En línea con este pensamiento, Gustavo Lombardi, ex jugador de fútbol de la Selección y actual comentarista deportivo, sostiene: “El fútbol es el único deporte donde los que están afuera observando el partido son tan protagonistas como los que están adentro disputándolo -analiza-. El hincha de fútbol ha ido ganado terreno y hasta se ha creído que es más importante que los jugadores. No en vano en Boca la hinchada es «La 12». Ese lugar privilegiado se lo ha ido dando el dirigente y los medios de comunicación y el jugador lo dejó avanzar, nunca defendió su lugar. Es tanto el poder que tiene hoy que es capaz, con sus actitudes, de parar un partido cuando no está de acuerdo con un fallo arbitral o un resultado. Me parece que con sus declaraciones, los jugadores de básquet están mandando el mensaje «los protagonistas somos nosotros, ustedes son sólo espectadores. No nos van a manejar el partido» “.
Por eso Manu Ginóbili, el representante por excelencia de la generación dorada, ésa que se colgó la medalla de oro en Atenas 2004, se quejó de los hinchas que cantaban exigiendo “que pongan huevos”. “Nos enloquecimos por nuestro afán de ganarlo con coraje y eso nos pasa habitualmente en nuestro país, porque creemos que todo se gana con huevos. En realidad se gana jugando bien, y después agregándole huevos y coraje”, dijo luego de la derrota con Lituania, en un intento más por desmarcarse de la idiosincrasia futbolera que atraviesa nuestra identidad toda.
¿Qué pasaría si esas palabras llenas de sentido común, hubieran sido soltadas, digamos, por Lionel Messi? “Muchos lo hubieran matado -dice Lombardi-. Sucede que al equipararse hinchas con jugadores, al futbolista se le ha ido perdiendo el respeto. Es un par al que se lo puede insultar y decir cualquier cosa. Nadie salió a criticar a Ginóbili, pero si eso lo hubiera dicho un jugador de fútbol se lo hubiera acusado, como mínimo, de pecho frío”.
Para Rubinstein, el espíritu reivindicativo que da el deporte “vamos a demostrarle al otro cuánto valemos” proviene de nuestra imposibilidad como sociedad de afirmarnos en un lugar de potencia estable. “Sin duda, los argentinos funcionamos más como punto que como banca, cuando no vamos como favoritos rendimos mejor -plantea el psicoanalista-. Quedó demostrado con el hockey: Los Leones iban como punto y se colgaron la medalla de oro; Las Leonas fueron como candidatas y no se llevaron nada. Al argentino le cuesta ocupar ese lugar de favoritismo, no sabe manejar la presión. Le faltan herramientas para manejar esa situación. Hoy en día lo que define es lo anímico, es lo que le da un plus. Pero se gana con la lucidez, con la inteligencia.”
Lucidez es la palabra clave que eligió Julio Velasco, el técnico del seleccionado de vóley masculino, para explicar la derrota de su equipo frente a los polacos, la única en primera rueda: “Nosotros perdimos lucidez, debemos preguntarnos por qué la perdimos, no era un problema motivacional”, aclara el DT en un país donde se condena a quien “no transpira la camiseta” o “no pone lo que hay que poner.”
Acaso de todos los técnicos el que mostró más espíritu futbolero es Carlos “Chapa” Retegui, el padre de esa criatura llamada Leones que se consagró campeona olímpica. Después de vapulear a Alemania, el bicampeón olímpico en semifinales, el DT bajó un mensaje claro a sus jugadores, por si se les ocurría conformarse con haber llegado hasta ahí: “La medalla de plata se la dan a los que pierden”, dijo ante la consulta de si se conformaba con lo que había logrado hasta ahí. Toda una definición bilardista, de esas que marcan a fuego el espíritu competitivo de un deportista. Parece que el famoso culto al triunfo que está tan presente en el fútbol -salir segundo, más que un reconocimiento, es un castigo, algo que quedó expuesto con la selección mayor, que logró tres finales seguidas y perdió las tres- empezó a colarse de a poquito en el resto de las disciplinas de conjunto.
De halcones y palomas
En su libro Deportes al diván Rubinstein destaca que el deporte nos da la posibilidad de “descargar tensiones y liberar de un modo socialmente aceptable una buena dosis de agresividad.” Esa agresividad que el deportista utiliza para liberar las pulsiones, de modo sublimado, se ha trasladado a la tribuna. Sea un partido por la final de la Copa Libertadores o un amistoso jugado en una canchita de baby fútbol. Por eso esta altura ya no llama la atención que en las entradas emitidas por la Federación de Fútbol Infantil (Fefutin) para ir a ver los partidos de chicos de hasta 12 años se inscriba la leyenda: “Competencia, tómese como motivación, no como presión”.
“Las suculentas sumas de dinero destinadas a los gladiadores del deporte negocio y el deporte espectáculo, el reconocimiento social concomitante, la incidencia de los medios en ese juego de negocio e intereses, llevaron a que el predominio de lo lúdico y la evasión se fueran trastocando en hipercompetencia y resultadismo -sostiene Rubinstein-.Todo vale para ganar. Sólo vale ganar. Se hace rico y famoso el que gana. Y muchas familias seducidas por este moderno canto de sirena se anotaron y con ellos a sus hijos en una carrera a la que muy pocos han tenido cuerda para llegar hasta el final”, analiza el director de SportMind.
Por eso el fútbol, que es casi el único que da reconocimiento social y bienestar económico, al menos en la Argentina, es donde se da con mayor claridad la exacerbación de estas características y se desdibujan los valores deportivos que siguen presentes en los demás deportes de conjunto, donde el factor económico no influye tanto. Allí el carácter lúdico y evasivo de la práctica deportiva a los que alude Rubinstein predominan por sobre los de “salvarse” jugando al fútbol.
“Las metas propuestas de éxito, salvación económica, figuración social son terreno fértil para que aniden y se exacerben patologías del narcisismo. Nuestra posibilidad de entender estos procesos e intentar contener, esclarecer y modificar los retoños fanáticos enmascarados detrás de estas situaciones. Es un trabajo preventivo grupal e individual con los jugadores, grupos de padres y entrenadores”, apunta el psicoanalista.
Lo cierto es que futbolización de los Juegos lanzó un alerta al resto de las disciplinas que ven, algunas con espanto y otras con cierta resignación, un efecto contagio para nada deseado. Por eso mismo, han marcado como nunca antes esa distancia con el deporte que nos ha hecho mundialmente conocidos. Para bien. Y para mal, también.
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