17 Aug Adiós a Havelange, el inventor del fútbol como negocio personal
Por Daniel Lagares
A los 100 años y 100 días, Joao Havelange partió hacia el lugar del que no hay retorno. Lo lloran sus familiares y los dirigentes hacen malabarismos para despedirlo con respeto pero sin elogios, salvo el presidente temporario de Brasil, Michel Temer: “El deporte mundial perdió hoy uno de sus líderes más relevantes”. La FIFA, la Conmebol y la CBF se expresaron en términos parecidos. No faltaron a la verdad. Habrá bandera a media asta en los Juegos, honores en el torneo de fútbol local.
Nadador en Berlín ‘36 y waterpolista en Helsinki ‘52, Havelange fue decisivo para que Río lograra la sede olímpica. Juan Antonio Samaranch, en su juventud embajador franquista en la Unión Soviética y hombre clave para Barcelona ‘92, reclamó los Juegos para Madrid como premio a sí mismo, aduciendo que no viviría mucho. Havelange invitó a los dirigentes del COI a celebrar su centenario en Río.
Havelange fue directivo de la CBD (luego CBF) desde 1958, miembro del COI desde 1963. Cuenta la leyenda que alguna vez dijo “encontré 20 dólares en una cajita y nada más” cuando llegó a la presidencia de la FIFA, en 1974 sucediendo a Stanley Rous. Fue un visionario: en el cuarto de siglo siguiente expandió el fútbol: llevó de 16 a 24 las Copas del Mundo; hizo los Mundiales Sub 20 (desde 1977) y Sub 17 (1985); la Copa de las Confederaciones, el Mundial de Clubes, desarrolló el fútbol femenino y abrió mercados en Asia y Africa. Su sólida relación con Adi Dassler, presidente de Adidas, fue el primer respaldo económico y con las finanzas equilibradas, potenció a la FIFA con la TV, el marketing y los patrocinadores. Tuvo éxito. El fútbol es un fenómeno global, un show televisado, un aceitado ducto de euros y dólares.
En un momento declaró que “llevo 26.000 horas de vuelo”. Havelange no tenía pruritos en entrevistarse con presidente democráticos o con los peores dictadores porque “yo vendo un producto llamado fútbol”, su frase que se convirtió en hit. Apoyó la dictadura argentina en la organización del Mundial ‘78, sostuvo a Julio Grondona cuando Carlos Menem, entonces presidente, intentó “peronizar” a la AFA. Fue amigo de Henry Kissinger y protector del almirante Carlos Lacoste, una extensión en el fútbol del genocida Emilio Massera.
Dejó la FIFA en manos de Blatter en 1998 y sostuvo el cargo de “presidente de honor” hasta 2013. Dos años antes había dejado su lugar en el COI “por razones de salud”. En verdad, lo habían alcanzado las investigaciones sobre corrupción en el olimpismo del periodista escocés Andrew Jennings, quien luego también corrió el velo de la podredumbre de la FIFA. Jennings descubrió que Havelange cobraba sobornos de la empresa de marketing ISL desde la década del ‘90. Calcula el periodista que “robó más de 45 millones de dólares”, según afirma en su libro Omertá. El hijo de un traficante de armas belga ya estaba grande para dar pelea y dio un paso al costado. Nunca fue condenado por ningún tribunal. La marea se llevó puesto a su ex yerno, Ricardo Teixeira, a la vez apartado de la CBF, por sus negocios turbios con José Hawilla, titular de la empresa Traffic y con Sandro Rosell, representante de Nike en Brasil antes de ser presidente del Barcelona. Luego apareció la fiscal neoyorquina Loretta Lynch descabezando a la cúpula de la FIFA. El suizo Sepp Blatter, el norteamericano Chuck Blazer y el triniteño Jack Warner, herederos políticos de Havelange son los más conocidos del entramado de corrupción que incluye a los argentinos Alejandro Burzaco y a los Hinkis. Julio Grondona fue vice de la FIFA desde 1988 hasta su muerte, en 2014.
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