Llegó la hora de los supervillanos

Llegó la hora de los supervillanos

Por Natalia Trzenko
El yin y el yang, el blanco y el negro. Por cada superhéroe que aparece en el cine tiene que llegar al menos un villano que le haga frente. Que redefina su valentía y coraje sólo por existir. Uno sin el otro no tiene sentido. Supeman sin Lex Luthor es un forzudo de capa caída y Batman sin el Guasón es apenas un millonario con demasiados juguetes. Claro que a medida que las historias de los buenos se vuelven más complejas, oscuras y ambiguas, los malos deben cambiar para ponerse a la altura de sus eternos rivales. Y en ese proceso a veces se vuelven lo más interesante de las películas adaptadas de historietas famosas. Algo de eso inspiró Escuadrón suicida, el film que en Argentina se estrenó el 11 de agosto , en el que los villanos pasan al frente.
En el mismo universo en el que existen Batman y Superman -aunque la supervivencia del Hombre de Acero siga siendo un misterio-, también circulan sus enemigos. Un grupo de asesinos, ladrones y desequilibrados que van por la vida sin las restricciones morales ni éticas que tienen los superhéroes. Y sin esas ataduras, complejos de culpa ni límites, ellos hacen lo que se les canta aun si eso implica hacer volar el mundo en pedazos.
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En esta película adaptada de las historietas de DC, el mundo apenas se recupera de la última batalla entre Superman, Batman y Lex Luthor cuando las fuerzas del orden deciden que la amenaza de fuerzas desconocidas es inminente y que los únicos capaces de ponerle freno serán los más malos de los malos. Esos que casi les ganaron a los superhéroes que carecen de tiempo o no son lo suficientemente maquiavélicos para pelear contra un enemigo cada vez más misterioso. Para eso arman un escuadrón integrado por Deadshot ( Will Smith ), el sicario de la puntería perfecta; Chato Santana (Jay Hernandez), dotado con el poder de la pirokinesis; Boomerang (Jai Courtney), ladrón y ser humano desagradable por donde se lo mire; Killer Croc (Adewale Akinnuoye-Agbaje), convertido en un monstruo por las reacciones que genera su aspecto, y Harley Quinn ( Margot Robbie ), la más interesante del todo el grupo, digna heredera de villanos del pasado que aun sin proponérselo le quitaron protagonismo al héroe. La bella y letal Quinn solía ser una psiquiatra en el asilo Arkham, ese depósito de malvados y chiflados al que en su momento fue a parar el Guasón ( Jared Leto ). Claro que el vínculo entre paciente y doctora terminó con la profesional desequilibrada y profundamente enamorada del villano.
Más allá de la relación entre ambos y de las peripecias que enfrentará el escuadrón, el personaje de Robbie se destaca del resto por su irreverencia, carisma y una vulnerabilidad que aparece entre golpe y golpe. Similar a esos otro malos que, cargando con complejos de inferioridad y resentimientos, decidían tomar venganza y ejercer la revancha con el ímpetu y la carencia de dudas de un chico o una chica caprichosos.
En esa tradición, uno de los más recordados fue el Lex Luthor que interpretaba Gene Hackman en Superman y Superman II. En claro contraste con la plana nobleza del protagonista, su enemigo era pura testarudez, maldad y egoísmo. Un tipo enfocado en conseguir sus objetivos, ya fuera destruir al hombre de Kriptón o apoderarse de un continente. Oceanía, para ser precisos.
En esa misma línea se inscriben los oscuros y fascinantes villanos de las Batman de Tim Burton . Aunque ahora, en el contexto del cine de superhéroes creado por comité, parezca imposible hablar de la mirada de un autor, allá lejos y hace tiempo Burton hizo lo que quiso con el hombre murciélago y sus más populares enemigos. No sólo eligió a Michael Keaton para que interpretara al héroe, sino que se dio el lujo de darle rienda suelta al histrionismo de Jack Nicholson para que hiciera de una caricatura -el Guasón lo es en todo el sentido de la palabra- un personaje inolvidable. Lo mismo que le permitió hacer luego a Danny De Vito como el espeluznante Pingüino y a Michelle Pfeiffer con su inolvidable Gatúbela. Monstruos queribles, tremendamente humanos, pero monstruos al fin.

Ama a tu enemigo
Con la llegada de los superhéroes torturados y traumatizados las diferencias que los separaban de sus contrapartes malditas se volvieron casi invisibles. Así se explica en principio el impacto del renovado Guasón de Heath Ledger , que, más allá de la trágica muerte del joven actor, se ganó su lugar en el olimpo cinematográfico, en el salón de la fama de los malditos a puro nihilismo y discurso apocalíptico. Tan lejos del bufón de Nicholson y a años luz del esperpento que creó Jared Leto en Escuadrón suicida.
Menos recordado pero tan perturbador como las peores pesadillas fue el Espantapájaros, el personaje que interpretó el actor irlandés Cillian Murphy en Batman-El caballero de la noche y El caballero de la noche asciende, de Christopher Nolan. Curiosa trayectoria la de Murphy, que era el favorito del director para interpretar al héroe y que luego de perder el papel frente a Christian Bale se dedicó de lleno a crear al siniestro doctor Jonathan Crane y su álter ego: el Espantapájaros.
Claro que no todos los malos del cuento son los que más odian al héroe. Algunos también quedan en la memoria por haberlos querido demasiado. Eso sucede entre el impoluto Capitán América ( Chris Evans ) y Bucky (Sebastian Stan), su amigo de la infancia vuelto soldado del invierno/infierno. ¿Cómo odiar al amigo fiel, al casi hermano dado por muerto hace tanto? No se puede y punto. Si hasta a Thor ( Chris Hemsworth ) le cuesta abandonar las ilusiones de reconciliación con su hermano Loki ( Tom Hiddleston ), aunque esté clarísimo que al encantador príncipe se le desajustaron todos los tornillos en The Avengers: los vengadores. Siniestro y atractivo, el personaje logró convertir al británico Hiddleston en una estrella, aunque muchos no creyeran que el rubio que aparece en las fotos abrazado a su novia, la princesa del pop Taylor Swift, es el malvado hijo menor de Odín. Uno de esos villanos que siempre creen ser los protagonistas de sus películas y muchas veces merecerían serlo.
LA NACION